El término mainstream es un anglicismo que significa 'tendencia' o 'moda' dominante. Parece ser que la expresión se utilizó inicialmente por el poeta inglés Milton para designar la parte central de un río, en su libro El paraíso. Sin embargo, el significado que se le otorga actualmente no evolucionó hasta muchos años después. En 1831, el historiador y ensayista británico Thomas Carlyle utilizó esa palabra en un artículo que publicó en Quartertly Review, haciendo referencia a la 'corriente dominante' que triunfaba en esos ámbitos.
Mainstream se ha usado recientemente por agentes interesados en señalar, intencionadamente, a ciertas obras y productos de música, arte, moda o literatura que, mediante operaciones de persuasión (y grandes medios para su comercialización), logran convencer a grandes grupos de consumidores de que algo está 'de moda'. Desde ese punto de vista, el mainstream suele ser una ficción interesada construida primero por el marketing (encargado de crear necesidades ficticias en la gente), y guiado después hacia crear una clientela cautiva, incapaz de detectar que lo que 'está de moda' es una ficción y no tiene que ver con 'lo nuevo' ni con 'lo más moderno'.
Desde este punto de vista, la corriente principal, o lo que se designa últimamente como 'tendencia', por ejemplo en la etiquetas semánticas precedidas del signo almohadilla, es siempre algo provocado e intencionado y no una emergencia de la innovación o la modernidad. Por tanto esas 'tendencias' son un engaño, tanto la pared de los grandes almacenes con 'los libros más vendidos' como las conocidas listas radiofónicas de éxitos. Puro artificio propagandista engañoso y fenicio.
Le decía el otro día en su programa de radio a Ramón Palomar que para comprender los mecanismos dominantes del universo digital, hemos de revisar gran parte de nuestros significados y significantes de referencia. La combinación de la digitalización e internet, y fundamentalmente el internet social, está ofreciendo nuevos hechos cuyo diagnóstico de causas y explicación de consecuencia contradice a muchos de lo motivos y significados que estamos aplicando inercialmente para explicarnos y comprender lo que ocurre.
¿Cómo nacen los fenómenos de masas?
El escritor francés, periodista e investigador Frédéric Martel en su libro Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, se hacía preguntas sobre el tema: “¿Por qué triunfan Avatar, Shakira, Spielberg, Mujeres desesperadas, Slumdog Millionaire, Disney, Michael Jackson o MTV? ¿Cómo se fabrican los best sellers, los discos superventas y los grandes éxitos de taquilla? ¿A qué se debe el predominio de la cultura estadounidense y por qué está ausente Europa de esta gigantesca batalla cultural a escala mundial?“. Intentar contestar a esas preguntas en su libro, le costó a Martel, según la presentación, "una ambiciosa investigación de más de cinco años por 30 países, para la que ha tenido que entrevistar a 1.200 personas en todas las capitales del entertainment, de Hollywood a Bollywood, de Tokio a Miami, del cuartel general de Al Yazira en Qatar a la sede del gigante Televisa en México".
No me parece que esa ardua investigación, en realidad, pretenda más que conseguir la fórmula, o el algoritmo en la jerga actual, que dé con la clave de cómo 'se fabrican' los productos, intangibles o no, que se conviertan en 'superventas', por usar ahora la terminología antigua que ha envejecido tanto como los ejemplos de mainstream que se incluyen en la reseña de 2011, año de publicación del volumen.
El ejemplo confirma que los productos que supuestamente bajan por la 'corriente principal' comercial se 'fabrican' (otro término antiguo muy propio de la era industrial que ya abandonó Europa y el Atlántico Norte para emigrar a Asia con la deslocalización). Ahora, todo eso que se producía aquí, se confecciona en esa inmensa parte de Asia que funciona como 'fábrica' del mundo. Un 'regalo' que está haciendo que China, en breve, sea la primera potencia económica mundial.
Mencionaba que había que revisar los significados y significantes que usábamos si queríamos entender lo que está pasando hoy. La digitalización combinada con la explosión de Internet nos obliga a enfrentarnos a otra 'realidad' muy distinta a todo lo anterior. A veces tan distinta que no sirven ejemplos de sucedidos anteriores para comprenderla. Da la impresión que a mucha gente no le importa ser abducida por una nueva realidad en la que se deja llevar presa del engaño sin que eso le produzca la menor alerta o temor. Como si el ser un 'engañado' todo el tiempo, o que le erosionen su propia capacidad de discernimiento y de toma de decisiones, fuera algo irrelevante. Ser engañado no puede competir ahora con ser guay. Ya decía Albert Einstein, a principios del siglo XX, que "la inteligencia tiene sus límites, y la estupidez no". Curiosamente en este momento, en el que las 'industrias de la estupidez' han crecido exponencialmente hasta un tamaño planetario, su frase está más vigente que nunca.
¿Cómo se puede convertir algo en viralmente global?
Una pregunta importante y tremendamente actual es si las súbitas y gigantescas olas de mainstream digital que acaban impactando en nuestra realidad y, de rebote en nuestro mundo físico, son también fabricadas y, en ese caso, cómo averiguar quién es el responsable y qué propósitos esconde. La ardua búsqueda de Martel es equivalente a saber 'quién' fabrica los tsunamis digitales cuyas olas emergen en el internet social casi de forma súbita y si hay un plan previo para que se produzcan.
Estoy seguro que, recientemente en España, a sindicatos y partidos políticos, sobre todo -y al gobierno no digamos- les gustaría saber cómo se hizo viral primero y como se convirtió en una masa física de manifestaciones, la repulsa en contra de la desigualdad de la mujer, el pasado 8 de marzo. Porque a lo máximo que han podido llegar tanto los líderes como los partidos es a ponerse, como los surfistas novatos, en los márgenes de las inmensas olas de manifestantes para intentar subirse a ellas, en alguna esquina, cuando ya estaban en marcha. Imagino a más de un líder sindical preguntándose: "Ah, ¿pero esto no lo hemos organizado nosotros como hemos hecho siempre?". Los anónimos supuestos organizadores han dicho, en cambio, que llevaban un año organizándolo sin que nadie fuera consciente de ello.
Lo mismo ocurre con las declaraciones de Christopher Wylie: “No hubiera habido Brexit sin las acciones de Cambridge Analytica”. Resulta que las causas subyacentes de la tremenda ola de escándalo que ha puesto patas arriba a Facebook, y en el alambre a Mark Zuckerberg, las explica en una entrevista en la que describe cómo fue él mismo quien diseñí el maquiavélico y tecnológico plan, que ha acabado convirtiéndose en el seísmo que está haciendo temblar los cimientos de la cancillerías europeas.
Pero lo más interesante en estos casos no sólo es saber con certeza quién es quién en el plan para 'fabricar' la ola que recorre todos los mass media y los telediarios, o si la ola que va de los titulares a los despachos de los responsables políticos está controlada. Incluyendo esta vez al mismísimo presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, o al indignado Damian Collins, presidente del Comité Parlamentario de Asuntos Digitales, Cultura, Medios de Comunicación y Deportes, furibundo porque el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg se niega a ir a declarar ante su Comité. Por lo que dice coloreado por la indignación, Zurkerberg debe saber de buena tinta qué ha pasado y debe ir a explicarlo ante sus diputados británicos. ¡Faltaría más!
¿Qué es lo que está pasando el mainstream digital actual?
Pero, ¿y si Zuckerberg no supiera exactamente qué ha pasado y quién ha fabricado la ola, y él y su red social fueran, además de colaboradores necesarios, también víctimas del escándalo que ha estallado más allá de sus planes, previsiones e incluso de sus deseos? No quiero disculpar la conocida laxa actitud de Facebook sobre la seguridad de los datos de sus usuarios, que siempre ha sido vergonzosa (Pregunten a Richard Stallman). Actitud que forma parte del origen del problema actual de Facebook y también de su magnitud. Tampoco debemos ser inocentes (todo esto es cualquier cosa menos inocente y Zuckerberg, como es habitual en el dirá al mundo mucho menos de lo que sabe al respecto).
Me importa ahora aún más la reflexión a que lleva asociada la reciente pregunta de Martel sobre quién fabricaba en la era industrial los fenómenos de masas que acaban teniendo éxito mundial, una pregunta sin respuesta hasta ahora, y que sería muy equivalente a una muy actual: ¿Cómo se hace algo instantáneamente 'viral' a gran escala en las redes sociales?
O, tal vez, ¿es la propia naturaleza cibernética del internet actual, la que por su masa crítica, dimensión y estructura fractal, hace emerger esos tsunamis de las redes sociales donde la trazabilidad causa-efecto no es inteligible aún para nosotros?
Es verdad que hay rastros de instrumentos, efectos, hackers rusos, y otros extraños 'artefactos' cibernéticos con los que Christopher Wilde seduce a los periodistas y a las audiencias, pero me temo que ningún parlamentario británico de los que la ha escuchado en directo, ha llegado a una conclusión sobre la relación causa-efecto que se pueda argumentar sin ninguna duda, sobre cómo ha ocurrido, dónde o quién lo ha originado cómo ha escalado hasta su aterradora importancia actual y si se puede hacer algo al respecto sobre un Brexit que está en marcha y que hoy no tenemos idea a ciencia cierta si fue originado por la decisión de democrática de los británicos. Seguro que eso sí se lo están preguntando.
Y es que es el mismo tipo de cuestión que ya se hacia Martel, pero hay muchas en ese sentido que se pueden extrapolar y, dado que estamos en INNOVADORES, podemos preguntarnos además de cómo se hace algo viralmente global, otras cosas del tipo cómo se crea una nueva innovación o cómo se fabrica algo de éxito mundial en el mundo de los negocios global.
Estaría muy bien poder contestarlas, pero para ayudarnos, lamentablemente Steve Jobs ya no se encuentra entre nosotros, así que seguiremos con estas preguntas sin respuesta, por ahora.