Hace 48 años, en el ocaso de la década de los 60, un grupo de empleados de los laboratorios Bell (de aquella, en manos de AT&T) dieron vida a una vieja aspiración del incipiente sector tecnológico, en la que también había trabajado con ahínco el MIT: crear un sistema operativo portable, multitarea y multiusuario, que pudiera ser utilizado de muy diversas formas, por distintos fabricantes, para construir distribuciones personalizadas a cada necesidad específica.
Era el nacimiento de UNIX, una tecnología que todavía perdura en nuestros días y de cuyo germen surgieron sistemas tan populares como Solaris (Sun), MacOS (Apple), AIX (IBM) o HP-UX (HPE). En su momento, UNIX fue alabado por sus innovaciones técnicas, pero el mayor patrimonio que este sistema operativo dejó para la historia es haber abierto la veda a una tecnología transversal (frente a los silos anteriores), horizontal (frente a la integración vertical de los primeros equipos de hardware y software) e interoperable entre distintas plataformas.
"UNIX lo cambió todo, fue el primer paso de la innovación abierta en el segmento del software informático", Paul Cormier, presidente de productos y tecnologías de Red Hat. "Luego Intel hizo su aparición como actor independiente para favorecer también la innovación horizontal en el mundo del hardware".
Sentadas las bases de esa aproximación abierta y que se abstrae del fabricante de turno para beneficio del cliente (que no se ve atrapado en una sola plataforma y, además, puede conectar aplicaciones o sistemas físicos entre sí sin 'demasiado' problema), hacía falta el revulsivo final que hiciera despertar las ganas de abordar el futuro digital con una mente despejada, colaborativa y basada en el concepto de comunidad.
Hubo que esperar hasta 1991, concretamente hasta el 25 de agosto de ese año, para que viera la luz la primera versión de Linux. Este sistema operativo, ideado por Linus Tovalds, incorporó en su seno todos estos principios y sirvió de abono para el despegue definitivo del software open source, en el que el código es compartido con toda la comunidad de desarrolladores, independientemente de que determinadas versiones de la plataforma sean de pago.
"El éxito de Linux no podría haber sucedido jamás si hubiera sido una plataforma cerrada. Solo se convirtió en la mejor opción porque cualquiera podía aportar sus ideas al proyecto", añade Cormier, ponente destacado en el Red Hat Summit 2018, evento que congregó a 7.000 profesionales en San Francisco. Los hechos le dan la razón al directivo: más de 300 distribuciones de Linux existentes y haberse convertido en el estándar de facto para los sistemas operativos en servidores y centros de datos constatan que la apuesta por el código abierto fue todo un acierto.
"Lo más potente de Linux es que, además, obligó a crear todos los componentes de un sistema operativo en open source, desde bases de datos hasta entornos gráficos, pasando por sistemas de contenedores o de virtualización".
Pero, como cantan Silvestre Dangond y Juancho De la Espriella, "el pasado no hace que la gente sea correcta, es el sentimiento del presente lo que cuenta". Un presente que reivindica para sí los valores del código abierto, de esa innovación horizontal, y mira hacia un futuro donde la complejidad y los silos parecen formarse cual cúmulos o cirros: en la nube.
"Las tecnologías open source tienen que estar disponibles en escenarios cada vez más complejos y footprints de lo más diversos, porque los clientes demandan flexibilidad entre cloud y CPD, entre apps creadas hoy y las creadas hace 10 años. Y la clave, igual que con UNIX, pasa por conseguir una experiencia consistente entre todos los niveles", adelanta Cormier. "Hace siete años dije que el futuro sería abierto y lo que estamos viendo ahora es que la coexistencia de diferentes nubes públicas, entornos tradicionales y modelos híbridos amenaza con generar nuevos silos y restricciones a la innovación".
Pero a toda acción le sigue una reacción opuesta y de igual fuerza. Por ello, Red Hat se ha autodeclarado abanderada de promover el código abierto y la interoperabilidad en este nuevo mundo, ofreciendo una amalgama de servicios para dotar de esa capa de abstracción al caos que parece avecinarse sobre los despliegues tecnológicos del siglo XXI.
Desde OpenShift (para la gestión de contenedores, permitiendo mover aplicaciones entre distintos entornos de forma segura y con las mismas condiciones y políticas de configuración) hasta CoreOS (plataforma que aspira a ser el modelo por defecto en estos entornos, como infraestructura inmutable basada en distribución mínima de Linux con menos superficie de ataque, actualizaciones over-the-air y optimizada para contenedores).
Y como todo esto va de integrar y colaborar, toca predicar con el ejemplo. Tanto internamente (combinando OpenShift con Openstack para abordar la gestión y migración de entornos de nube híbrida, así como de máquinas virtuales a microservicios) como hacia fuera (con alianzas estratégicas con Microsoft para que sus diferentes soluciones se muestren en Azure con las mismas condiciones que en entornos on-premise, o con IBM, para integrar su nube privada y una versión paquetizada de su middleware con la plataforma de contenedores de Red Hat). A lo anterior han de sumarle un poco de automatización e inteligencia artificial, otra gotita de flexibilidad y escalabilidad y mucho de colaboración y cocreación con la comunidad. Listo.