Según la Fundéu, ‘gentrificación’ ya es un neologismo válido en español, que frecuentemente se asocia al proceso de transformación de un espacio urbano deteriorado, o en declive, y su rehabilitación urbanística con mejoras arquitectónicas, en edificios concretos, a veces manzanas completas o en barrios, en un plazo breve de tiempo, impulsada generalmente por las inversiones de la especulación urbanística e inmobiliaria que acaba provocando, muchas veces, en zonas o barrios concretos de las ciudades la ‘expulsión’ de familias y habitantes tradicionales, que llevaban mucho tiempo residiendo en ellos, a causa del súbito y desaforado aumento de los alquileres o del coste habitacional en estos espacios.
La visión del proceso gentrificador urbano no es negativa para todo el mundo, ya que hay propietarios o inversores que están ganando mucho dinero con ello, y turistas de recursos ajustados que aprovechan las nuevas herramientas digitales para poder ir a casi todas partes, incluida la cumbre del Everest. Hay promotores y asociaciones inmobiliarias, que apoyan el fenómeno porque, según ellos, contribuye a regenerar partes de la ciudad deterioradas y ‘revalorizarlas’ de cara a atraer la inversión a esas zonas.
Para ver el fenómeno gentrificador como algo positivo, se requiere saber que las mejores oportunidades de inversión inmobiliaria en el urbanismo de las ciudades no se encuentran siempre en las zonas típicas con los mayores precios del suelo, sino en aquellas con la mayor tasa de ‘crecimiento potencial’. Quienes se aprovechan de ella, saben que los sectores urbanos gentrificables pueden pasar desde ser las zonas con los precios del suelo más bajos de la ciudad, a alcanzar las mayores cotizaciones por unidad de superficie, por lo que los beneficios, para los inversores inmobiliarios, se maximizan si consiguen acertar.
La gentrificación, en estos casos, supone el paso de partes de la ciudad como soportes de la actividad productiva, a ver la ciudad, en sí, como producto, o como mercancía. Es la visión de la urbe como ciudad-mercancía, es un modo de verla que responde en gran medida, ahora mismo, a la explotación turística intensiva, sobre todo promocionada, con la ayuda de Internet en el mercado global, de todo tipo de activos, desde intangibles (valores históricos, tradiciones populares, fiestas famosas, eventos masivos de running, etc), a físicos incluido todo el patrimonio físico y visitable, como la arquitectura histórica espectacular, -también la de vanguardia-, abarrotados museos, obras de arte famosas dignas de selfie, etc. Es una nueva economía urbana en auge, posmoderna y de postureo, y centrada en sectores de servicios, modas, gastronomía y espacios naturales próximos (playas, etc.) o rurales. Todo ello destinado ser fagocitado por ávidos e insaciables consumidores y nuevos viajeros ocasionales, con cierto nivel cultural, ingresos justos o suficientes, calendarios flexibles, y con acceso constante a través de la red a informaciones servidas convenientemente sesgadas por tecnologías de búsqueda, sistemas de recomendación y comparadores de precios online.
Gentrificación digital. El internet gentrificado
Es obvio que la provocada aceleración de la gentrificación de las ciudades físicas, así como la masificación global y gigantesca del turismo, no estarían ocurriendo sin la digitalización, el internet social y sus apps que facilitan información y posibilidad de transacción virtual, sin límites geográficos. Hay una conexión evidente entre el mundo físico (las calles y los lugares de las ciudades) y el digital, las Apps y el geoposicionamiento ubicuo, que permite a cualquier turista ocasional digitalizado, orientarse y encontrar cualquier cosa, gracias a los buscadores, la cartografía digital interactiva y sus capas de información especializadas y superpuestas, a modo de una 'realidad aumentada'. Si pierde la conexión, la cobertura del móvil, o agota la carga de la batería de su smartphone, el turista digital ocasional, queda bloqueado y, momentáneamente, en estado de shock.
Y, claro, emergen nuevas formas virtuales de gentrificación, -usado el término de forma equivalente a su uso para el mundo físico-, pero éstas tienen lugar en el ámbito digital de internet. Es más fácil verlo si imaginamos el ciberespacio que crea la red como lo describía William Mitchell en su libro The City of Bits. Es decir, concibiendo el mundo virtual al que accedemos a través de internet como una suerte de inmensa y compleja ciudad digital en la que podemos habitar virtualmente, algo equivalente a un ‘espejo practicable’ de nuestras actividades cognitivas en el mundo real. Una vez dentro de ese marco digital, podemos observar fenómenos casi equivalentes a los que hemos descrito antes para el mundo físico.
Lo explicaba hace poco la profesora de comunicación de la Annenberg School for Communication en la Universidad de Pensilvania, Jessa Lingel, en su ensayo titulado The gentrification of the internet, señalando, que desde el internet primigenio, que era en la visión de Mitchell, una creciente Ciudad de los bits abierta, con iguales capacidades de acceso para cualquiera sin excepción, y una neutralidad en la red de la que el Inventor de la Web Tim Berners-Lee estaba muy orgulloso. Todas las URL eran tratadas de la misma manera por la infraestructura y los protocolos de red, es decir, según la visión de que ‘todos los bits nacieron iguales’.
Pues bien, la profesora Linguel afirma en el citado ensayo, que esto ha cambiado. Con el tiempo, igual que en las ciudades del mundo físico, hay ámbitos digitales en la Ciudad de los Bits de internet, donde han aparecido también 'barrios' digitales ricos y pobres. Algo muy evidente, tras el advenimiento del Internet social global en el que los 'gigantes de internet', adquieren más y más tamaño y poder digital, cada día que pasa. Es decir que, en esta segunda digitalización también se están generando e incrementando muchos tipos de desigualdades en Internet. “Cuando hablo de 'Internet gentrificado', estoy describiendo los cambios en el poder y control que limitan lo que podemos hacer online, los usuarios de a pie”. Así, pide que prestemos atención a la “economía y la industria que priorizan las ganancias corporativas sobre el bien público”.
La profesora Linguel hace énfasis en cómo ha cambiado la red. Ella cree que la web actual está conducida por diferentes principios de los del internet inicial y han cambiado aquellos modos de uso de la web abierta, basada en la experimentación en tecnología, el desarrollo de comunidades de constructores digitales y la curiosidad de los usuarios entusiastas como los de las comunidades DIY (hazlo tú mismo por sus siglas en inglés), siempre ávidos por conectarse con amables desconocidos de todo el mundo.
En cambio, los modelos de negocio de la web actual que se basan un direccionamiento constante mediante algoritmos, con recolección masiva y transferencia constante de datos de los usuarios (sin que ellos lo sepan o lo puedan evitar), convirtiendo a quienes antes eran usuarios entusiastas y a sus conductas online, en meros productos digitales basados en la adicción inducida, (ya sabes, si algo en internet es gratis, el producto eres tú). Así que, de aquella Ciudad de los Bits abierta de Mitchell hemos pasado, como dice Linguel, a "un internet que nos está haciendo seres cada vez más aislados, menos ‘democráticos’, y en deuda constante con las grandes corporaciones y sus accionistas. En otras palabras, internet está cada vez más gentrificada”.
La polarización en internet
La polarización en el internet social es un hecho. Según Linguel, un pequeño número de corporaciones de alto poder han conseguido tener un control significativo sobre cómo se ve y se siente la web. Facebook y su tentáculo WhastApp dominan el mercado para los usuarios de los medios sociales (2.300 millones de usuarios); Google y el suyo, YouTube, domina el vídeo y las búsquedas online con el 75% del mercado mundial y ha hecho que el siguiente buscador más conocido, Bing, se haya vuelto irrelevante. La forma de actuar del gigante global Amazon, por su parte, ha redefinido lo que ya se considera el modo estándar de las compras online, predice nuestros deseos e intereses y redirige sutilmente nuestras expectativas sobre compras y ventas digitales. Lo mismo que Netflix, o Apple.
El internet social casi ha replicado en cuanto a lo económico al actual mundo global físico, y en el que el 1% de los ricos del planeta acumula el 82% de la riqueza global. El poder digital está tan concentrado que participar en el internet social actual sin pasar por los cinco grandes gigantes globales de tecnología (y en China por sus propios colosos de internet), no sólo es difícil, sino casi imposible. Y esto, tiene una consecuencia: la gentrificación de internet.
Estas poderosas corporaciones globales han acumulado en pocos años recursos casi ilimitados. Con ello han monopolizado la cultura digital, expulsando o reducido a la insignificancia social a empresas instituciones y plataformas más pequeñas y, en el proceso, están definiendo de paso qué interacciones en internet son posibles y cuáles no. Según Linguel, “la concentración de este control va más allá de la reducción de las posibilidades de elección del consumidor. Es una forma de gentrificación tecnológica”. A esto ayudan, sobre todo, los algoritmos de las redes sociales, incluso induciendo opiniones y formas de ver las cosas.
Las redes sociales generan ‘burbujas’ por la orientación de sus algoritmos que guían hacia contenido basado, sobre todo, en gustos y afinidad personal, de forma que inducen conductas que, con el tiempo, se han convertido en costumbres generalizadas que con apariencia abierta, son grupúsculos en realidad cerrados, dando como resultado lo que Eli Pariser llama ‘burbujas de filtro’. Parisier afirma que como consecuencia de todo lo anterior, finalmente, de forma sutil y casi sin resistencia por nuestra parte, “internet decide lo que lees y lo que piensas”. Así que en lugar de estar expuestos y conectados a personas y contenidos cada vez más diversos, los/las internautas están cada vez más segregados. Por cierto, que el CEO de Apple, Tim Cook, instaba hace pocos días a los recién graduados universitarios de Tulane, que “rechacen” los algoritmos que promueven solo las “cosas que ya sabes, crees o te gustan”. Algo debe saber él de eso.
La profesora Linguel no es de las que piensa que todo esto es algo inevitable como los que han sucumbido a la ‘resignación digital’, así que propone algunas acciones, que comparto, para para combatir esta gentrificación digital. Son sencillas: a) Sé tu propio algoritmo y en lugar de aceptar pasivamente los ‘amigos’ etc. y el contenido que nos proporcionan las sugerencias de las redes sociales, olvidemos sus recomendaciones y decidamos con quién queremos conectarnos en nuestras redes personales para poder diversificar el contenido al que accedemos; b) En la ‘Ciudad de los bits’ online, como en nuestra ciudad física, necesitamos regulación. Deberíamos exigir a los legisladores democráticos que actúen a todos los niveles. Conseguirlo puede generar cambios a mejor con enorme impacto.
Preguntémosles a nuestros representantes, aconseja Linguel, acerca de su posición sobre la neutralidad en la red, el papel de Internet en las democracias, y cuál es el apoyo de los gobernantes locales a la alfabetización en medios digitales. Estar informado es un paso crucial para comprender, y luego derribar, las barreras que impiden un cambio radical positivo. Seamos proactivos y hagámoslo. Y cuanto antes, mejor.