La información es un arma de doble filo, nos proporciona libertad, pero también aumenta nuestro miedo al futuro. Si algo caracteriza al momento actual en el mercado tecnológico es, en efecto, la incertidumbre. Investigadores del Fondo Monetario Internacional y la Universidad de Stanford lanzaron a finales del año pasado un World Uncertainty Index (WUI), cuya materia prima son los informes trimestrales de la Economist Intelligence Unit, un grupo de trabajo de la revista The Economist.
Y de los datos de 143 países recabados desde 1996 extraen conclusiones intrigantes, como que la sensación de incertidumbre no deja de crecer desde la explosión de internet en 2000 -es decir, desde que la información inició su big bang con crecimientos exponenciales-, pese a que en el mercado financiero, un medidor fundamental sobre la percepción del futuro, se ha ido reduciendo desde la grave crisis de 2007-2010.
El estado de incertidumbre es evidente en el sector tecnológico.También en España. El pasado año cerró con buenos datos de consumo, pero las dudas han vuelto en este decepcionante primer semestre. Hay factores políticos indiscutibles, como esta interinidad interminable de los gobiernos, las tensiones territoriales y el auge de los populismos en Europa. Y en las conversaciones de directivos aparecen también ineluctablemente el Brexit y la guerra comercial entre China y Estados Unidos. El problema no es tener listo el plan b, todas las compañías lo tienen, sino la cantidad de planes b sobre la mesa y cómo gestionar prioridades.
A la incertidumbre geopolítica se suma la tecnológica, las reestructuraciones en los centros de decisión de los grandes grupos, con impacto sobre toda la cadena de valor, relevos de directivos, cientos de despidos de personal con perfiles técnicos que ya no son útiles mientras se programan con precipitación campañas de captación de desarrolladores con nuevas habilidades.
En este contexto complejo, sólo apto para gestores con inteligencia creativa, lo más inquietante es que la única respuesta que parecen tener algunas sociedades avanzadas es continuar con las políticas monetarias expansivas, seguir inyectando dinero a la economía. No hay nadie que se atreva a decirle a la gente que el mundo que conocían se ha acabado. Que todo ha cambiado y es irreversible. Y esto es grave. En lugar de provocar una reconversión de nuestro mercado laboral y de nuestro tejido productivo hacia actividades de más valor añadido, seguimos alargando la agonía con el espejismo de un dinero barato que no está sustentado en una sociedad más competitiva. Regamos la incertidumbre con euros y nos cerrarnos la puerta al cambio.
Eugenio Mallol es director de INNOVADORES