Al austriaco Josef Aschbacher (59) le tocó enfrentarse a la prensa, por primera vez con la escafandra purpurada, apenas minutos después de ser oficialmente confirmado como futuro nuevo director de la Agencia Espacial Europea. Aunque la noticia había sido filtrada días antes.
Bien es cierto que el todavía director de los programas de la ESA para la observación de la Tierra, con sede en Italia, se apresuró a advertir que por ahora no tiene nada que decir. Asumirá desde el 1 de julio de 2021, para cuatro años, el cargo al que oficialmente aspiraba el astronauta español Pedro Duque, ahora con cargo de ministro.
Hasta entonces, Aschbacher resume en dos verbos su misión de futuro jefe: "Presentarme, primero, a los empleados y contarles mis planes". Después, ya hablará sobre un empleo que "es un honor, un gran desafío y un gran trabajo en el que hay mucho que hacer". Luego presentará su "agenda 2025" y su "visión para el próximo par de años".
El futuro director rehusó responder a las preguntas de diversos medios, incluido D+I, condensadas por la moderadora del encuentro, que le reclamaban detallar un poco sus ideas para la línea de desarrollo de la Agencia Espacial.
Y eso que el todavía director en ejercicio, Jan Wörner, había dado pie, al comentar previamente que, durante los "muy intensos" dos días del Consejo de la ESA, además de "tomarse decisiones muy importantes", él había aprovechado para hablar con Aschbacher sobre "la previsión de cómo deberían ser los próximos 10 años".
Aclara Wörner que "10 años es mucho tiempo y nadie sabe lo que pasará el año próximo, pero el director general tiene que ofrecer cada año al Consejo su idea de cómo serán".
Un periodo en el que tendrán especial importancia los programas Copernicus de observación de la Tierra, las actividades de telecomunicaciones e investigación científica (se va a estudira la materia oscura). Y, por supuesto, el programa Galileo, con servicios de todo tipo desde el espacio, incluida la navegación por satélite, que ofrecerá mayor precisión que GPS, al menos hasta que el sistema americano lance su segunda generación. Además de la interacción con la Unión Europea, por ahora cliente principal de ESA.
Aunque muchos crean que la Agencia Espacial es un organismo de la UE, la realidad es que cuenta con 22 Estados miembros. Es decir, no están todos los de la UE, ni son de la UE todos los que están, porque se incluyen Suiza y Noruega, que tienen acuerdos de asociación con la Unión. Además, Canadá tiene un asiento en el Consejo, por un acuerdo de cooperación con ESA; Letonia y Eslovenia, aunque integrantes de la UE, son miembros asociados de ESA; y otros seis miembros de UE (Bulgaria, Croacia, Chipre, Lituania, Malta y Eslovaquia), tienen acuerdos de cooperación.
Al director saliente Wörner le tocará todavía la patata caliente del encaje Reino Unido tras el Brexit.
Hoy es miembro de ESA como integrante transitorio de la UE, pero si saliera de esta por las bravas, sin acuerdo, dentro de una semana no tendría el estatus apropiado para seguir igual en la Agencia. Sí podría establecer un acuerdo de cooperación.
La marcha de Reino Unido "sería un problema con los programas financiados al 100% por la UE", admite Wörner, asumiendo que "la relación con la Unión Europea será crítica en los próximos años", para repetir su mensaje de la semana anterior sobre "eficiencia" y "comercialización" del espacio.
La ESA se enfrenta a dos retos: su compleja estructura como organismo de carácter plurinacional, con equilibrios internos nada sencillos, y la realidad de mercado global que genera la competencia de compañías privadas.
La primera cuestión se refleja en la "discusión sobre nuevas políticas para la selección de astronautas. Hay, por supuesto, una cuestión de nacionalidad. Buscamos astronautas europeos, pero no podemos ignorar que poseen nacionalidades". La próxima convocatoria, aún sin fecha, está prevista en 2021.
La última promoción es de 2010, cuyos seis graduados forman el cuerpo de astronautas en activo, junto con el germano Mathias Maurer, que como ellos se presentó a la convocatoria de 2009, de la que salió el también alemán Alexander Gerst.
En aquel momento Maurer no fue aceptado en la promoción (¿quizás por juntarse dos candidatos alemanes?), pero sí empezó a trabajar como ingeniero de soporte de tripulaciones. En 2015 fue admitido en el cuerpo de astronautas y el año que viene, en otoño, volará por primera vez a la Estación Espacial Internacional (ISS) en una cápsula Dragon, de Space X.
Ese es el marco del segundo desafío para la ESA: el equilibrio entre los intereses industriales europeos y la realidad del 'New Space' comercial. Wörner, que asegura haber "ayudado a sobrevivir a la industria europea al fuerte impacto de la coronacrisis, acelerando este año el pago de las facturas" (de 26 a 10 días), también subrayó que el Consejo ha "liberado dinero para completar el cohete Arianne 6, para su vuelo inaugural". Un debut que se planea para el segundo trimestre de 2022, ya con notable retraso desde la primera previsión de que fuese en 2020.
El lanzador Arianne 6 es un esfuerzo europeo liderado por la industria francesa, desde su aprobación en 2014, en el que ESA habrá invertido unos 3.800 millones. El dinero extra aportado ahora, según concreta Daniel Neuenschwander, director de transporte espacial, son 218 millones. Francia ha suscrito 100 millones y Alemania, 54, como principales financiadores.
Cuando el Arianne 6 esté operativo, el coste de cada lanzamiento se estima que serán 75 millones, en la versión del cohete A62 con dos propulsores, y hasta 115 millones, en la versión pesada A64, con cuatro propulsores.
Mientras, las empresas privadas SpaceX (de Elon Musk) y Blue Origin (de Jeff Bezos) abaratan los precios de sus lanzamientos con cohetes reutilizables. De modo que D+I le preguntó a Wörner si no sería económicamente más inteligente apostar por esa opción. Alquilar ese tipo de cohetes, que ya utiliza NASA y la propia ESA aprovechará el año próximo para enviar a sus astronautas Pesquet y Maurer en sendas misiones transportadas por lanzadores Falcon y cápsulas Dragon a la ISS, donde por primera vez coincidirán dos europeos.
"Parece una cuestión sencilla, que me podría llevar una hora responder y todavía dejaría algunos puntos abiertos...", responde Wörner. "Desde luego, la reutilización es una cosa excelente y parece que Elon Musk tiene gran éxito. Y tal vez también Jeff. Pero hay que ver cómo encaja eso con el mercado europeo. Nosotros también buscamos la reusabilidad, no sólo para los cohetes...".
En este punto la respuesta empieza a enredarse con esa ‘realidad europea’ y la aspiración de ser potencia espacial: "Asumamos que vamos a pagar al año diez lanzamientos. Podríamos decir veinte, pero calculemos con diez. Y que tenemos la posibilidad de usar un cohete diez veces. Eso significa que construiríamos sólo un cohete nuevo al año. Y disponer de la estructura industrial necesaria lo haría muy caro. Tal vez diez veces más caro, o seis veces. Así que es una situación para responder sí y no. Nuestro mercado es diferente. Claro que podríamos acudir al mercado global, pero lo que tenemos que intentar del mercado global es conseguir proyectos. Cuantos más mejor".
Neuenschwander, lo expresa con más claridad: "Necesitamos una solución europea para las necesidades europeas y cuando hablamos de reutilización, también tenemos que atender a las participaciones, que son muy importantes para definir la política de retornos y debemos tener esto totalmente en cuenta". Se refiere al dinero que vuelve a cada Estado en forma de contratos para sus empresas, contando lo previamente aportado para los programas de ESA, o algún proyecto específico (por eso Francia aporta más para completar el Arianne 6).
"Pero, por supuesto que estamos trabajando también en ello", añade el director de transporte espacial. "Tenemos un cierto número de elementos en desarrollo. Por ejemplo, hace un par de días firmé un contrato para la química de la fase inicial de un demostrador, para la reutilización de la primera etapa [de un lanzador]".
"Y yendo más allá", concluye "estamos analizando todos los aspectos de un sistema de transporte, no un lanzador, para un desarrollo que daría a Europa la plena capacidad operativa de un vehículo que podría ser lanzado a una órbita baja, permanecer en ella un par de meses, volver a tierra, ser reacondicionado y volar otra vez. Hasta cinco veces". Una imagen que evoca la de un transbordador espacial como el estadounidense Shuttle, o el soviético que se limitó a hacer un breve vuelo de prueba sin tripulantes.