Anatoly Kravtsov, fundador de Kepp EU.

Anatoly Kravtsov, fundador de Kepp EU.

Investigación

Bombardear silicio con electrones para producir microchips más baratos, la receta de un ‘genio’ ruso

DISRUPTORES - EL ESPAÑOL visita el laboratorio de Anatoly Kravtsov en un destartalado edificio de Riga, desde donde espera revolucionar la fabricación de semiconductores con una disruptiva tecnología de su invención. 

Más información: Anne L'Huillier, la Nobel en Física que fue capaz de capturar el movimiento de los electrones en attosegundos

Riga (Letonia)
Publicada

El taxi atraviesa una zona sin urbanizar antes de volver a pisar asfalto para detenerse ante un destartalado edificio de dos plantas, en un oscuro callejón arrabalero de Riga. Literalmente oscuro: no hay una sola bombilla que lo ilumine, salvo una distante farola.

La persona que nos acompaña a un grupo internacional de periodistas llama a una puerta de aspecto anodino. La abre un hombre, entrado en años y embutido en un guardapolvo azul, con el que conversa quedamente hasta que se escucha una voz desde el interior que, probablemente en ruso, parece indicarle al cancerbero que nos está esperando. Así que franquea el paso y entramos.

Nos había sido dicho que íbamos a visitar un laboratorio en el que se desarrollan novedosas tecnologías para la fabricación de microchips. La obra de un científico, ingeniero y emprendedor, que “exporta obleas de silicio a China”, entre otros países, siendo toda la maquinaria de elaboración propia. Puro bricolaje.

Un primer vistazo, tras cruzar un pasillo, permite adivinar una diáfana (pero abigarrada) sala de trabajo que ocupa toda la altura del edificio. No está demasiado iluminada y la domina una especie de enorme tolva blanca, salteada de tubos, cables y lucecitas.

Por arriba la remata una salida de humos que traspasa el techo. Pegado a ella, un elevador articulado; más acá, una mesa con un ordenador y diversos cachivaches; y más allá, otros aparatos cuya finalidad no es fácil de imaginar.

Resulta difícil no evocar la película 'El jovencito Frankestein' (1974, filmada en blanco y negro por Mel Brooks), y el extravagante laboratorio del doctor creador del monstruo. Una sensación que, además, se acrecienta cuando el ayudante del guardapolvo aparece empujando, encorvado, una carretilla industrial para acercar unos indefinibles objetos a su maestro…

“Mi nombre es Anatoly Kravtsov”, declara el responsable de todo esto, enfundado en una cazadora de cuero, mientras se pelea con el ordenador para mostrar en pantalla un vídeo que se resiste. Es el fundador de Kepp EU, la empresa en cuya sede tiene lugar la reunión.

Silicio cristalino

El vídeo presenta la tecnología “EBZ Single Crystalline Silicon”, desarrollada por Kepp EU, es decir, por Kravtsov. “Es el futuro de la producción de chips”, afirma, a partir de un método patentado para fundir el silicio con un bombardeo de electrones, “eliminando virtualmente las impurezas e incrementando la producción hasta un 40% sobre los métodos tradicionales”.

“El nitruro de galio para obleas de silicio de alta resistencia parece preferible en frecuencias de cinco a siete gigahercios. La producción de una oblea epitaxial de este tipo y de los dispositivos que la componen es un proceso tecnológico bastante complejo”, prosigue la explicación citando a Sumco, uno de los grandes fabricantes mundiales. Luego habla de una segunda opción de producción, mediante el uso de campos magnéticos en un crisol donde se funde el silicio. Indica que son los dos procesos que se usan típicamente para producir, en ambos casos, obleas de hasta 200 milímetros.

Aumentar el diámetro a 300 milímetros reduce los costes un 40% y en eso nuestra tecnología puede ser de gran ayuda”, indica la voz en off“Nosotros crecemos hasta los 600 milímetros, que sería el gran objetivo de la industria para los próximos 10 años”, interrumpe Kravtsov la explicación grabada. 

Subraya que el gas generado al fundir el silicio con su disruptivo procedimiento puede ser reaprovechado para paneles solares o detectores de partículas de alta energía. Asegura que la pureza de su producto ha sido verificada por la Universidad Tecnológica de Múnich.

Precisamente en el carro traído por el ayudante hay algunas muestras de silicio que Kravtsov enseña con orgullo, explicando el estado de cristalización, todavía con diferentes grados de pureza, e instando a tocarlo para percibir la suavidad con nuestros propios dedos. “Hemos creado todo lo necesario para el proceso, desde el diseño del equipo hasta el software. Los empleados de Kepp EU han publicado más de 35 artículos y conferencias. Han creado más de 30 invenciones, algunas de ellas patentadas”, incide. 

Otro de los argumentos que Kravtsov expone a favor de su tecnología es que no necesita el carísimo equipamiento que típicamente requiere una fábrica de obleas. El suyo, afirma, es “mejor y más barato”.

“He invertido en esto más de veinte años. Empece a trabajar en Ucrania, en 1979. Y con este procedimiento, en 1981, así que lo conozco muy bien. Trabajé en Ucrania 18 años. Acudí a Moscú, al gobierno, porque era la época de la Unión Soviética y era un plan gubernamental. Luego tuve algunas dificultades con las máquinas… En 1990 establecí mi propia compañía, Kepp”.

El nombre de la empresa, comenta Kravtsov, no significa nada por sí mismo. Es una combinación de conceptos. Las dos primeras letras, “ke”, son el principio de la palabra cerámica en ruso (керамика, pronunciado kerámi-ka). “El padre de mi esposa tenía gran experiencia en cerámica y trabajamos juntos”. Y las dos “P” son una especie de acrónimo de “semiconductor en ruso, полупроводник, polu provodnik”.

Ucrania, Rusia, Letonia… 

“Es como una compañía de cerámica y semiconductores”, remacha, para continuar su historia: “Llegué a Letonia en 2011 y establecí la compañía en 2012, para empezar a trabajar poniendo un montón de mi propio dinero. Había conseguido cierto dinero entre 1990 y 2011 [la URSS se disolvió en diciembre de 1991]. Prácticamente lo gasté todo en esto y conté con el apoyo del gobierno letón”.

Cuenta que salió de Rusia, para instalarse en su nuevo país, porque no tenía a la vista planes para seguir investigando. Gestionó sus papeles en la embajada letona en Moscú y en la actualidad disfruta de la ciudadanía permanente.

Kravtsov invita a los periodistas a subir por turnos en el elevador, para observar una pantallita que controla la emisión de electrones dentro de su “reactor” (la enorme tolva blanca), donde genera el silicio cristalino a elevada temperatura. Ninguno entiende realmente que es lo que está viendo, pero todos los que osamos subir a la plataforma comprobamos que, efectivamente, hay muchos elementos de control que mirar.   

“¡Cuidado ahí, no se caigan!”, interrumpe en algún momento sus explicaciones el científico, señalando un foso en la otra esquina del laboratorio, del que emerge otra tolva más pequeña y al que inadvertidamente se iban acercando, de espaldas, algunos visitantes. “Esa fue nuestra primera máquina”, advierte muy ufano, “pero nos hacía falta que fuera más grande. Todo esto lo he hecho yo”, añade señalando a su alrededor.

“Cuando esta máquina [la pequeña] empezó a funcionar, en 2020, mis principales clientes eran rusos. Estábamos en el nivel de los 100 milímetros. En 2022 corté mis relaciones con Rusia y cerré la máquina”. Se sobreentiende que se refiere al momento en que las tropas de Putin invadieron, por segunda vez, Ucrania. La primera fue en 2014.

Ahora sus relaciones son con Turquía y China, donde ha viajado ya en diez ocasiones. También está en conversaciones con clientes en la India. Pero confiesa que en la actualidad sus únicos ingresos “son pérdidas”. Su nuevo procedimiento no está terminado de pulir. Está revisando la nueva máquina y espera reemprender el negocio en este año 2025. “Quizás a mediados de año. Estaría feliz si fuera así. Sería muy rápido”.     

Abre los brazos, abarcando los artefactos que nos rodean y reitera que todo es obra suya. “Pero, ¿ha fabricado usted las máquinas y las piezas tan complejas?”, le pregunta con incredulidad este periódico. “No… yo lo he diseñado todo. Los elementos los he encargado a varios fabricantes y yo lo he montado”, responde.

“¿Y tiene estas máquinas patentadas?”, insistimos.

Kravtsov sonríe, mientras niega con la cabeza. “Para patentarlo hay que ponerlo todo por escrito, dejar planos a la vista… Está todo aquí”, concluye, golpeándose la frente con un dedo.