No se trata de una pregunta capciosa, ni de un ejercicio de obviedad. Se trata de una pregunta que encierra la clave para el desarrollo económico, social y laboral de nuestro país en la próxima década. La literatura económica evidencia que la suma de un fuerte sistema educativo, más unas potentes políticas activas de empleo, más unos eficientes planes de formación continua, son siempre sinónimo de éxito en la innovación productiva. Hablamos de tres ejes fundamentales sobre los que se asienta el empleo cualificado; un ingrediente imprescindible para consolidar innovación y competitividad en cualquier economía.
Lamentablemente, los datos que presenta España para estos tres vertebradores son sumamente decepcionantes. En términos educativos, nuestro país presenta curiosas disparidades. Por un lado, un 17% de nuestros jóvenes ni estudian ni trabajan (Eurostat, 2018); por otro, nos situamos en el top 5 de la Unión Europea en número de graduados STEM, (de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por siglas en inglés) (DESI, 2018).
La Formación Profesional agoniza en número de estudiantes, entre el repudio social estereotipado y la falta de empuje institucional (salvo la honrosa excepción de la FP Dual en Euskadi), a pesar de que la FP mantiene unos índices de inserción laboral son envidiables. La eficiencia de la enseñanza, en su conjunto, nunca sale bien parada en los indicadores internacionales (PISA, PIACC). Un aspecto clave para la innovación, como es el pensamiento creativo y crítico, no se tiene en cuenta en los planes de estudio, lo que nos sitúa en la posición 101 del mundo, a la altura de Venezuela e Irán (Foro Económico Mundial, 2018).
Las políticas activas de empleo, herramienta primordial para la inclusión laboral, están obsoletas y además son escasas. Los cursos de reciclaje profesional que se imparten no responden a las necesidades de las empresas y de empleabilidad de los trabajadores. Que las Administraciones Públicas acumulen, invernando en un cajón, 1.504 millones de euros destinados a la formación para el empleo lo dice todo (SEPE, 2018).
La formación continua para los ocupados es rara avis en nuestras empresas. El 77% de las empresas españolas nunca forman a sus empleados en competencias digitales. Sólo el 4% de las pymes –recordemos, el 98% de nuestro tejido empresarial– dan formación a nuestros trabajadores (INE, 2018). En el caso de las microempresas, este porcentaje desciende hasta el 2%. Este cúmulo de dejaciones nos coloca en el puesto 85 del mundo en inversión en capacitación de los empleados, junto a Camboya y Kuwait (Foro Económico Mundial, 2018).
Con tres pilares tan deteriorados, el empleo cualificado, como era de esperar, se resiente hasta extremos intolerables. Por ejemplo, y en contra de la percepción generalizada, España no crea empleo tecnológico, sino al contrario, lo pierde de forma paulatina: un 7% desde 2015; un 3% solo entre 2017 y 2018 (Especialistas TIC; INE, 2018). Se trata de un caso único entre las principales potencias económicas del mundo, que nos ubica en la posición 18ª en Europa en empleo TIC (Eurostat, 2017).
Cabe preguntarse cómo puede ser posible esta destrucción de empleo cuando nuestras universidades riegan el mercado de trabajo con miles de titulados STEM (de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por siglas en inglés). La conclusión es sencilla: nuestros jóvenes emigran. Los mercados alemanes, británicos, franceses, e incluso los americanos y asiático, se nutren de la alta capacitación de nuestros jóvenes universitarios.
Las cifras secundan esta afirmación: Alemania y Reino Unido crecen en empleo tecnológico muy por encima del número de titulados que generan sus universales locales; en España es exactamente al contrario. Sin lugar a dudas, los bajos salarios, la precariedad laboral y la inexistencia de planes formativos que fomenten el desarrollo profesional de nuestros jóvenes, están detrás de esta situación.
Pero no solo hay destrucción de empleo neta, sino que, además, el talento que se queda en nuestro país está desaprovechado. La OCDE afirma que infrautilizamos el 41% de nuestro mano de obra; el Foro Económico Mundial considera que desperdiciamos el 34% de nuestro talento. La temporalidad, la parcialidad y la sobrecualificación/subempleo explican estas desastrosas cifras.
Y a pesar de todos estos condicionantes negativos, muchas de nuestras empresas son líderes mundiales en innovación sectorial. Desde el turismo a la aeronáutica, pasando por la robótica o las telecomunicaciones, nuestra piel de toro está salpicada de empresas punteras, competitivas e innovadoras. Referencias mundiales en muchas ocasiones.
Por tanto, y volviendo a la pregunta inicial ¿es posible un país innovador sin empleo cualificado? Sólo en un rango moderado tal y como nos describe la Unión Europea en su ranking de Innovación. Sin empleo cualificado sólo podemos aspirar a destellos puntuales de algunas empresas; sin una fuerza laboral con la preparación necesaria, nuestra capacidad innovadora como país quedará anclada en la mediocridad.
¿Qué pasaría si evolucionamos esta pregunta hacia el siguiente escalón? ¿Podemos convertirnos en un país líder en innovación? Sí, si somos capaces de retener el talento que sale de nuestras universidades, si reforzamos y aumentamos el potencial de nuestra fuerza laboral y si recalificamos con prontitud y diligencia todos aquellos puestos de trabajo obsoletos. Si cumplimos con estas tres premisas, podemos aspirar a tener un papel destacado en el escenario mundial de la innovación.
En conclusión, si no articulamos medidas públicas y privadas que adecúen la cualificación de nuestro empleo a los requerimientos que exige el futuro de la tecnología, condenaremos a nuestro país a un papel de comparsa en el ámbito internacional de la innovación; un escenario indeseable que podría depararnos ostracismo económico y retrocesos sociales.
José Varela es miembro del Foro de Empresas Innovadoras y consultor en Regulación en Telecomunicaciones y Sociedad de la Información y Digitalización en UGT.