El interés por el océano surgió de forma natural. Aunque nació en Barcelona, se crio en Xilxes, un pueblo costero de Castellón. Ariadna Mechó (1981) es actualmente investigadora en el Departamento de Ciencias de la Tierra del Barcelona Supercomputing Center - Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS), pero la versatilidad de su trabajo le permite mantener su domicilio, su hogar, en la localidad donde pasó su infancia.
Admite que siempre sintió curiosidad por la vida marina: "De pequeña me encantaba explorar las rocas y observar los bichitos que vivían allí”, recuerda durante la entrevista que mantiene por videollamada con DISRUPTORES -EL ESPAÑOL, con ocasión del galardón como ganadora de los XI Premios Mujeres a Seguir (MAS) en la categoría de Ciencia.
Más tarde, estudió biología en Valencia y fue en 2007, durante su máster en el Instituto de Ciencias del Mar (ICM) en Barcelona, cuando se embarcó en su primera campaña oceanográfica. Recorrió la costa catalana, la valenciana y el Golfo de León (Francia). Una experiencia que marcó su decisión de dedicarse al estudio del mar: “Fue un flechazo, pensé ‘esto es lo mío’”.
Después de completar sus estudios en el ICM, en 2015 viajó a Chile, donde se unió al programa de Ecología y Gestión Sostenible de Islas Oceánicas (ESMOI) para explorar las aguas de Isla de Pascua y las islas Desventuradas. “Eran zonas desconocidas y, a día de hoy, sigo vinculada a proyectos allí”.
Una oportunidad que le surgió casi por casualidad, cuando asistió a un evento en Lisboa (Portugal), donde conoció a la investigadora Erin E. Easton, de la Universidad de Texas del Valle del Río Grande, (Texas, EEUU), quien le propuso participar en esa “aventura”. A día de hoy, siguen trabajando juntas en varios proyectos.
"Trabajamos con escenarios futuros para analizar cómo distintas especies podrían adaptarse o desaparecer como consecuencia del cambio climático"
En 2020, un contrato como investigadora la llevó hasta Francia en medio de la pandemia. Al otro lado de la pantalla cuenta que, a pesar de las dificultades —estaba embarazada de cinco meses y sufrió las restricciones del confinamiento—, en esta etapa descubrió una nueva forma de investigar “conectando datos físicos, químicos y biológicos” para ampliar su trabajo como investigadora.
Desde 2023, y gracias a una beca Marie Curie, Mechó forma parte del BSC-CNS, un referente europeo en supercomputación. Su labor aquí no es de laboratorio, sino de análisis de datos para saber con más precisión cómo el cambio climático está afectando y afectará a los ecosistemas marinos.
Simuladores, gemelos digitales y 'big data'
Una de las herramientas fundamentales en su investigación son los sistemas de modelización terrestre. Estas simulaciones avanzadas permiten analizar variables como la temperatura, el pH del agua, la concentración de oxígeno o el grado de acidez de los océanos. Los técnicos del BSC-CNS desarrollan estas soluciones "imprescindibles para anticipar cambios en la biodiversidad marina”.
"Trabajamos con escenarios futuros para analizar cómo distintas especies podrían adaptarse o desaparecer como consecuencia del cambio climático. Por ejemplo, si el agua se vuelve más ácida o la temperatura aumenta demasiado, sabemos que los corales de profundidad estarán en grave peligro. Esto nos permite identificar áreas prioritarias para su conservación", explica.
Ariadna Mechó, duranta la última edición de los Premios MAS, en la que ha resultado ganadora en la categoría de Ciencia
En este punto de la entrevista, Mechó se detiene para alabar uno de los aspectos que más le ha sorprendido muy gratamente del centro donde lleva a cabo su trabajo: el alto nivel de conocimiento de sus técnicos. “Trabajamos mano a mano con especialistas en computación para diseñar herramientas que nos permitan interpretar datos complejos y adaptar los modelos a nuestras necesidades. Por ejemplo, si identificamos que el pH es una variable clave para una especie determinada, los técnicos pueden diseñar simulaciones específicas para esa variable”, detalla.
Aquí, la investigadora ejerce además de puente entre esta institución y otros organismos, como el Instituto de Ciencias del Mar. Fruto de esa colaboración, adelanta a este medio que actualmente están trabajando en la posibilidad de incorporar modelos de restauración de ecosistemas en un gemelo digital del océano, “una herramienta de simulación avanzada que nos permitirá prever el impacto de las actividades humanas en los océanos y mares”, explica.
"Junto a especialistas en computación, diseñamos herramientas que permitan interpretar datos complejos"
En el BSC-CNS, también coordina el Proyecto Moana, cuyo objetivo es evaluar cómo estas alteraciones están afectando a la distribución de las especies marinas en islas y montes submarinos. “Estas áreas, ricas en biodiversidad, actúan como refugios y corredores para numerosas especies”, apunta.
"Con Moana buscamos entender el presente y prever el futuro. Identificamos zonas críticas que podrían convertirse en reservas marinas y desarrollamos estrategias para mitigar los impactos del cambio climático”.
Exploraciones en Chile: un océano lleno de vida
El trabajo de Ariadna Mechó no se limita a la modelización. En abril de 2024, formó parte de una campaña en el Pacífico, frente a las costas de Chile. Una expedición que fue posible gracias al apoyo de una fundación filantrópica estadounidense. "Cada año, seleccionan proyectos científicos y proporcionan su buque, el Falkor, para llevarlos a cabo. Es un barco impresionante, construido en los astilleros de Vigo, y equipado con tecnología de última generación”.
Durante 40 días, el equipo tuvo la oportunidad de investigar montañas submarinas inexploradas. Unas áreas ricas en biodiversidad que funcionan como “corredores” para especies migratorias, como ballenas o tiburones. "Encontramos corales de profundidad, esponjas y otras especies formadoras de hábitats, que actúan como los árboles de un bosque. También descubrimos especies completamente nuevas para la ciencia”.
La campaña se centró en zonas que iban desde los 60 hasta los 2.800 metros de profundidad, que exploraron con un robot submarino provisto de sensores, brazos robóticos y cámaras de altas resolución. "Lo primero que hacemos es mapear el fondo marino. Esto nos permite identificar montañas, cañones o zonas de interés. Sin esta información, sería como ir a ciegas, porque a esas profundidades estamos hablando de kilómetros de agua entre nosotros y el fondo”.
El robot, del tamaño de un coche pequeño, se encarga de medir parámetros como el oxígeno, la temperatura y el pH del agua, mientras las cámaras de alta resolución capturan imágenes detalladas. "Los pilotos manejaban el robot desde el barco, siguiendo transectos previamente definidos. Estos transectos son trayectorias rectas que nos ayudan a recopilar datos de manera sistemática, sin desviarnos”.
"Mapeamos el fondo marino con un robot provisto de sensores, brazos robóticos y cámaras de alta resolución"
El brazo mecánico del robot es el que recolecta las muestras. "Cuando detectamos una especie interesante, le pedimos al piloto que use el brazo para recogerla y guardarla en una de las cajas del robot. Cada muestra se etiqueta con precisión con datos como la profundidad a la que se ha encontrado o las, coordenadas”
Pero el trabajo no termina aquí. Una vez que el robot regresa al barco, se catalogan las especies, se toman fotos y se las prepara para su conservación. "Algunas muestras se congelan, otras se preservan en alcohol y otras se utilizan para análisis genéticos. Es un proceso muy detallado y cualquier error puede comprometer los resultados”.
Esta misión también incluyó la recolección de sedimentos y rocas del fondo marino, útiles para comprender la composición del ecosistema. "El sedimento nos da pistas sobre cómo interactúan las especies con su entorno. También ayuda a los geólogos a analizar la historia de estas zonas”.
De vuelta en Barcelona, la investigadora utiliza las herramientas del BSC-CNS para analizar los datos recopilados y proyectar cómo el cambio climático podría alterar estos ecosistemas.
Océanos por descubrir
Para Ariadna Mechó, el océano es mucho más que un objeto de estudio. “Lo que más me impresiona es cuánto nos queda por descubrir. No solo almacena CO2, también alberga una gran biodiversidad y debemos protegerlo a toda costa. Lo que le pase nos afectará a todos, incluso si ocurre al otro lado del mundo”, reflexiona.
Sin embargo, trabajar por la protección del océano no está exento de retos. Según la investigadora, la ciencia en España se enfrenta a barreras “estructurales” que dificultan su avance: “Sentimos que nuestro trabajo no se toma en serio. En otros países, como Chile, la ciencia tiene mayor consideración, tanto a nivel social como político. Además, falta una comunicación eficaz para explicar en qué consiste nuestro trabajo y por qué es importante”.
"Parece que el conocimiento basado en años de investigación tiene el mismo peso que teorías sin fundamento que se difunden en redes sociales”
Este déficit de comunicación científica es uno de los puntos que más le preocupa y se extiende en ello: “Muchas veces parece que el conocimiento basado en años de investigación tiene el mismo peso que teorías sin fundamento que se difunden en redes sociales”, añade, no sin cierta sorpresa de que esto pueda ocurrir en una sociedad como la nuestra.
Una dificultad que se añade a los obstáculos que supone de por sí cualquier carrera científica. Menciona la falta de estabilidad laboral, los sueldos bajos y las exigencias constantes que han llevado a muchos compañeros a abandonar: “Es frustrante ver cómo muchos colegas con talento dejan la ciencia porque no pueden mantener una carrera en estas condiciones”, lamenta.
A pesar de los desafíos, Ariadna mantiene la esperanza en el poder transformador de la ciencia. Sus palabras finales son un recordatorio de la importancia de actuar con urgencia: “El océano nos enseña lo poco que sabemos. Cada vez que hacemos un descubrimiento, nos damos cuenta de lo valioso que es. Por eso, debemos actuar para protegerlo. No es solo una cuestión de biodiversidad, sino de supervivencia”.