No sería un buen columnista si no hiciera referencia, una vez sí, otra también, a que Europa está perdiendo el tren de la transformación digital. A que el Viejo Continente se está quedando varado ante el empuje de China y Estados Unidos en estas lides. Que somos meros espectadores de una revolución industrial que, por vez primera, no tiene su eje gravitatorio en torno a nosotros.
Este mensaje, ciertamente alarmista, suele formar parte del argumentario subjetivo de muchos autodenominados gurús. También, con fundamentos mucho más sólidos y análisis más detallados, de expertos y mentes pensantes de toda la región. Y es que, más allá de las formas o las motivaciones de cada cual, decir que Europa está jugándose su futuro en una partida con las cartas marcadas no es nada descabellado.
Aportemos algunos datos a la ecuación. El sector TIC representa alrededor del 3,33% del Producto Interior Bruto de Estados Unidos. En el caso de China, esa proporción se queda en el 2,16%. Pero es que nosotros, los herederos de las grandes civilizaciones griega y romana, apenas contamos con un 1,66% de nuestro PIB relacionado con las nuevas tecnologías. Para más alertas, mientras los nórdicos mantienen pesos relativos del 3%, los países del sur de Europa somos los que hacemos caer con fuerza la media comunitaria: apenas un 1,3% del PIB español está vinculado a las TIC, por el 1,2% de Italia o el 1,1% de Grecia. Son datos de McKinsey y la Comisión Europea, para quien sospeche de alguna intención oculta por criticar el rendimiento digital del Viejo Continente.
Para más inri, y en este caso tirando de cifras de Eurostat, podemos comprobar cómo en los últimos diez años se han estancado industrias europeas tan destacadas como la inmiboliaria, retail, turismo o telecomunicaciones. Otras, como los servicios financieros, directamente muestran una evolución negativa, en pleno declive a causa de la crisis económica de la que aún estamos luchando por salir. Y, sin embargo, el crecimiento experimentado por el sector tecnológico apenas ha servido para paliar estos fenómenos económicos y, mucho menos, ha podido generar riqueza o favorecer el Estado del Bienestar que nos caracteriza.