Libra, la moneda virtual que Facebook anunció en 2019, solo fue una pesadilla para los bancos centrales. Finalmente su naturaleza será menos disruptiva y, por consiguiente, menos catastrófica para las políticas monetarias internacionales. De hecho, ni siquiera se llamará Libra sino Diem.
Pero de las pesadillas también se aprende. Si a ese susto le sumamos otros fenómenos, como la creciente popularidad de los criptoactivos como el Bitcoin, la lucha contra la economía sumergida que se oculta tras el dinero en efectivo o el miedo de Europa a perder la soberanía monetaria, la conclusión es lógica: a la economía comunitaria le hace falta una alternativa, tan segura como las monedas respaldadas legalmente, pero a la vez más libre del “sistema”... Una moneda que no esté sujeta a la especulación, pero que igualmente resulte atractiva… Un modo de regularizar la economía informal, aunque sin eliminar el cash… ¡Un euro digital!
El Banco Central Europeo ha sometido esta idea a consulta pública durante tres meses. Justamente, hasta mañana. Aunque más que una idea es un boceto, una nebulosa, porque ni siquiera el BCE tiene claro qué forma debería tener o para qué podría servir el euro digital.
Eso no es innovación. En todo caso, sería investigación.
A menudo cometemos el error de confundir qué es y qué no es una disrupción tecnológica. El euro digital no lo es. El dinero electrónico ya existe. El BCE emite dinero de dos maneras: en forma de monedas y billetes, y transfiriendo depósitos electrónicos a los bancos. Cuando pagas la factura de la luz, el dinero que se mueve de tu cuenta bancaria a la de la empresa energética ya es electrónico.
También pagamos a través del móvil en muchos comercios, nos transferimos dinero de forma instantánea a través de Bizum o recargamos con euros nuestras cuentas digitales en PayPal o en Amazon. Los medios de pago a nuestro alcance son diversos y cómodos de usar. ¿Qué aporta entonces una CBDC (moneda digital de banco central)?
Quizá nos falte imaginación para vislumbrar el valor diferencial que podría tener el euro digital para los usuarios, más allá de desintermediar al sistema financiero para que los usuarios custodiaran su propio dinero, y tampoco está claro que eso fuera valioso para ellos. En la práctica, el usuario medio de criptomonedas acaba recurriendo a servicios de custodia... Ojalá la consulta pública haya servido para arrojar algo de luz. “Aunque hasta ahora no haya sido necesario un euro digital, debemos estar preparados si las circunstancias lo requieren”, reconoce el BCE.
Como decíamos, el euro digital no una disrupción tecnológica. En todo caso, sería social y de gestión. Aplicando tecnología DLT -posiblemente una blockchain privada- el BCE podría controlar la trazabilidad del dinero. Las autoridades podrían rastrear todas las transacciones. El “sistema” sería transparente.
El euro digital conformaría también una nueva herramienta de política monetaria, que permitiría inyectar dinero a la economía de forma más inmediata. Ahora bien, ¿a quién le interesa eso, al usuario final o al propio BCE? Da la impresión de que los bancos centrales, grandes expertos en macroeconomía, han perdido de vista el fundamento de la microeconomía: quién es tu cliente y qué valor le aportas.
Nuestro banco central hace bien en abordar el asunto. Dada la rapidez con la que avanza el tsunami digital, más vale estar prevenidos. Existe asimismo temor a que el control de las finanzas europeas pase definitivamente a manos de actores extracomunitarios, tal y como ha sucedido con los datos personales.
Por otra parte, Europa no puede quedarse de brazos cruzados mientras Canadá, Japón, Suecia, Reino Unido o la Reserva Federal de Estados Unidos estudian lanzar sus propias CBDC, y mientras China experimenta ya con su criptodivisa digital oficial.
Sin embargo, para que los esfuerzos sean exitosos, conviene hacerse las preguntas adecuadas. Todo proyecto empresarial necesita tener clara su misión, sus públicos objetivos y el valor que aporta a cada uno de ellos.
Por último, que el BCE sugiera entrar en el negocio de pagos minoristas arroja un mensaje de desconfianza hacia la capacidad de las entidades financieras europeas de desarrollar una plataforma digital de pagos con vocación de estándar. Es su turno para demostrar que se equivoca. Precisamente el caso pionero de colaboración en la banca lo tenemos en España: Bizum.
Bizum nació en 2016 como una startup, respaldada en su consejo de administración por una buena representación de la industria financiera nacional. Empezaron en fase piloto, basándose en la metodología Agile de gestión de proyectos, desarrollando mínimos productos viables y estudiando su aceptación por los usuarios objetivos.
Eso sí es innovación.