La industria es el verdadero motor de las economías más avanzadas, y la base para elevar la competitividad. Hablamos del sector más proclive a la innovación, el más resistente a las coyunturas económicas y el que genera empleo más estable y mejor remunerado, sin olvidar su efecto arrastre sobre el resto de los sectores.

Su capital importancia se revela incluso más decisiva dada la irrupción de lo que es conocido como industria 4.0, o Cuarta Revolución Industrial. Europa es consciente de ello, y está en proceso de recuperar el peso industrial que perdió a finales del siglo XX. En España, hoy representa en torno al 14% del PIB, y el objetivo de cara a 2020 es que alcance el 20%. Para hacernos una idea, conseguirlo supondría la generación de 1,5 millones de empleos directos e indirectos, el 90% de ellos indefinidos y de alta cualificación.

Deberíamos plantearnos hacia dónde queremos ir como industria: qué tejido, qué estructura productiva, qué empresas necesitamos. Para ello, convendría partir de nuestras fortalezas. Un reciente estudio del World Economic Forum señala que hay 25 países que están mejor preparados para beneficiarse de la Cuarta Revolución Industrial, y de ellos, España ocupa el puesto 24. Se valoran nuestros recursos sostenibles, nuestro comercio global y nuestro marco institucional. Y son manifiestamente mejorables la capacidad tecnológica e innovadora y el tamaño de nuestras empresas. Por lo demás, España ha demostrado en los últimos años una más que aceptable capacidad exportadora de bienes industriales de calidad, y cuenta con profesionales bien formados, aún a pesar de latentes carencias en competencias digitales de las que se nos viene avisando.

No deberíamos conformarnos con ser cola de león de la Industria 4.0, y en ello creo que estaremos de acuerdo empresas, ¡Gobierno, instituciones, partidos y la sociedad en general. Si tenemos unas buenas bases para forjar un modelo industrial sólido y robusto, no hay motivo para no intentarlo. 

Uno de los principales desafíos está relacionado con la sostenibilidad. El cambio climático es real, como también lo son los objetivos que ha marcado la Comisión Europea sobre la reducción de gases de efecto invernadero. Dichos objetivos suponen un cambio radical. En España, cumplirlos implicará pasar de emitir entre 350 y 400 millones de toneladas de CO2 a sólo entre 60 y 80 millones en los próximos 15 o 20 años. Dicha reducción traerá consigo cambios muy sustanciales que afectarán a la movilidad, a la construcción y a la producción y distribución de la energía. Las empresas deberemos adoptar nuevas formas de innovación, y la industria tendrá que cambiar su mix energético, incurriendo en los mínimos costes posibles.

Por otro lado, tenemos que trabajar seriamente en la implantación y consolidación de la economía circular. Si la Primera Revolución Industrial vino a introducir el modelo de usar y tirar, la cuarta que estamos iniciando debe, ni más ni menos, recuperar la máxima de Copérnico de hace 500 años: «la Naturaleza no hace nada superfluo, nada inútil, y sabe sacar múltiples efectos de cada causa». Ya no tenemos excusa para no evolucionar hacia un modelo de sociedad que optimice las materias primas, la energía y los residuos.

El segundo gran desafío está relacionado con la digitalización, y muy en particular, con la formación necesita España si queremos un sector industrial fuerte. Al mismo tiempo, el desarrollo de tecnologías como el big data, la inteligencia artificial o la robótica están dando lugar a nuevas profesiones. De acuerdo con recientes estudios, en España se pueden crear 2,6 millones de empleos netos en los próximos diez años. Pero casi el 90% tendrá un importante componente técnico y de alta especialización. Si no invertimos en esa formación ni somos capaces de inculcar en los jóvenes el interés por las disciplinas STEM, tendremos un problema.

"No hay inversión más rentable que la del conocimiento", dijo Benjamin Franklin. Porque está en juego también la competitividad de nuestra economía. Un estudio de McKinsey estima que, si por ejemplo la máquina de vapor contribuyó en su día a mejorar la productividad en un 0,3% y las tecnologías de la información (TI) en un 0,6%, la automatización y la inteligencia artificial podrían hacerlo entre un 0,8% y un 1,4% al año. La oportunidad es lo suficientemente trascendental como para que necesitemos políticas de Estado que promuevan el desarrollo del talento.

Pero superar estos desafíos requiere también políticas de regulación que actúen como facilitadoras, y no disuasorias del progreso. Que impulsen la sostenibilidad industrial, que favorezcan el crecimiento empresarial y que estimulen la inversión en I+D+i. Las multinacionales que llevamos ya tiempo en España y aunamos la experiencia internacional con la apuesta decidida por los países en los que operamos, lo tenemos claro: si España quiere ser un país avanzado y sostenible, debe tomarse muy en serio la industria.

Informe I.D.E.A.S.



Jon Víctor Bilbao es director general de Dow para España y miembro del patronato de la Fundación I+E.