Estamos a escasas semanas de cerrar el año 2019 y abrazar la entrada del año par 2020 en nuestras vidas. Comienza una nueva década, algo más simbólico que práctico desde un punto de vista lógico, pero que también ha servido como barrera psicológica para las tendencias que hace diez años parecían disruptivas y como punto de partida para el despegue de las que esperamos sean protagonistas en los próximos dos lustros.
Entre las primeras, en estas mismas páginas ya recordamos algunas de las promesas incumplidas de esta década que ahora cerramos. Por ejemplo, la firma de investigación Canalys anticipó en 2016 que las ventas de cascos de realidad virtual se multiplicarían por 10 hasta 2020. Obviamente la cifra está muy por debajo. Otros analistas, en este caso IDC, ya revisaron públicamente sus números a la baja ante la constatación del lento despegar de esta tecnología. Mismo ocurre con el internet de las cosas. En su momento se llegó a hablar de 50.000 millones de dispositivos conectados para el próximo curso, luego casas como Gartner ya barajaban la mitad de ese número como apuesta más plausible. Y más recientemente, la propia GSMA ha anticipado 25.000 millones de conexiones... pero para 2025.
Pero hablemos también de ilusiones y deseos, tan propios de estas festividades. 2020 debería marcar, a juicio del consenso de los analistas, el inicio de la era experiencial, de la hiperautomatización, de la inteligencia artificial (y su consolidación en todos los niveles, incluyendo su vertiente ética), el aumento de las capacidades humanas por medio de la tecnología (bien ligada a la anterior tendencia), el edge computing o la computación en la nube distribuida.
Seguiremos hablando también de coches autónomos, veremos si algún día de forma realista y con disponibilidad comercial. También de blockchain, una vez que esta tecnología ya está pasando por la curva de la decepción que sigue a toda gran burbuja que se precie en este sector. Y, por supuesto, de ciberseguridad y amenazas digitales, con el sujeto de carne y hueso como principal vector de ataque. Crímenes de unos y ceros que seguirán afectando a las grandes y pequeñas empresas, pero también a particulares y a las democracias mismas en que vivimos. Apasionante década por delante.
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