Cambio climático, descarbonización e investigación. Tres ideas, tres conceptos que desde hace un tiempo acaparan una gran parte de los titulares de la prensa. El primero como un problema que asola a nuestro planeta, el segundo como parte de la solución y el tercero como el medio para conseguirlo.
Los tres han marcado y mueven la carrera profesional de la española Mercedes Maroto-Valer (Vitoria, 1971). Esta profesora e investigadora, experta en sistemas energéticos y descarbonización, acaba de recibir el Premio ACES-Margarita Salas en la categoría de Física, Matemáticas e Ingeniería.
Un galardón que le hace sentirse especialmente orgullosa: “Margarita siempre defendió que había que hacer ciencia para innovar”, cuenta a D+I durante una conversación por videollamada. “Para mí ha sido un referente en mi carrera por lo que fue capaz de hacer en su día, con patentes que hoy siguen dando rendimientos económicos”.
“Además –cuenta con una gran sonrisa, que no desaparece en ningún momento de la entrevista–, la casualidad ha hecho que naciéramos el mismo día, aunque en momentos diferentes”.
2021 es el primer año en el que se entregan estos premios. Detrás están la Asociación de Científicos Españoles en Suecia (ACES) y la Fundación Ramón Areces. Con estos galardones “queremos reconocer la labor científica de investigadores españoles con una excelencia demostrada y cuyo trabajo tenga impacto en la sociedad, independientemente de donde los desarrollen”, explica Francisco Vilaplana, presidente de ACES, también presente durante la entrevista.
Ciencia y concienciación
La premiada, doctora en ingeniería química, salió de España para cursar un programa Erasmus en Escocia y se quedó. “Inicié mis estudios en la Universidad del País Vasco (UPV) y recibí una de las becas que concede el gobierno de esta comunidad autónoma a personal investigador en el extranjero, pero toda la formación científica la he recibido fuera de España”.
Lo que no quiere decir que no haya colaborado con científicos de nuestro país. “Es raro que en mi laboratorio no tengamos a varios españoles. Bien porque hacemos colaboraciones, bien porque hacen estancias cortas, o bien por formar parte de proyectos europeos”.
Tras un periodo de siete años en Estados Unidos, Mercedes Maroto-Valer volvió a Escocia. Actualmente, forma parte del equipo de docentes e investigadores de la Universidad Heriot-Watt de Edimburgo.
El Premio ACES-Margarita Sala no es el primer reconocimiento que recibe, la Asociación de Científicos Españoles en el Reino Unido ya le concedió hace dos años el del Mérito científico de investigadores españoles en el Reino Unido y recientemente ha sido nombrada ‘Defensora (Champion) de la descarbonización industrial’ por el Consejo de Investigación e Innovación del Reino Unido (UKRI, por sus siglas en inglés).
Si en el 2030 no tenemos la investigación y la innovación desarrolladas, ya no tendremos tiempo y los efectos del cambio climático serán irreversibles.
Con una dilatada carrera, reconoce que cuando empezó en su área de investigación “éramos muy poquitos los que nos dedicábamos a esto, casi como una familia. Ahora, la comunidad científica ha explotado, se ha producido un crecimiento exponencial de investigadores que se preocupan por las cuestiones relacionadas con el CO2 y el calentamiento global”.
En esa búsqueda de soluciones cree que en los últimos años se han producido avances significativos tanto desde el punto de vista de la concienciación ciudadana (“prácticamente cualquier persona está familiarizada con el calentamiento global y la sostenibilidad), como de los gobiernos (“se ha producido un cambio de mentalidad en el sentido de establecer un objetivo común de emisiones cero en un periodo determinado de tiempo”).
“Lo que pasa es que todavía queda mucho por hacer y hay que empezar ya. Hay que concienciarse de que lo que las tecnologías y, sobre todo, la ciencia pueden hacer tiene que empezar en esta década. Siempre digo que la del 2020 es la década de la acción. Si en el 2030 no tenemos la investigación y la innovación desarrolladas, ya no tendremos tiempo y los efectos serán irreversibles”.
Esto, pasar a la acción, es lo que espera que ocurra en la próxima conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, COP26, que se celebrará en Glasgow (Escocia), entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre. “Los objetivos están fijados, ahora hay que poner una hoja de ruta clara y es en esta conferencia, que tendrá lugar cerca de aquí [en referencia a su lugar de trabajo], donde se verá si podremos sacarla adelante o no”.
Un problema global
Los científicos ya están buscando soluciones a través de la innovación, los ciudadanos han tomado conciencia del valor de la sostenibilidad y los gobiernos han fijado unos objetivos. Pero hay una cuarta pata que también ha de servir para restablecer y mantener el equilibrio del planeta: las empresas.
Son diversas las compañías que ya han manifestado públicamente su intención de llegar a 2030 siendo negativas en emisiones de dióxido de carbono y que lo han incluido en sus estrategias.
La innovación tiene que ir acompañada de inversión y un marco regulatorio adecuado, y los científicos debemos trabajar al lado de los políticos y del ciudadano de a pie.
“Hay varias tecnologías que se están desarrollando en este sentido, pero es en el sector de la electricidad donde más se ha hecho para reducir las emisiones de CO2 porque podemos recurrir a las sostenibles, como la eólica o la fotovoltaica. Aunque –apunta la investigadora–, todavía tenemos que solucionar los problemas de almacenamiento para cuando no hay viento o no hace sol”.
Junto a este reto, Maroto-Valer señala otro aún mayor (y aquí su gesto se torna más serio): “es muy difícil descarbonizar empresas que son muy intensivas a la hora de usar la energía, como las cementeras, petroquímicas o la industria del acero; o un área como el trasporte, sobre todo el de la aviación”.
Quiere dejar claro, y lo recalca varias veces, que no hay una solución que valga por todos, no sólo por el tipo de sector en el que las empresas desempeñen su actividad, también por su localización geográfica. “Hay compañías que, por sus características, tendrían que descarbonizarse mucho más rápido, y otras a las que tendremos que ayudar un poco más”.
“Es en este ese punto donde, desde la innovación, hay que crear una gama de soluciones que tienen que ir acompañadas de inversión y un marco regulatorio adecuado, y en las que los científicos debemos trabajar al lado de los políticos y del ciudadano de a pie. Tenemos que hacerlo todos juntos porque el cambio climático es un problema global”, enfatiza. “Esto implica buscar soluciones muy locales, por ejemplo, para un ayuntamiento, para después elevarlas a una región o país, e incluso exportarlas”.
Involucrar a las empresas
Mercedes Maroto-Valer vive en Reino Unido desde hace varios años, pero no es ajena a lo que ocurre en nuestro país. Desde la perspectiva que da esa relativa distancia, considera que España, desde el punto de vista energético, está “bien situada en cuestión de renovables para descarbonizar la electricidad”. Pero –y aquí viene la pega– “hay que invertir más”.
Cree que se parte de un error de base cuando se habla de esta cuestión como “el gasto” en inversión con connotaciones negativas. “Sería más correcto hacer referencia sencillamente a la inversión en investigación, en innovación, y eliminar la palabra ‘gasto’”.
“Lo que me queda muy claro, y lo veo en otros países, es que los que innovan son los que prosperan y los que se adaptan sólo sobreviven. Invertir en innovación es prosperar, por eso creo que se empieza mal si se considera como un gasto”, aclara.
En este punto de la entrevista, el presidente de ACES, también ingeniero químico, corrobora su postura: “Si [en España] no invertimos en investigación no hay futuro y no habrá soluciones para los problemas que tenemos, como el de las renovables”.
Vilaplana recurre a un ejemplo de su ámbito de investigación, el agroalimentario. Explica que allí, en Suecia –país donde reside y desde el que asiste a esta videollamada a tres– prácticamente todos los alimentos provienen de Holanda. “España es uno de los países que más capacidad tiene en el sector primario, sin embargo, los productos llegan de Holanda porque han invertido en ello”. Y recalca que “para innovar es necesario incrementar la inversión muchísimo e involucrar al sector privado”.
Fomentar la colaboración pública-privada en la investigación es un tema que sobrevuela prácticamente durante toda la conversación. Maroto-Vela admite que, salvo muy contadas excepciones, todos los proyectos en los que trabaja los desarrolla en colaboración con empresas. Aclara que en el Reino Unido, cuando se presenta una propuesta para obtener ayudas al equivalente al Ministerio de Ciencia e Innovación en España, es imprescindible que incluya una entidad privada para que pase el primer filtro.
“Si desde el día uno trabajas alineado con una compañía, sabes qué necesita y desarrollas tecnologías que puedes implantar, materializar y validar. Se trata de buscar soluciones a un problema y no crear un problema para una solución”, defiende la investigadora. “En España, falta esa unión empresa-ciencia-investigación desde el primer día para que todo fluya más rápido en la innovación”.
Industria, combustibles y centros de datos
Uno de los proyectos más ambiciosos que ahora mismo lidera esta investigadora española cuenta con 142 socios, de los que “más de la mitad de ellos son empresas repartidas por todo el Reino Unido que ya han invertido 10 millones de libras”.
Se trata de una iniciativa para descarbonizar procesos en las seis áreas industriales más grandes del país, que son responsables de la emisión de alrededor de 40 millones de toneladas de C02 al año. Estas áreas son Grangemouth en Escocia, Teesside, Humberside, Southampton, Gales del Sur y el noroeste de Inglaterra.
“Existen unos objetivos muy claros que tienen que cumplir y desde el Centro de Investigación e Innovación de Descarbonización Industrial del Reino Unido (IDRIC, por sus siglas en inglés) estamos ayudándoles a demostrar qué tecnologías pueden ir poniendo en funcionamiento. El objetivo es que a mediados de 2022 haya algunas plantas que ya estén funcionando”.
“Cuando consigamos descarbonizar una de las áreas, será la primera zona industrial completamente negativa en emisiones de CO2 y será un hito mundial”, asegura. “También será, de alguna forma, la culminación del trabajo que llevamos haciendo desde hace tiempo en mi equipo”.
La sostenibilidad es ser consciente de que debemos hacer todo lo que podamos para frenar el cambio climático.
Maroto-Valer tiene múltiples frentes de investigación abiertos. También nos cuenta, ilusionada, cómo están trabajando en la creación de un “combustible de aviación sostenible, basado en productos residuales de biomasa y que no genera CO2”.
Un proceso que puede llegar a producir 2,4 millones de toneladas de este tipo de combustible y para el que ahora están diseñando una planta piloto para fabricar grandes cantidades y conseguir todas las certificaciones.
Una de sus últimas investigaciones, ya en fase comercial, es el desarrollo de procesos innovadores para reducir el consumo energético de los centros de datos. (“Hasta hace poco, no sabía que un teléfono móvil como los que usamos a diario consumiera tanto CO2 ni las infraestructuras que había detrás. Por eso siempre digo que hay que hay que preocuparse por entender lo que, a veces, nos parece que no tiene ningún tipo de repercusión”).
Este proyecto, iniciado hace cuatro años, se ha materializado con la construcción de un centro de datos en Malasia en el que se ha conseguido una reducción del 50% en el consumo de energía de refrigeración, ahorrando 740 toneladas de CO2 al año y creando 450 puestos de trabajo.
Mientras describe cada uno de sus proyectos, la galardonada con el Premio ACES-Margarita Salas repite que lo más importante de cada investigación de su equipo es que pueden ver su impacto. “La sostenibilidad es ser consciente de que debemos hacer todo lo que podamos para frenar el cambio climático y yo, como investigadora, quiero aportar”.
“Aspiro a dejar el planeta en el que vivo, por lo menos, cómo me lo encontré y espero que mejor. En ocasiones nos comportamos como si tuviéramos un planeta B, pero no es así, solo tenemos este”, advierte.