“Lo primero, vamos a establecer unas normas de comportamiento. Para aplaudir, lo hacemos así…”, dice Yossi Vardi, en la apertura del festival DLD Tel Aviv. Muestra las palmas de sus manos a la altura de los hombros y las agita en un gesto que ya conoce todo el que haya visto algún espacio de televisión con traducción simultánea para sordos.
“No podemos tener todos los micrófonos abiertos para aplaudir, pero hay que apoyar a los ponentes y animarlos…”, reitera el respetado patriarca de los emprendedores israelíes y presidente de la organización DLD, que añade más lenguaje de gestos: para expresar aprobación a lo que digan los ponentes, mano delante de la cámara con pulgar arriba. Para mostrar rechazo, pulgar abajo (“¡Iugula!” exclamaba el emperador romano y el gladiador caído era degollado). “Pero el que lo haga se arriesga a no volver el año que viene”, advierte Vardi con retranca.
Es la nueva etiqueta digital de andar por casa, literalmente, en los tiempos del “corona” (como muchos lo nombran campechanamente) y de la pantalla de Zoom. Una pantalla partida en veinte ventanitas en la mayoría de las presentaciones de este festival de la innovación. Y en cada ventanita, una imagen recortada desde un hogar remoto. La nueva etiqueta no reclama corbatas ni casual wear. Vale todo. Desde el sujeto en California que se mueve en chandal rítmicamente adelante y atrás frente a la cámara, sobre lo que puede adivinarse como una máquina de remo (sin esfuerzos de imaginación: un poco más allá se ve una cinta de correr), hasta la joven rubia que no para de hacer mohines y colocarse el pelo, a un lado, al otro, tal vez sin ser consciente de que la imagen de su cámara está incluida en el mosaico vivo de Zoom. Y de repente, se le escapa un enorme bostezo. No, seguro que no era consciente de que todos la estamos viendo.
“El hogar es el nuevo centro de la vida”, señala Vardi, anticipando una de las mesas redondas del programa, con Harry Moseley, CIO de Zoom, en una edición del festival donde de lo que más se habla es la disrupción global de nuestras propias vidas. Sergio Vinitsky, que tiene el curioso cargo de delegado israelí en ‘Barcelona Smartcity’, observa que “decirle a un latino que tiene que quedarse en casa, que no puede tocarse con otros, ni ir al bar de tapas, es lo peor. Por eso aquí dicen que ‘nos quedamos en casa, sí, pero, ¿por qué?’ Falta mucha información. En Israel tenemos mecanismos de comunicación para avisarnos de sucesos importantes, aunque sea por Wahtsapp. Aquí no lo tienen… Y luego, resulta que las regulaciones son distintas en Barcelona y en Madrid. Hay mucha tensión. Nadie sabe lo que va a pasar. Esto es un cambio de cultura. La clave es tenerlo todo a 15 minutos de casa, el trabajo, el colegio de los niños, el parque, los sitios para salir…”.
Lo cierto es que, en el mundo aislado, todo se ve peor. Los eventos online se atragantan y son menos fructíferos. Se va demasiado tiempo en saludos, agradecimientos y tropiezos técnicos, mientras escuchas hablar a gente que tiene la boca cerrada y luego gesticula sin que se le oiga nada. Hay retardos, ruidos que se cuelan desde cualquier parte, videos que no entran a la pantalla compartida, o no se escuchan, súbitas congelaciones de imagen y ‘derretimiento’ en un empastelado de colores de caras borrosas. O súbitas irrupciones de Sinatra under my skin. Es como ver mala televisión durante más de tres horas seguidas. Mala, no porque los contenidos sean la telebasura habitual de nuestras teles: es que parece que han dejado la realización del nuevo medio en manos del becario recién llegado, experto en padecer y provocar una interminable sucesión de fallos catastróficos.
Lo que más se repite son advertencias del tipo “tienes que unmutearte”, mientras un improvisado coro de gestos trata de hacer ver al orador recién llegado que tiene el micrófono cerrado.
Antes de digitalizarse a la fuerza este año, el DLD se expandía por la bulliciosa Tel Aviv, más allá del recinto ferial, llenando las calles de actividades y muestras de tecnologías fascinantes para los chavales. En la sede del festival, pasar de un sitio a otro obligaba a abrirse paso entre un hervidero de gente, casi en la manera milagrosa que Moisés separaba las aguas del Mar Rojo. “El año pasado, en los diversos eventos, llegaron a participar 18.000 personas. Este año, online, tal vez sean 5.000”, dice Vardi, con nostalgia (las inflexiones socarronas de su voz no cambian).
Y con el nuevo sistema no hay manera de hacer un aparte con ese ponente que ha sorprendido con sus explicaciones, o de concertar entrevistas con personajes destacados. Todos ellos están a miles de kilómetros de distancia y a sólo un clic de esfumarse.
Hace tres años Tel Aviv respiraba triunfo en el DLD. Intel acababa de comprar Mobileye por más de 15.000 millones. El exitazo de la filosofía Startup Nation. INNOVADORES le recuerda el dato a Vardi, para preguntar cómo han evolucionado las cosas desde entonces. “Lo que está pasando es que ahora muchas compañías salen a cotización pública y están alcanzado valoraciones de siete, ocho o nueve mil millones, que es algo que no habíamos visto antes. Intel se ha introducido en el área del transporte tras comprar Mobileye y esta se ha convertido en líder del desarrollo de software para automóviles. Ahora, cuando compras un coche, el 60% es electrónica, que ya cuesta más que el metal… En Israel nunca hemos sido capaces de hacer un coche decente, y lo hemos intentado varias veces. Con el software, Israel se ha situado entre los mejores y más brillantes, así que vienen de todo el mundo para comprar pequeñas compañías y crear las más sofisticadas piezas de equipamiento. Y en todo esto Mobileye juega un papel principal”.
Un dato fundamental es que las startups y pequeñas empresas que son adquiridas por multinacionales no se van del país. Tiran del comprador para que se instale, como hizo Intel con Mobileye y le han seguido otras grandes corporaciones. David Frigstad, presidente de Frost & Sullivan tiene una explicación muy rotunda de por qué Israel es atractiva para tantas multinacionales: “Por la cultura innovadora del país y sus modelos de innovación. Y por el gran espectro de industria que encuentran aquí para atender sus necesidades”. No utiliza la palabra mágica, “ecosistema”, pero es de lo que habla.
El DLD Tel Aviv incluye la competición Innovision para ecosistemas, que este año reunió 50 candidaturas de todo el mundo. La ganadora es el Bussines Hub de Helsinki, señalando a la capital finlandesa como líder entre los centros globales de innovación y uno de los espacios más amistosos para startups en sus primeras etapas.
No es ciencia ficción
En la sesión ‘No es ciencia ficción’, Alon Wolf, de The Technion, mostró sus ‘serpientes robóticas’, máquinas con estructura anillada, que buscan supervivientes por control remoto reptando por un derrumbamiento, o se introducen en un cuerpo humano para que se practique una cirugía mínimamente invasiva en el George Washington University Hospital. Nadar Noor, de la Universidad de Tel Aviv, cultiva tejidos cardiacos que laten, para crear prótesis con impresión 3D y se multiplica la aplicación de nanobots a la medicina.