Definir la normalidad en estos tiempos convulsos resulta cuanto menos osado. Pero, en cambio, no hay duda de que todos anhelamos volver a ella de una forma u otra. También en lo que concierne a los grandes hitos del año en el sector tecnológico, esas citas marcadas a fuego en el calendario de propios y ajenos, fechas en las que todo se paralizaba a la espera de lo que aconteciera en Barcelona, Berlín, Tokio, San Francisco o Las Vegas.
La primera de esas obligadas convocatorias era la que solía competir en atención con los Reyes Magos: el Consumer Electronics Show (CES) de la ciudad del pecado y los casinos. En sus orígenes, en 1967, el CES se celebraba en Nueva York. Luego ya recaló en el desierto de Nevada hasta que, el pasado curso, la pandemia obligó a una celebración completamente virtual de esta feria que reunía a cientos de miles de personas.
Es cierto que el CES llevaba varios años, previos a la pandemia, resultando un tanto difuso, con el rumbo algo perdido y sin demasiada enjundia en su contenido. Recordemos que se trata de una de las principales ferias de la tecnología de consumo (B2C), donde se han presentado innovaciones tan dispares como las cámaras de vídeo personales, los ordenadores de Atari o Commodore e incluso la XBOX de Microsoft. Y, sin embargo, en las últimas ediciones todo eso se entremezclaba con presentaciones de tecnología empresarial (B2B), teleoperadores (la 'commodity' de toda esta industria) e incluso fabricantes industriales o de automoción.
No era algo que le pasara sólo al CES: la misma heterogeneidad de difícil explicación la podíamos ver en el Mobile World Congress de Barcelona o en el CeBIT de Hannover antes de su destierro. Pero al menos quedaba algo de valor en todas estas citas, en tanto cuanto nos permitían adelantarnos al futuro que nos esperaba. Hasta el año pasado, cuando la prometida como "edición más pragmática de la historia" del CES demostró que este evento era incapaz de ser el faro hacia el mañana, pero también de hacer de testigo del presente.
Con todo ello como telón de fondo, había mucha expectación por este CES 2022, que comienza la próxima semana en Las Vegas. Es la edición de la vuelta a la normalidad, al menos entendida como presencialidad, con una rebaja ya de los temas asociados a la salud a causa de la pandemia y las miras puestas de nuevo en los temas centrales de la evolución tecnológica.
Pero la organización de este congreso, la CTA, no contó con la variante ómicron del coronavirus. Una vez más, y como ya sucediera con la 'edición de transición' del MWC 2021, numerosos fabricantes han ido retirándose de este evento en las últimas semanas por temor a nuevos contagios o escándalos que afecten a sus reputaciones: Meta, Twitter o Pinterest, T-Mobile, Microsoft, Google o Lenovo son sólo algunos de los grandes nombres que han preferido pasar en esta mano de la ruleta del CES.
La sangre, por suerte, no ha llegado al río, o al menos eso defienden los organizadores. Según sus cifras, de las 2.200 empresas participantes en la cita, apenas 42 han cancelado en los últimos días, "representativas de menos del 7% de nuestro espacio de exposición". Sea como fuere, la ausencia de algunos de los principales rostros del sector hace ya, de por sí, que el CES 2022 pierda gran parte de su valor noticiable.
Por si no fuera poco, el café se queda más aguado, o más descafeinado si lo prefieren, cuando echamos un vistazo a la agenda del evento. Más allá de las presentaciones de consumo, lo cierto es que no hay apenas rostros indicativos de la industria tecnológica que vayan a participar en el evento. Apenas unos pocos colosos -como Qualcomm- mantienen presencia física al más alto nivel en Las Vegas, en una edición que se antoja mucho más orientada a productos que a estrategias como se estaba reorientando en los últimos años.
Igualmente, el análisis de los distintos paneles oficiales del CES 2022 arroja una preocupante falta de profundidad. A pesar de que se cubren muchos de los temas candentes en estos momentos (desde la privacidad a los avances en inteligencia artificial, ciberseguridad, edge computing o computación cuántica), los expertos que participan en dichas discusiones son desconocidos para el gran público, pertenecientes a patronales asociadas a la CTA o, directamente, miembros de la organización de la feria. Si en otras ocasiones el CES permitía conocer las impresiones de grandes voces de la industria, independientes y con voz destacada en su nicho de conocimiento, este 2022 no podemos esperar gran cosa.
No volvemos a la normalidad en cuanto al continente (la presencialidad) ni en lo que atañe al contenido. ¿Será otro CES que de tanto "pragmatismo" acabe siendo irrelevante? ¿Puede sostenerse esta feria con un goteo limitado de anuncios de electrónica de consumo en competencia con los propios eventos de cada una de las marcas? ¿Es la decadencia de esta edición un efecto colateral de la pandemia o el síntoma de un desgaste más profundo? Quizás tendremos que esperar a 2023 para poder responder a estas preguntas.