Mundus vult decipi, ergo decipiatur. No está claro si esta locución proviene de algún erudito romano o renacentista, pero su significado es tan elocuente –‘El mundo quiere ser engañado, luego sea engañado’- que forma parte de la tradición jurídica, especialmente en el área anglosajona. Inevitable pensar en ella como uno de los engranajes intelectuales de una parte de la explosión digital de nuestros días. El profesor del MIT Michael Bletsas, de camino a su Grecia natal, me dio un titular que luego se ha reproducido en contextos similares: “Debes saber que si un producto es gratuito, el servicio eres tú”. Por ejemplo.

El escándalo sobre el uso de datos privados, obtenidos con equívocos a través de Facebook, debería forzarnos a reflexionar acerca de este asunto del autoengaño y su capacidad para generar actividad económica en el mundo digitalizado. El investigador Miguel Catalán sostiene en su delicioso libro El prestigio de la lejanía que una cierta dosis de autoengaño es no sólo admisible, sino necesaria para ayudarnos a ser mejores. De hecho, muchas veces en la raíz de los procesos depresivos lo que encontramos es un exceso de realismo. Catalán recoge numerosos e impagables ejemplos, como el porcentaje superior al 90% de profesores de una universidad de prestigio norteamericana que se creen mejores que sus colegas, algo simplemente imposible desde el punto de vista lógico.

El problema es cuando convertimos el autoengaño en materia prima para su explotación a escala industrial. Estos días, coincidiendo con el destronamiento de Mark Zuckerberg (¿qué habrás hecho para enfadarles?), dos investigadores del Laboratorio de Máquinas Sociales del MIT, Soroush Vosoughi y Deb Roy, han dado a conocer las conclusiones de su trabajo La propagación de información verdadera y falsa online. Son perturbadoras.

Después de analizar aproximadamente 126.000 historias tuiteadas por alrededor de tres millones de personas más de 4,5 millones de veces, clasificaron las noticias como verdaderas o falsas usando seis organizaciones independientes de verificación de datos que exhibieron un acuerdo del 95% al 98% sobre las clasificaciones. La mentira se extendió significativamente más lejos, rápida, profunda y ampliamente que la verdad en todas las categorías de información, y los efectos fueron más pronunciados en el caso de la información política falsa que en el de información falsa sobre terrorismo, desastres naturales, ciencia, leyendas urbanas o información financiera .

Resulta que la mentira es más novedosa que la verdad, e inspira miedo, disgusto y sorpresa en las respuestas. ¡Ahí lo tienes, Zuck!

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES