El viernes arrancó la campaña a las elecciones al Parlament de Cataluña. Después de un año durísimo de pandemia, que ha arrasado vidas, que ha destruido empleos y negocios, y que amenaza con relegar a España y a Cataluña a la irrelevancia, cabría esperar que el debate político hablara al fin de ciencia, de innovación, de digitalización o de emprendimiento.
Estas son las materias que determinarán la salud y la creación de puestos de trabajo en el futuro. ¿Acaso hay algo más importante?
Sin embargo, como analizamos este fin de semana en D+I y constatamos nuevamente anoche en el debate a 9 de RTVE, no ha sido así. Fuera del procés o de la gestión sanitaria que realizó como ministro de Sanidad el candidato por el PSC, Salvador Illa, lo demás queda diluido a declaraciones de intenciones.
Nuestras vidas han cambiado radicalmente en los últimos doce meses, pero la política no ha evolucionado al mismo ritmo. La disonancia entre la vida pública y la conversación en los parlamentos nacional y autonómicos se acrecienta, y con ella la desafección ciudadana.
Los representantes más populares del momento tienden a ser aquellos que han protagonizado discursos no enlatados en los argumentarios de su partido, muestras de humanidad y sentido común. Y, sin embargo, tampoco esta llamada de atención parece ser lo suficientemente fuerte.
La ruptura entre la política y el mundo real es si cabe más grave que nunca, ante la magnitud del desafío de la reconstrucción post-Covid. La economía y la ciudadanía exigen urgentemente la mayor colaboración posible entre las diferentes Administraciones. La política seguirá aquí dentro de 3 y 4 años, habrá nuevos comicios, lo que no está tan claro es que queden riqueza y bienestar que gestionar.
Después de esta dura introducción, conscientes de la responsabilidad que también ejercemos los medios de comunicación, es de justicia resaltar que algunos poderes públicos están haciendo esfuerzos por impulsar la innovación, la ciencia o la digitalización. Por lo general, esas actuaciones salen adelante gracias al liderazgo de personas concretas ocupando cargos con competencias en estas materias, independientemente de colores políticos.
En Cataluña, como dirigentes volcados con la transición digital podríamos destacar a Jordi Puigneró (JxCat) desde el Govern y a Laia Bonet (PSC) desde el Ayuntamiento de Barcelona. A nivel estatal, es incuestionable la visibilidad que procura la secretaria de Estado de Digitalización e IA, Carme Artigas. Y desde el Parlamento Europeo, Pilar del Castillo (PP) o Susana Solís (Ciudadanos) son dos de las españolas más comprometidas.
A pesar de todo, el debate sobre si esos esfuerzos son suficientes o si van bien encaminados está lejos de trascender ciertos círculos. Faltan campañas de comunicación más ambiciosas. Mucho más. Falta sensibilidad social y profundidad en los discursos. Probablemente sea necesario movilizar recursos -económicos y humanos- a ello. El momento actual lo requiere.
Faltan también políticas públicas con verdadero espíritu reformista, basadas en la colaboración entre todas las partes y entre todas las regiones. Políticas innovadoras acompasadas por unos modelos de gestión igualmente transformadores, a la altura de los miles de millones de euros de fondos europeos que están en juego. Políticas ambiciosas, pero alcanzables.
Algo falla cuando un Gobierno presenta el miércoles pasado tres grandes planes estatales relacionados con la transformación digital del país, y eso no se convierte automáticamente en el gran tema de actualidad del día. En este artículo analizamos uno de ellos, el Plan Nacional de Competencias Digitales. La patronal del sector Ametic emitió un comentario escueto dos días después.
Falta, asimismo, devolver a los programas electorales su valía y su misión originales. Es fácil decir que se va a “ayudar” o “apoyar” a todos los principales sectores de una economía. Más difícil es que el votante pueda discernir la orientación diferencial que ofrece cada partido.
Para la política española, ofrecer planteamientos constructivos ante los temores que suscita el futuro es también una oportunidad estratégica: la oportunidad de establecer las doctrinas del mañana y de (re)conectar con las generaciones más jóvenes de la sociedad.
Quisiera terminar este artículo con un doble mensaje de optimismo, a pesar de todo. De un lado, como exponía el sábado Nacho Corredor, socio director de beBartlet, la próxima llegada de los fondos europeos Next Generation va a obligar a abordar estos debates dentro de muy poco tiempo.
Y por otro lado, la clase política encontrará en el sector privado, en el tercer sector y en los medios de comunicación muchos aliados. Sólo entre todos conseguiremos conceder a la ciencia, a la innovación, a la digitalización y al emprendimiento la trascendencia que merecen.