En un capítulo de la aclamada serie 'The West Wing', el ficticio presidente Josiah Bartlet lucha contra una importante recesión económica. Y, a pesar de pertenecer al partido demócrata y estar aliado con los sindicatos, abraza con todas sus fuerzas las premisas del libre mercado y de una teoría conocida como 'la destrucción creativa'.
Ideada por el economista Joseph Schumpeter, la destrucción creativa fue una revolucionaria forma de entender los ciclos económicos en presencia de hitos innovadores. Simplificando mucho, este concepto predica que cualquier cambio productivo obliga a destruir el modelo anterior desde dentro para hacer hueco a lo nuevo que está por venir.
Con lo que ello conlleva: inestabilidad política y social, pérdidas de empleos en los sectores tradicionales que no se ven inmediatamente compensadas por las posiciones en auge... Es, sin duda, una teoría agresiva, muy polémica y controvertida, pero que la historia no ha dejado de corroborar una y otra vez.
Tanto es así que, como aquel dicho del huevo y la gallina, es complicado saber si es la innovación la que mueve estas grandes montañas de cambio generacional o si, por el contrario, es este entorno de destrucción creativa la que abre paso a que las innovaciones puedan tener su verdadero efecto.
Quizás no importe demasiado terminológicamente hablando, al final son dos caras de una misma moneda que no es que se necesiten, sino que están intrínsecamente ligadas por definición. En la esencia misma de la transformación, de la disrupción o como prefieran denominar a algo que todos comprendemos en su esencia.
Pero esta discusión sí es pertinente cuando queremos diseñar las políticas y estrategias que promuevan estos cambios trascendentales. Si la innovación tecnológica es el catalizador, los recursos irán destinados a impulsar la ciencia en todas sus vertientes. Si es el entorno económico que flexibiliza las condiciones laborales y los entornos de mercado, las políticas más liberales serán las que ganen fuerza.
Pongamos un ejemplo al respecto: la economía colaborativa. Bajo los principios de la innovación, no hay mucho que discutir aquí, en tanto que las plataformas sobre las que se sustentan no representan una revolución de ninguna índole. Sin embargo, hay un cambio de modelo productivo con ese cierto componente tecnológico, el cual requiere inevitablemente destruir el anterior contexto (repartidores a sueldo o freelancers, mercados más o menos regulados...). Con una excepción en ese caso: se supone que la destrucción creativa aporta por lo general empleos de mayor calidad, cosa opuesta en esta ocasión.
Esta reflexión es pertinente no sólo por el momento de cambios, rutas perdidas e incertidumbres ante transformaciones que no terminamos de comprender o vislumbrar su último fin. También porque la historia puede servirnos de hoja de ruta para guiarnos por este mar de dudas y decidir, de una vez por todas, qué fue antes, si la destrucción creativa o la creatividad en sí misma.
Un trabajo de varios profesores de la London School of Economics y las universidades de Warwick y Groningen analizaba este tema ya en 2017. Su propósito fue el de investigar cuál fue la fuente real de crecimiento económico en Estados Unidos entre 1899 y 1941.
Su conclusión fue contundente y sin lugar a dudas: el factor total de productividad no se vio afectado "predominantemente" por las grandes invenciones de la época, ni tan siquiera por la electricidad. Tampoco por los excedentes indirectos de dichas revoluciones. En su lugar, aseguran los investigadores en este paper, "fue el sistema de innovación proclive a la destrucción creativa en EEUU el mayor impulsor de productividad".