Cada vez que planteo mi visión, y llevo una década haciéndolo, sobre un modelo de ecosistema de innovación español en el que el CSIC actuaría como una especie de Media Lab que distribuiría el conocimiento de vanguardia en cascada a universidades, institutos tecnológicos, parques científicos y laboratorios de empresas, provoco dos tipos de reacción: la sonrisa sarcástica ("¿qué te has fumado?", me preguntó un dirigente empresarial estatal), o el suspiro de resignación, ¡ojalá pudiera ser eso realidad! Resistencias territoriales, obstáculos competenciales y desgana regulatoria convierten, en efecto, a esta visión en una quimera.
Como consolación, el ente que representa la búsqueda de la excelencia en nuestro país, el CSIC, ha mantenido una línea de coherencia y compromiso, pese a los problemas presupuestarios y a que exministros como Luis de Guindos le dieran la espalda durante años. Pero algo está pasando en el seno de la institución, un malestar que se habría acentuado con la llegada a la presidenta de Rosa Menéndez, hace un año. Bajan las aguas revueltas.
Un área de transferencia del conocimiento sin medios para dar salida al enorme número de patentes guardadas en los cajones, sensación de desgobierno en la resolución de conflictos internos (de telenovela), tribunales para una plaza de copto en los que ningún examinador habla copto, promesas incumplidas de programas multisectoriales e internacionales a investigadores estrella (con excavaciones muy conocidas), paralización de las cinco líneas estratégicas heredadas del anterior presidente, discrecionalidad presupuestaria, cambios en la cúpula con la incorporación de una nueva jefa de gabinete, María Jesús del Río, exsecretaria del Consejo Escolar del Estado, carencia de peso político para influir en el Ministerio... bueno, quizás ahí, en lo del peso político, haya que matizar.
Es conocida la vinculación de Alfredo Pérez Rubalcaba con el CSIC, de hecho, su voz se seguiría escuchando en algunas decisiones, pero lo es menos la de otro exalto cargo socialista, Jamie Lissavetzky, que disfruta, al parecer, de vicepresidenta vitalicia, y al que se le atribuye una enorme capacidad de influencia en el día a día.
Una de las gotas que ha colmado la paciencia del colectivo investigador ha sido la renuncia del Premio Príncipe de Asturias e investigador del CSIC, Avelino Corma, a seguir liderando el Comité Científico y Técnico de la Agencia Estatal de Investigación, como dije en esta columna. Unos días después, Menéndez participaba en un acto junto a Pedro Duque y, pese a ocupar uno de los asientos de la primera fila, ni siquiera se dirigió a Corma, a quién sí saludó cariñosamente en su discurso el ministro. Síntoma de la "falta conexión", se quejan algunos investigadores consultados, entre presidenta y colectivo. Claro, en esas circunstancias afloran las cuentas pendientes.