Corea del Sur tiene una extensión similar a la de Castilla y León con 100.210 km2. El país es principalmente montañoso, carece de campos extensos donde criar ganado, por eso comerse un filete de ternera es casi un lujo en algunos hogares de clase media. Una peculiaridad que nos cuentan a un reducido grupo de periodistas españoles al poco de aterrizar.
El nivel de vida es similar al de España, con una renta per cápita de alrededor de 32.650 € (en 2021, según el Banco Mundial), un sueldo mínimo que ronda los 1.000 € al mes y un promedio de 40.000 € al año para cualquier licenciado. Eso sí, su jornada laboral es más prolongada: 52 horas a la semana máximo, una de las más altas del mundo.
En este país asiático residen algo más de 51 millones de personas. Una cifra también similar a la población de España, pero con la diferencia de que han de compartir un terreno mucho más pequeño, con recursos naturales limitados y una geografía complicada. De ahí que la mayoría de la gente viva en apartamentos de edificios muy altos, algunos casi rascacielos de más de 50 plantas. Gran parte reside en la capital, Seúl, con 10 millones de habitantes.
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Recorrer Seúl es desplazarse por grandes vías de no menos de cuatro carriles, siempre atascadas en hora punta, y por las que circulan algunas de las grandes insignias surcoreanas del motor junto a unos pocos coches de reconocidas firmas alemanas.
Alrededor de esas amplias avenidas, se extienden pequeñas calles con villas de dos o tres alturas que se construyeron al mismo tiempo que los grandes edificios. Pocos cuentan con más de 70 años porque el país quedó prácticamente destruido después de la guerra de Corea de principios de los años 50.
Aunque esta ciudad es el epicentro político y económico, es a una hora de allí en coche donde una única empresa genera el 20% de su PIB. Una multinacional que nació en 1938 como una pequeña tienda de venta de ultramarinos y que en menos de 60 años se transformó hasta convertirse en un referente tecnológico global. Un crecimiento que experimentaba a la par que el país.
Su relevancia es tal que la gran avenida que conduce hasta su sede en Suwon lleva su nombre: Samsung Ro.
52 horas para investigar y ponerse en forma
El 80% de los habitantes de Suwon acude cada día a trabajar a alguno de los edificios que Samsung tiene en este complejo de 165.000 m2. El número total de empleados es de 40.000 –el 75% de la propia compañía y el resto pertenece a empresas externas–.
La estructura y organización es como la de una gran ciudad: calles anchas, instalaciones deportivas y hasta un centro de formación donde, llegado el caso, también existe la opción de residir en él.
Por su altura y superficie de espejo, destacan sobre el resto tres edificios con una nomenclatura fácil de recordar: R3, R4 y R5. La R hace referencia a research (investigación). En el último de ellos, el 5, trabajan una buena parte de los empleados: 15.000 personas, muchos de ellos investigadores dedicados en exclusiva a la gama Galaxy. Unos laboratorios que, en esta ocasión, no forman parte de la visita.
En ese mismo lugar, hace no mucho, aún funcionaba una de las fábricas de la multinacional. También es aquí donde está localizado el C-Lab, el espacio habilitado para los programas de emprendimiento para startups impulsados por Samsung en Corea del Sur.
Tampoco faltan restaurantes, cafeterías, un pequeño centro comercial, un dentista y un hospital “donde asisten a quienes sufran alguna dolencia leve”, cuenta Yongsub Kim, del departamento de relaciones públicas de Samsung, quien ejerce de guía durante la visita de D+I a este complejo.
Pero es el espacio deportivo de casi 7.600 m2, con una impresionante piscina cubierta, rocódromo, un gimnasio de más de 3.000 m2 con todo tipo de máquinas, una pista para correr de 150 metros y clases colectivas, donde más se detiene Kim.
“Los empleados pueden acudir aquí siempre que quieran para hacer un descanso en su trabajo y retomarlo de nuevo, o a la salida o entrada de su jornada laboral, que es completamente flexible”, cuenta. Una jornada que sigue los estándares de lo establecido en el resto del país: un máximo de 52 horas a la semana y un mínimo de 40.
La visita es a las 11:00 de la mañana y sólo hay una persona haciendo uso del gimnasio. Tampoco hay gente por el resto de los espacios comunes y pasillos. Algo que cambia a la hora del almuerzo, sobre las 12:30, cuando miles de empleados salen de las oficinas para dirigirse al comedor, con media docena de restaurantes, y llenar sus estómagos antes de afrontar la segunda parte del día. La mayoría, hombres. La proporción, según cuenta Kim a preguntas de los periodistas, es del 70-30. Sólo el 30% de los empleados son mujeres.
De vender pescado a trabajar con inteligencia artificial
La transformación experimentada en Corea del Sur ha ido a la par de la de Samsung. Fue en 1938 cuando su fundador, Lee Byung-chul, abrió una tienda para vender conservas de pescado, fruta y verdura. Tan sólo necesito 30.000 wones (25 €) para ponerla en marcha, pero no se conformó. Una década después ya contaba con varios establecimientos, molinos de harina y fábricas de confección textil.
En 1969 se funda Samsung Electronics, y al año siguiente comienza la producción de sus primeros televisores. Es a finales de los años 70 cuando se introduce en el sector de la electrónica de consumo, en los 80 fabrica su primer ordenador -el modelo SPC-1000- y a principios de los 90 finaliza el desarrollo del teléfono móvil, aunque el primero, el SH-700, no llegaría hasta 1993.
Hoy desarrolla su actividad en el sector industrial, que representó en Corea del Sur el 32,4% del PIB y dio empleo al 25% de la fuerza laboral en 2022, según datos del Banco Mundial. Samsung cuenta con más de 30 fábricas repartidas por todo el mundo, siete centros de inteligencia artificial y 280.000 empleados. No hay región donde no estén presentes.
De aquellos orígenes y de lo que ha venido después queda testimonio en el Samsung Innovation Museum, situado dentro de las propias instalaciones de su sede en Suwon y abierto al público los sábados. Aquí no sólo guardan algunas de las “joyas” de la historia de la compañía, también piezas originales de los inicios de la electrónica, como las bombillas creadas por Thomas Edison, el primer teléfono sin cables datado en 1896 o réplicas del ideado por Graham Bell. También la primera lavadora del mundo, el primer teléfono móvil y el primer televisor diseñado por Samsung y que nunca llegó a comercializarse.
Tres estrellas
Samsung significa tres estrellas en coreano. Cada una de ellas representa una idea: grande, numeroso y poderoso. Toda una declaración de intenciones que estuvo presente en su logo desde el principio y hasta el año 2000, cuando se diseñó el actual y que ha ido sufriendo diferentes modificaciones en los últimos años.
Ahora su negocio se centra en lo que llaman “innovación cooperativa” enfocada a tres mercados: televisores, smartphones y semiconductores. En este último, Corea del Sur es una de las grandes potencias mundiales y, según cuentan los acompañantes de D+I durante el recorrido, lo que ha impulsado la economía del país en los últimos años junto a la exportación de baterías, muchas de ellas desarrolladas en el campus de Samsung Electronics.
“Nos esforzamos por superar los límites de la tecnología. Ahora, estamos desarrollando componentes, equipos, soluciones y plataformas para el internet de las cosas que tienen el potencial de cambiar por completo la relación entre las personas y la tecnología”, explican desde la multinacional a través de un vídeo que se ve antes de comenzar la visita al museo.
El recorrido acaba con otra proyección en una gran sala con una pantalla curva y envolvente. Esta vez mirando al futuro con la tecnología como parte de cualquier ámbito que podamos imaginar: hogar, sanidad, educación, infraestructuras, trabajo, ocio…
A la salida, un sol cegador se refleja en el edificio R5 y las calles del complejo vuelven a estar desiertas. Los empleados han vuelto a sus puestos tras la comida o, quizá, están practicando spinning o nadando en la piscina antes de dar forma a ese futuro prometido por la compañía surcoreana.