La evolución bursátil de las grandes tecnológicas a lo largo de la última década ha sido espectacular. Cualquiera que haya invertido en alguna de las enseñas de mayor renombre del sector se habrá llevado un buen pellizco durante estos años. Los datos no dejan lugar a ninguna duda: el índice S&P 500 lleva acumulado un rendimiento de más del 500% en esta década y firmas como Google/Alphabet, Apple o Amazon han multiplicado por más de 1.000% su valor en este tiempo.
Les pongo un ejemplo más concreto, usando para ello el fondo Franklyn Technology (N Acc EUR), uno de los más representativos en cuanto al devenir de las grandes tecnológicas se refiere. Si una persona hubiera invertido 1.000 euros en 2017, hoy tendría más de 3.600 euros en su bolsillo. Su rendimiento en 2017 fue del 22%, en 2019 del 40% y en 2020, durante la pandemia, rozó el 47%. Empiecen a sumar los acumulados y verán a lo que me refiero.
Cuando uno ve estos números es probable que primero se quede impresionado y, después, se pregunte si esta carrera tan veloz es sostenible a largo plazo. Y es que no hay más que tirar de un dicho popular: "Cuando algo es demasiado bueno para ser cierto... es que no lo es".
Vaya por delante un 'disclaimer': por supuesto que las tecnológicas constituyen el presente y futuro de la economía mundial y su peso debe estar en auge frente a las compañías de sectores tradicionales. Pero eso no quita para que su valor -y, por ende, el de muchos parqués- esté sobrevalorado. Así lo entienden algunos analistas en estas semanas, que comienzan a jugar con la idea de una burbuja de las tecnológicas frente a la oposición de aquellos que entienden justificado este 'rally'.
En los últimos años hemos visto valoraciones milmillonarias a startups sin apenas ingresos y vaivenes en compañías cotizadas que se basan más en tuits que en cuentas de resultados. Con la pandemia hemos visto como las empresas de videoconferencia subían y bajaban de forma dramática en función de las normas de confinamiento. Síntomas claros de que existe demasiada especulación en el sector, con una peligrosa combinación de visión cortoplacista con esperanzas -a veces- infundadas respecto al futuro.
Ya saben mis queridos lectores que gusto de tirar de historia para corroborar situaciones actuales. Y es que, como buenos seres humanos, estamos condenados a repetir la historia, a tropezar varias veces en la misma piedra.
Permítanme que retrocedamos hasta el período entre 1830 y 1860, saltando el océano para introducirnos de lleno en el floreciente Estados Unidos de la época. En aquellos momentos comenzaba el despliegue de extensas redes de ferrocarril por todo el país, todavía con casos de uso limitados y con la misma mezcla de incertidumbre sobre su viabilidad y de optimismo respecto a su futuro.
¿Qué significó esta peculiar combinación, tan familiar para nosotros en pleno siglo XXI? Que la especulación bursátil, las subidas y las bajadas, se sucedieron constantemente hasta que se conoció el verdadero impacto de esa revolución técnica y se estabilizó el mercado.
"Los precios de las acciones de las empresas innovadoras suben inicialmente debido a las buenas noticias sobre esta productividad, pero finalmente caen a medida que el riesgo de la tecnología cambia de idiosincrásico a sistemático. El patrón es inesperado para los inversores en tiempo real, pero lo observamos a posteriori cuando nos centramos en tecnologías que eventualmente llevaron a revoluciones tecnológicas. Las 'burbujas' deben ser más pronunciadas en revoluciones caracterizadas por alta incertidumbre y rápida adopción", indican al respecto los investigadores Ľuboš Pástor y Pietro Veronesi.
Ahora volvamos a usar la máquina del tiempo hasta llegar a finales de la década de los 90 del pasado siglo. O lo que es lo mismo: al pinchazo de la burbuja de las 'puntocom'. De nuevo, nos encontramos con grandes expectativas a futuro de lo que iba a suponer internet y las empresas digitales, pero con muchas dudas sobre su presente. Y con unas valoraciones exageradas e infundadas más allá de la esperanza en el mañana.
El resultado: un ajuste muy profundo del mercado de las grandes tecnológicas del momento, del que sobrevivieron las mejores y que permitió reiniciar una rueda de crecimiento digital mucho más saludable, sostenible y seguro.
En estos momentos parece que la receta se está repitiendo de nuevo: un crecimiento muy rápido en la adopción de nuevas tecnologías y plataformas digitales, en un entorno de alta incertidumbre y con los precios de las acciones de estas empresas en niveles extraordinariamente altos.
¿Volverán a repetirse también los mismos ajustes que en el siglo XIX y en el XX? Los próximos meses, conforme salgamos de la crisis socioeconómico en que estamos inmersos, serán clave para responder a esta cuestión.
*** Esta columna se basa en varias investigaciones académicas y análisis previos de firmas de consultoría. En especial, se hace referencia al trabajo de Ľuboš Pástor y Pietro Veronesi, Technological Revolutions and Stock Prices (American Economic Review, 2009).