La RAE define la hipocresía como aquel "fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan". Una forma de encarar la realidad que no resulta precisamente positiva y de la cual intentamos (o, al menos, deberíamos) huir más rápido de lo que el Correcaminos corre detrás del coyote. Así sucede en todos los campos de nuestra vida... salvo que de lo que hablemos sea de ciencia y la protagonista sea Europa.

No es nada nuevo lo que voy a plasmar en esta columna: los reguladores europeos imponen criterios en materia científica sin tener en cuenta los argumentos científicos básicos, extralimitándose en base a intereses políticos ajenos al mundo de la innovación y cayendo en la ironía del cruel destino de tolerar (e incluso exigir) esos mismos comportamientos que denostan públicamente. 

Dos ejemplos sirven para ejemplificar este comportamiento tan hipócrita del Viejo Continente. El primero son los transgénicos: la oposición frontal de ciertos grupos políticos ha tumbado toda la evidencia científica para restringir la producción de estos alimentos en Europa... pero no se ha hecho lo propio con los piensos y otros componentes agrícolas y ganaderos que son usados posteriormente por el sector primario local. Dicho de otro modo, estamos consumiendo -en última instancia- alimentos modificados genéticamente, pero sin aprovechar el potencial económico completo de liderar esa alternativa de producción.

Más absurdo si cabe es el caso de la experimentación con animales. En Europa esta clase de trabajos está prohibida, especialmente si se trata con fines cosméticos o para el tabaco. Y las marcas, como incluimos en el reportaje de esta semana de Philip Morris, tiene que recurrir a localizaciones como Singapur para llevar a cabo estos experimentos. Hasta aquí podría quedar como un hito europeo en favor de los derechos animales... si no fuera porque al mismo tiempo que prohíben estas prácticas, los mismos reguladores exigen pruebas de haber experimentado con animales para dar el visto bueno a un nuevo producto. ¿Alguien le ve la lógica a prohibir algo que luego exiges por normativa? ¿Hay algún objetivo más allá de quedar bien de cara a la galería?

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