En estos momentos, no hay mayor prioridad que salvar el mayor número de vidas posible ante la explosión de casos relacionados con el COVID-19 en todo el mundo, especialmente en España, Italia o EEUU. Pero, al mismo tiempo, hemos de tener las miradas puestas en lo que pasará cuando el coronavirus sea -afortunadamente- historia. Y la principal consecuencia que toda esta situación va a traer es, sin duda alguna, un golpe económico sin parangón.

El turismo, la hostelería y el sector servicios van a verse duramente afectados por la parálisis generalizada... que además no tiene visos de quedarse en un lapso corto de tiempo. Pero también la industria tecnológica se va a ver azotada con fuerza por los efectos derivados de esta hecatombe productiva. 

Esta misma semana, la firma de análisis IDC ha anticipado una ralentización severa en el crecimiento del gasto TIC en el Viejo Continente, que baja del 3,3% previsto a comienzos de curso al 1,4%. Y, además, sus consultores avisan de que es una estimación provisional, que seguramente se vea modificada conforme se vaya alargando más esta situación.

Eso sí, no podemos ser ajenos a una particular disyuntiva en estas lides: mientras que la demanda general va a caer debido al confinamiento y la ruptura de la cadena de suministro, existen algunas parcelas de negocio que van a vivir una particular fiebre del oro gracias al coronavirus. Es el caso de soluciones específicas y determinados casos de uso, como videoconferencias, suministro inteligente, chatbots y plataformas de aprendizaje electrónico. Muchas de estas soluciones han sido puestas a disposición de la sociedad de forma gratuita por sus proveedores ante la crisis del COVID-19, pero es más que probable que muchas empresas acaben incorporando esas tecnologías en su seno una vez se superen los peores momentos de la epidemia.

De hecho, por sectores, salud y gobierno, sobre todo, se verán obligados a acelerar las inversiones TI impulsando la implementación de infraestructura y herramientas de colaboración, aunque no sucederá antes de la segunda mitad del año, según los analistas. 

Es la vertiente positiva del desastre y el pesimismo generalizado en el que vivimos actualmente, si es que hay alguna, aunque no resta preocupación a un sector, el tecnológico, al que todos los países del mundo se habían encomendado como tractor de un modelo económico sostenible y de alto valor para afrontar las siguientes décadas de evolución.