Santa María la Real de Nieva es un pueblecito segoviano, en la llanura castellanoleonesa. Campos segados de verano, ningún árbol, carreteras estrechas y despejadas. El pueblo lo atraviesa la autonómica 604. En la calle principal hay un tramo regulado por dos semáforos opuestos, para que sólo se circule en una dirección cada vez. Un camión y un coche circulando en ambas direcciones no cabrían. Y allí, al final del pueblo, en un pequeño desvío, está la fábrica más moderna, disruptiva y única en el mundo en lo que produce, en medio de la nada de la España vaciada.
Hace cuatro años, INNOVADORES se acercó al proyecto de la startup Bioammo, que hacía planes para empezar a construir su innovadora fábrica, con idea de entrar a mediados de 2017 en producción del primer “cartucho ecológico biodegradable del mundo para caza y tiro deportivo”.
La realidad, la cruda realidad de poner en pie un proyecto industrial, es que la fábrica no estuvo terminada hasta principios de este 2020. Y todavía confiesa su director gerente, Manuel Galatas, cuando INNOVADORES pudo visitarla in situ, que el parón provocado por la Covid “ha venido muy bien” para “mejorar la calidad interna”.
Para echar a andar han tenido que reformar las máquinas italianas que compraron, que sólo “estaban preparadas para trabajar con polímeros sintéticos, con plásticos”, explica Luis Enrique López-Pozas, investigador, inventor, creador y presidente de la compañía.
Bioammo no sólo es única. También es inimitable, porque ha protegido sólidamente con patentes alrededor de todo el mundo sus fórmulas bioquímicas y su metodología específica para producir munición biodegradable.
Cartuchos, en los que, subraya López-Pozas, “todo el plástico se sustituye por biopolímeros de origen vegetal, que se degrada en la naturaleza en un periodo mil veces más breve, en uno o dos años, dependiendo de las condiciones de bacterias del terreno donde los enterremos. Es economía circular al 100%, sale de la tierra y vuelve a la tierra”.
Justamente la fecha anterior a esta visita, Bioammo recibió el certificado físico, en papel y con todos los sellos, que acredita la patente que protege plenamente su desarrollo en Estados Unidos. “Un mercado enorme, mayor que toda Europa”, dice Galatas, al que la startup segoviana espera escalarse en un futuro muy cercano, estableciendo alguna fábrica, “con alguna joint venture” con uno de los grandes fabricantes estadounidenses.
Confiesan estar en avanzadas conversaciones, pero eluden dar nombres. Un vistazo a la lista de los mayores productores de cartuchería ofrece marcas tan sonoras como Winchester, Remington, Hornady, Federal Premium… “Cuando han visto nuestra patente los más ‘gordos’ americanos”, añade Galatas, "tuvieron que decir ‘es que no podemos hacer nada: no podemos producir un cartucho con material de origen vegetal y utilizando extrusión e inyección’”. Todo está detallado en la patente.
Otro gran proyecto con el que trabaja la compañía es la fabricación de “munición convencional, o sea balas”, indica López-Pozas. “Balas [ecológicas, biodegradables], para Defensa, el Ejército, para la Policía… Las patentes ya las tenemos y están publicadas. Será una segunda fase en la que, yendo bien esta empresa, podremos diversificar y continuar con la siguiente fábrica”.
En realidad, explican, esas balas de tipo militar son más fáciles de fabricar que los complejos cartuchos de perdigones, que han de combinar distintas fórmulas de polímeros para la vaina y el taco interior que separa la pólvora de los perdigones.
Para la investigación que da lugar a estos productos, López-Pozas estableció un acuerdo de colaboración con los laboratorios de la Fundación Andaltec, de Jaén, especializada en bioplásticos. Los pelets (pequeñas bolitas), que sirven como materia prima para las máquinas, se los fabrica a medida, con sus fórmulas propietarias, una empresa de Zaragoza.
Pero antes de poner en marcha la nueva línea de negocio para munición de guerra, BioAmmo afrontará una ampliación de su actual capacidad de producción. “Durante la pandemia [la primera oleada] hemos levantado otros tres millones y medio de capital para crear una segunda línea de fabricación. Pasaremos de tener capacidad para producir 50 millones de cartuchos al año a 120 millones”, dice Galatas, que confía en verla funcionar a mediados del año próximo. En la actualidad la empresa tiene 25 empleados y con esto espera crecer a 40. “Creamos empleo en la España vaciada”, concluye.