El dato es demoledor: por primera vez, durante cinco años consecutivos, el número de países que evolucionan hacia regímenes autoritarios ha sido superior al de los que lo hacen hacia la democracia, según el informe 'El estado de la democracia en el mundo 2021: Fomentando la resiliencia en una era pandémica', publicado en noviembre por IDEA Internacional, una organización intergubernamental con sede en Estocolmo. Su diagnóstico es que asistimos a “una tormenta perfecta”.
Según el análisis 'Freedom in the World 2021', de Freedom House, en 2020 se produjo una fuerte aceleración en el declive global de la democracia. Menos de una quinta parte de la población mundial vive ahora en países totalmente libres. La tendencia al autoritarismo lleva registrándose en todo el mundo durante los últimos 30 años, como acreditan numerosos informes, con mayor o menor solvencia argumental. La respuesta a la globalización que venía a salvarnos e igualarnos a lomos de internet está demostrando ser más fuerte que la globalización misma, como si de una enfermedad autoinmune se tratara. La luz de la Ilustración se está quedando sin batería.
En una conversación en la Universidad de Stanford, el exasesor adjunto de seguridad nacional para comunicaciones estratégicas de Barack Obama, Ben Rhodes, que acaba de lanzar el libro ‘After the Fall: Being American in the World We’ve Made’, cita entre las causas principales de esta preocupante deriva autoritaria a la tecnología y dice que “las plataformas que al principio conectaban a las personas se han convertido en los vehículos perfectos para la desinformación y la vigilancia”.
Tanto la Administración Biden como la Comisión Europea han reforzado sus iniciativas este año en torno al que puede considerarse ya como uno de los grandes asuntos de nuestro tiempo, porque sobre la democracia convergen todos los vectores de transformación de la sociedad y la economía. Como viene siendo habitual, Bruselas y Washington actúan con estilos distintos.
La Casa Blanca anunció durante la Cumbre para la Democracia, celebrada a principios de diciembre, el lanzamiento de tres 'Grandes Desafíos Internacionales sobre Tecnologías para Afirmar la Democracia'. El objetivo es reunir a innovadores, inversores, investigadores y empresarios e impulsar junto a ellos tecnologías con valores democráticos arraigados en todas las etapas de su desarrollo y uso.
España está de enhorabuena porque uno de esos Desafíos, el Tech4Democracy Global Entrepreneurship Challenge, ha sido encargado a la IE University, conjuntamente con la Embajada de Estados Unidos en Madrid. Bravo. Su cometido será identificar a los emprendedores que construyen y promueven esas tecnologías organizando competiciones de startups y scaleups en distintos países.
Las áreas específicas de innovación que tendrán cabida en Tech4Democracy incluyen desde la captación de datos para la formulación de políticas a la inteligencia artificial responsable y el aprendizaje automático, la lucha contra la desinformación y la promoción de la transparencia gubernamental o la accesibilidad de los datos y servicios gubernamentales.
En cuanto a los otros dos desafíos tecnológicos, el primero tiene como partner a Reino Unido, con cuyo Gobierno la National Science Foundation y el National Institute of Standards and Technology de EE. UU. diseñarán unos premios a la innovación que pongan en valor a las tecnologías que apuntalan a la privacidad (PET). Se trata de fomentar el intercambio de datos sin que la privacidad se vea amenazada y protegiendo de paso la propiedad intelectual.
Y muy interesante la tercera propuesta, un Fondo de Tecnología Abierta que apoyará las soluciones que ayuden a contrarrestar la censura online a escala mundial. Incluye un Gran Desafío: “Combatir los cortes (o ‘apagones’) de internet con tecnología peer to peer”, permitiendo la transmisión de contenidos y la comunicación sin que sea necesaria una conexión a internet o móvil.
Estas iniciativas están pensadas para posicionar a Estados Unidos en la vanguardia tecnológica en un ámbito crucial para la sociedad, con visión de largo plazo. Condicionarán con seguridad la forma en que se diseñe y articule el sector TIC en los próximos años. Porque la cosa va en serio.
La forma de afrontar el asunto de la viabilidad de la democracia por parte de la Unión Europea ha consistido en lanzar la Conferencia por el Futuro de Europa, basada en consultas abiertas a los ciudadanos. Resulta llamativo que, los mismos días en que la Casa Blanca auspiciaba su Cumbre por la Democracia, en Florencia se desarrollaba un curioso experimento, a instancias del European University Institute, que convocó a 200 personas escogidas aleatoriamente entre los 27 estados miembros a las que se pidió que aportasen ideas.
El informe más reciente de la Conferencia por el Futuro de Europa pone de relieve que, pese a no tratarse de un asunto que ocupe portadas en los medios de información (al menos en nuestro país), el tema 'Democracia europea' ha sido el que ha registrado el mayor número de contribuciones, ya sea en forma de ideas, comentarios o eventos, por delante incluso de 'Cambio climático y medioambiente'.
Las contribuciones realizadas en el tema 'Otras ideas' ocupan el tercer puesto, seguidas de 'Una economía más fuerte, justicia social y empleo' y, en quinto lugar, aparece de nuevo un epígrafe vinculado a la democracia: 'Valores y derechos, Estado de derecho y seguridad'. Es significativo que la salud no aparezca entre las cinco primeras en plena pandemia.
Muchas aportaciones van en la línea de la federalización como una de las posibles vías para reforzar a la UE. Pero hay un asunto más urgente sobre el que poner el foco: el clima de decepción, de pérdida de entusiasmo por los valores europeos. El crecimiento económico que experimentan algunas sociedades autoritarias, incluso su preeminencia en determinadas áreas de innovación tecnológica, y el auge de los populismos está debilitando la confianza en Europa. “Los ciudadanos que participan en esta cuestión piden una postura más firme para defender los valores de la UE frente a países como Rusia y China”, dice el informe.
Cuando le pregunté a Tim O’Reilly por las tres tecnologías con mayor capacidad disruptiva, mencionó rápidamente dos previsibles, el continuo desarrollo de las redes neuronales de inteligencia artificial y la ingeniería genética, pero se dio más tiempo para analizar la tercera: “cuando pienso acerca del futuro –me dijo–, no pienso en la tecnología como la mayor fuerza transformadora, sino en la demografía y el envejecimiento, y en su relación con otros aspectos como el cambio climático. Las tecnologías fundamentales serán las que nos ayuden a tratar con esto. ¿Dónde se van a mover cientos de millones de personas, cómo lo van a hacer, cómo deben ser las ciudades del futuro? No es Google haciendo más ricos y más inteligentes a los habitantes de Toronto, sino diez millones de refugiados sirios y ciudades en las que todos puedan trabajar. En el siglo XXI aprende el primero, no el último”.
“¿En quién podemos confiar?”, le inquirí enseguida. Aún recuerdo el silencio que se creó entonces. Me pareció que cubría todo el espacio que nos separaba entre California y España. “Tenemos que redescubrir la comunidad. Estamos en medio de un gran realineamiento, en el que la gente tiene que averiguar en quién volver a confiar. Las instituciones establecidas deben entender que tenemos que rehacer el mundo”, sentenció. Toda una llamada a innovar.