Despertar -y consolidar- vocaciones en las conocidas como carreras STEM -acrónico formado por las iniciales de science, technology, engineering y mathematics- entre las niñas y adolescentes es uno de los mayores retos que afrontamos como sociedad en la nueva era digital.
La emergencia climática, la transición energética o el crecimiento de la población sitúan a la tecnología y la investigación en el centro del relato y prescindir de la mitad del talento sería una irresponsabilidad inasumible.
Los desafíos globales urgen ser abordados por equipos diversos donde la mujer no quede arrinconada a puestos irrelevantes -alejados de los centros de mando- y se le brinden las herramientas necesarias para neutralizar el efecto que sobre ellas continúan ejerciendo los roles sociales y los estereotipos de género.
Estos prejuicios, sumados a la falta de referentes cotidianos que visibilicen qué son las conocidas como carreras STEM y 'cómo se puede ayudar a través de ellas a cambiar el mundo' -un leitmotiv muy extendido entre las adolescentes que se plantean cursarlas- llevan a muchas de ellas a autodescartarse antes de tiempo.
"A ello hay que sumar la deseabilidad social, tan presente en la adolescencia, pues en este periodo de la vida se quiere encajar más que nunca y seguir lo establecido, no desviarse de 'lo correcto' en su grupo de iguales; en definitiva, encajar en el grupo social", afirma Rocío Núñez, psicóloga de Psonríe.
Porque es justo ahí, en el momento en que una joven asume que no está preparada para cursar estas carreras o, simplemente, cuando no se interesa por ellas al no sentirse identificada -en la mayoría de los casos de manera inconsciente-, la desigualdad gana la batalla y todos perdemos.
La psicología, la pedagogía y el sistema educativo coinciden en destacar la importancia que tiene abordar esta problemática social de forma transversal con un papel preponderante de la familia y la escuela.
Contar con entornos próximos que normalicen estas profesiones, donde las jóvenes encuentren referentes con los que identificarse en su día a día, y disponer de un ámbito académico más permeable con el mundo laboral se erigen como factores determinantes.
Así lo atestigua Mª Ángeles Santiago, pedagoga, licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación que ejerce en la actualidad en el CEIP Quinto Centenario de San Sebastián de los Reyes. Ha sido, además, coordinadora del Programa de Enriquecimiento Educativo para alumnos con altas capacidades de la Comunidad de Madrid (PEAC).
Hacia una escuela más "permeable"
"El enfoque de la escuela yerra. Es demasiado teórica y falta interacción con el exterior. Necesitamos otra pedagogía en el aprendizaje con un enfoque más experimental que deposite más confianza en el alumno", asevera.
La pedagoga pone como ejemplo otros sistemas educativos europeos donde prima la responsabilidad del estudiante. "En Gales es fácil encontrar a grupos de alumnos con sus tabletas por el centro haciendo experimentos, y en Finlandia hay espacios de diálogo para hablar y reflexionar que aquí nos parecerían impensables", insiste.
"No somos más torpes, al revés. Lo que ocurre es que en España el enfoque debería ser diferente, impartir docencia más por proyectos que por libros programados para que chicos y chicas puedan visibilizar mejor su futuro cuanto antes", apostilla.
Porque en este desafío como sociedad es tan vital el cómo -despertar vocaciones STEM entre niñas y adolescentes- como el cuándo. Y en este punto también se arrastran desatinos a la hora de establecer la edad más indicada para comenzar a remover conciencias femeninas.
Madres con un nivel sociocultural superior
Lo constata María Villarroya, licenciada en Físicas, doctora en ingeniería electrónica y profesora titular -de arquitectura de computadores- de la Universidad de Zaragoza.
Villarroya es creadora de 'Una ingeniera en cada cole', actividad organizada desde La asociación de mujeres investigadoras y tecnólogas en Aragón (AMIT-Aragón) y la Universidad de Zaragoza para visibilizar las profesiones STEM.
Con su publicación '10.001 amigas ingenieras', un cuento de divulgación de las carreras técnicas, están contribuyendo a dar pasos certeros en la buena dirección.
"La decisión la suelen tomar en tercero de Secundaria y en nuestros talleres hemos demostrado que aquellas chicas que se deciden por una ingeniería tienen madres con un nivel sociocultural superior al de sus compañeros chicos. También suelen ser madres con un nivel superior al de los padres", indica Villarroya.
Su diagnóstico es inequívoco: "Nos empeñábamos en centrar las acciones en Secundaria y vimos que ya llegábamos tarde. Hay que ponerse a trabajar desde Primaria".
En esta etapa de la docencia Villarroya pudo comprobar a través del trabajo de su asociación que los profesores no eran conscientes de la mayor ansiedad y nerviosismo que, por ejemplo, sienten las niñas a partir de 6 años al enfrentarse a exámenes de matemáticas. Un comportamiento que no experimentaban los niños.
Las encuestas que realizaban al alumnado en cada taller eran reveladoras. "Los resultados de los exámenes en los ambos sexos no mostraban diferencias, pero ellas aseguraban estar más nerviosas que los chicos y, lo más importante, los profesores no eran conscientes de esta realidad. Estos talleres nos permitieron que los docentes tomaran conciencia", apostilla Villarroya.
Es imposible atribuir a una única causa este comportamiento pero, sin lugar a dudas, los estereotipos y roles de género ya comienzan a calar en la configuración de la personalidad de las niñas, aún en etapas tan tempranas del aprendizaje.
"Esa profesión no te pega"
Son los mismos prejuicios que llevaron a Julia Guerrero, graduada en Ingeniería Informática por la Universidad de Zaragoza y premio al mejor expediente académico, en la cuarta edición de los Premios WONNOW, a escuchar en más de una ocasión: "Esa profesión no te pega".
"Alguna vez lo he escuchado y hay un día en que te paras y piensas, ¿será esto realmente lo que quiero? Pero sí, en mi caso había un convencimiento previo a prueba de estereotipos, aunque no siempre es así", afirma Julia Gerrero.
La joven investigadora de 24 años siempre tuvo claro que quería contribuir a que otras niñas cumplieran también su sueño y por eso suele impartir charlas en el colegio donde ella comenzó su formación académica. Allí se percató de que las profesiones STEM son las grandes desconocidas.
"Muchas niñas no saben qué se puede hacer con ellas. No se visibilizan en ellas pero porque, realmente, falta mucha divulgación", asegura.
Y en la mayoría se repite el mismo patrón: adolescentes en el entorno de los 15 años, con grandes capacidades para las matemáticas, la informática o la física que priorizan otras áreas del conocimiento como las ciencias sociales porque "quieren ayudar a los demás y contribuir a cambiar el mundo" con su trabajo.
"¡Eso también lo puedes hacer desde una ingeniería!". Quien asevera tan contundente declaración es Laura Lacarra, ingeniera informática y Big Data engineer en la compañía Telefónica. Criada en un entorno familiar donde la ciencia y la tecnología formaban parte de su día a día, coincide con Julia Guerrero en que falta divulgación.
Y pone como ejemplo un caso concreto en uno de los talleres que ella también imparte. "Una niña realizó un test con un resultado notablemente mejor que el resto de la clase. Pero en la encuesta puso que quería ser trabajadora social. Cuando le pregunté el porqué me dijo que quería ayudar a los demás".
"Los algoritmos están sesgados y está demostrado que los equipos diversos obtienen mejores resultados. Necesitamos que todos los profesionales de las organizaciones tomen consciencia de la situación de desigualdad y discriminación, y las consecuencias en organización que acarrean", insiste Lacarra.
El alto coste personal de reconducir la vocación
El coste de no hacerlo a tiempo puede llevar a miles de niñas a renunciar a sus sueños o a pagar un alto coste por hacerlos realidad. Bien lo sabe Luz Rello, CEO y fundadora de Change Dyslexia. Ella no inició su formación académica encaminándose hacia la inteligencia artificial, sino que apostó por la lingüística.
Tras licenciarse en Lingüística tomó el camino más difícil, reconducir su formación hacia el área STEM y, para ello, realizó un Máster en Procesamiento del Lenguaje Natural y el doctorado en Informática.
"El coste personal es altísimo. No lo recomiendo ni me pongo de ejemplo de nada -lamenta con una sinceridad que la honra-. Yo lo logré pero con mucho sacrificio. Hay que ayudar a las niñas a que, desde un principio, elijan bien y tengan las herramientas necesarias hacerlo", reconoce Luz Rello.
Suscribe sus palabras Nuria Pastor, psicóloga y consejera delegada en HumanITcare. Y es que esta radiografía en la educación se traslada después al mundo de la empresa.
"En los procesos de selección se presentan muchísimas menos mujeres. Es cierto que se gradúan menos, pero no es menos verdad que también son más autoexigentes. Dudan más sobre si estarán a la altura", dice Pastor.
También sucede en el campo de la investigación científica. Avencia Sánchez-Mejías es doctora en Biología Molecular y CEO de Integra Therapeutics. Reconoce que faltan muros que derribar y la maternidad es una parada -temporal- en el camino contra la que se 'estrellan' muchas carreras investigadoras por falta de apoyo público.
"Cuando cogí la baja por maternidad tuve unas compensaciones en mi labor investigadora que eran prácticamente iguales a las de mis compañeros hombres que también disfrutaron de sus permisos. Pero no era la misma situación, yo estuve más tiempo dedicada a la crianza y no pude avanzar en mi labor investigadora", explica.
Pero ¿qué piensa la joven cantera que conformará las STEM del futuro? Vienen pisando fuerte. Carmen Guillén (16 años) y Eva Lloris (14 años) son dos ejemplos de adolescentes con un entorno familiar que ha favorecido su vocación científico-técnica y que no quiere ni oír que las carreras a las que aspiran "no les pegan", como tuvo que escuchar la doctorando Julia Guerrero.
Carmen Guillén cursa primero de Bachillerato -rama científico-técnica- del IES Jérica Viver (Castellón) y aspira a estudiar el doble grado de física y matemáticas. Si en algún momento ha flaqueado en su vocación, nada tiene que ver con roles, falta de referentes o prejuicios.
"En general las chicas sacamos mejores notas que ellos en matemáticas y física. Si algo me preocupa es la nota tan alta que piden, que creo la conseguiré, pero nunca me ha condicionado ser una chica o no verme en esa profesión", afirma con arrojo.
El sueño de mejorar la sociedad
Igual de tajante es Eva Lloris, estudiante de tercero de Secundaria en el IES Cueva Santa de Segorbe (Castellón). "Quiero hacer veterinaria y luego encaminarme a la biotecnología". Y descarta también que las cuestiones de género hayan podido influenciarle en ningún momento para tomar su decisión.
Aun así, lamenta que le gustaría "visitar más a menudo el laboratorio del instituto y que más científicas vinieran a hablarlos de su trabajo al centro".
Eva es consciente de que la práctica es fundamental para lograr su gran meta y, al igual que otras jóvenes que aspiran a vincular su futuro al de la ciencia y la tecnología, soslaya: "Me gustaría hacer algo importante y ayudar a la sociedad con mi trabajo". Está en la dirección correcta.
Sin embargo, muchas otras niñas y adolescentes, a las que es difícil poner voz en este reportaje, porque ni ellas mismas saben que son víctimas de la desigualdad, no pueden soñar como Eva o Carmen en esta efeméride. Por ellas, y por las que vendrán, todavía es necesario detenerse y reflexionar cada 11 de febrero.