No es verdad que ahora todo sea mejor que antes. No creo en el teletrabajo así sin más. Nadie puede estar conforme con este nuevo estatus del trabajo que nos hace una especie de esclavos digitales que derrapan para llegar a todas sus llamadas.
¿Les suena? Te dejo que tengo una call, deja que mire la agenda: ¿qué tal a las 20.30?, así seguro que tengo tiempo; te tengo que dejar que entro en una llamada; perdona, es que estoy en dos llamadas a la vez… Como el tiempo se estira podemos estirarlo todo hasta la extenuación: llamadas entre el baño de los niños, llamadas de último minuto, un poco antes de la cena; llamadas por si acaso, Zooms y Teams a todas horas, para cualquier cosa, en cualquier lugar…
La maldita cobertura que todo lo cubre y que nos deja escenas de un nuevo paisaje postcovid: ejecutivas y ejecutivos en sus coches impartiendo un webinar o asistiendo al lanzamiento estrella de tal o cual producto con el fondo de pantalla de una biblioteca con chimenea (al principio todo el mundo se preguntaba de dónde demonios salían aquellos espacios tan guau que algunos privilegiados ostentaban) mientras afuera ruge el tráfico y todo el mundo llega tarde y nadie llega a tiempo de nada; peatones que le hablan a sus teléfonos con una ligera distancia pero en voz alta y que llenan de mentiras el espacio público: estoy en casa o estoy en la oficina o frente al ordenador o ya estoy a punto de llegar no te preocupes que yo me hago cargo…
No es verdad que esto sea mejor que lo que teníamos antes. Ahora hay mucha gente que tiene ansiedad y suda por las noches porque sus jornadas aún no han empezado y todavía continúan enganchados al día anterior, mucha gente que ha perdido su identidad después de pasarse un año hablándole a la ventana de una pantalla compartida tratando de vender emoción, de emular normalidad; mucha gente que ha olvidado que en la vida muchas veces la única posibilidad es escaparse un rato (a fumarse un cigarrillo, a pegar un grito, a tumbarse en el césped o a escuchar una canción…) porque el mundo de ahora no deja nunca escapatoria: ¿quién dice que no cuando el mundo de hoy todo lo posibilita?, ¿quién rechaza una breve reunión telemática de media hora cuando tiene el honor de haber sido invitado?, ¿quién se atreve a expresarse libremente, con soltura, ahora que todo es susceptible de ser grabado, editado posteriormente, tergiversado si se quiere?
No es verdad porque en realidad todo es un poco más mentira. Gente recién despierta que parece salida de la peluquería en sus primeras conexiones matinales, fondos de pantalla que arrojan vidas chill y que amenazan los andamios de otras vidas ocres, webinars en directo que han sido grabados hace días, invitaciones a participar que no son más que la costumbre que hemos cogido de añadir participantes para cualquier cosa que se nos ocurra. No hay relación laboral que resista esto mucho más tiempo porque el mundo se ha hecho mundo en las esquinas secretas de los pasillos, en las pausas para un cigarro, en el tiempo baldío de perderse en el aburrimiento laboral. Antes, para escaquearse uno tenía que ser avispado, tener algo de geta, gracejo si se quiere; ahora el escaqueado puede mentir fingiendo una sonrisa, aparentando estar en el tema, asintiendo, puede que hasta garabateando notas en un cuaderno de bosquejos de nadas…
No es verdad que la gente viva ahora mejor porque no hay nada peor que el estrés de estar siempre disponible para los otros. Este estrés casi inocuo que nos mata hoy se refleja en la sensación que se nos queda muchas veces de haber estado todo el día atento al trabajo pese a no haber sido capaces de avanzar demasiado.
¿Realmente es esto más productivo? ¿Somos más felices y avanzamos más fingiendo estar siempre dispuestos? Hagámonos preguntas y dejémonos el miedo de lado, hay mucha gente infeliz que llega a fin de mes vacío de ilusiones, exhausto por la nada.