Sentados en el sofá de casa o en cualquier playa de nuestra geografía con un teléfono inteligente en nuestras manos, pudiendo acceder a nuestra cuenta bancaria y hacer las operaciones que necesitamos, buscar trabajo, reservar las próximas vacaciones, realizar cualquier compra de bienes físicos o servicios, pedir una cita para el médico, reservar un hueco en la peluquería, pagar el aparcamiento en la calle, y muchas otras opciones, es difícil ser consciente de que la mitad de la población mundial, 3.600 millones de personas para visualizarlo mejor, no tiene acceso a internet.
La conocida como brecha digital, el desigual acceso a internet y a las TIC, afecta al 52% de las mujeres y al 42% de los hombres a nivel mundial. Según datos del portal World Stats de mayo de 2020, la penetración de internet va desde el 39,3% de África, al 94,6% de Norteamérica, pasando por el 55,1% de Asia o el 87,2% de Europa.
Ya en nuestro país fuimos conscientes de esa brecha cuando, allá por marzo de 2020, nos confinaron en casa y muchas familias sufrieron al no tener dispositivos suficientes para cubrir las necesidades educativas de sus hijos, no disponer de acceso a internet de calidad o, simplemente, por no tener las competencias necesarias para manejarse en un nuevo entorno casi 100% digital, de manera totalmente sobrevenida además.
Esta brecha digital provoca aislamiento e incomunicación, ya que el resto del mundo vive conectado, por lo que los no conectados pierden muchas oportunidades. Además, supone una limitación para la educación y el acceso al conocimiento. Esto lo vivimos muy de cerca durante la pandemia al hacerse muy visible la falta de competencias digitales de profesorado y alumnado, incluso en entornos 100% conectados en ámbitos privados. El analfabetismo digital también reduce las posibilidades de encontrar trabajo o de acceder a uno de calidad, por lo que incrementa las diferencias sociales.
A esta desigualdad contribuyen varios tipos de situaciones. Por un lado, disponer de dispositivos electrónicos con acceso a internet. Para muchos millones de personas en el mundo la adquisición de un smartphone supone un desembolso económico muy difícil de asumir, además de que el comercio electrónico no es accesible en todo el mundo, bien por limitaciones logísticas, la falta de tarjetas de crédito o cuentas bancarias que permitan la transacción económica, o la inexistencia de regulaciones locales que protejan a los consumidores online.
Por otro lado, como ya hemos visto, la mitad de la población no tiene conexión a internet, ya que este recurso requiere de inversiones e infraestructuras muy costosas para la regiones menos desarrolladas y para las zonas rurales.
En este sentido, es interesante nombrar el proyecto Starlink, de Elon Musk, que está creando una constelación de satélites de internet con el objetivo de brindar un servicio de banda ancha, baja latencia y cobertura mundial a bajo coste; o la Alianza para un Internet Asequible (A4AI, en sus siglas en inglés), que es una coalición global que trabaja para abaratar el coste de acceso a Internet en países con rentas per cápita bajas y medias mediante reformas políticas y legislativas.
Por último, no debemos olvidar la brecha en la alfabetización digital, como proceso de aprendizaje para adquirir competencias digitales que permitan el uso de las tecnologías y, sobre todo, aprovechar el potencial a nivel educativo, económico y social.
En un mundo donde se prevé que el internet de las Cosas alcance los 125.000 millones de dispositivos conectados en 2030, frente a los 27.000 millones de 2017, la mitad de la población mundial sigue sin conexión a internet. Teniendo en cuenta el crecimiento exponencial de la digitalización en los países desarrollados, la brecha digital, lejos de acortarse, se expandirá, afectando a los países subdesarrollados para alcanzar sus objetivos de desarrollo sostenible, necesarios para afrontar desafíos menos banales, como el hambre, las enfermedades o el cambio climático.
Existen algunas iniciativas, como el proyecto Going Digital, creado por la OCDE en 2017, que ayuda a los países y los que desarrollan las políticas a entender mejor la transformación digital que se está llevando a cabo a nivel mundial y desarrollar las políticas apropiadas que les ayuden a dar forma a un futuro digital que les permitan aprovechar las oportunidades que brinda la tecnología para aumentar su desarrollo económico y social. El proyecto se encuentra en su tercera fase, enfocado en la gestión de los datos y la importancia de obtener información de los mismos que permitan desarrollar ventajas competitivas.
A lo largo de la historia, el desarrollo económico y la mejora de la productividad ha venido de diferentes fuentes, como la industrialización, la automatización o el control de enfermedades. En la próxima década, este crecimiento dependerá en gran medida de las tecnologías de la información y la comunicación.
Las personas necesitan nuevas habilidades y conocimientos (incluso hoy en día para muchos trabajos, en principio menos cualificados o manuales, es necesario tener competencias digitales, ya que cada vez más los procesos están digitalizados), y los países deberán destinar recursos para potenciar el acceso a las distintas tecnologías y desarrollar políticas que permitan su adopción en un entorno seguro (tales como políticas de defensa del consumidor o enfocadas a la gestión segura de los datos).
Un último apunte relacionado con el efecto desinformación, que también viene provocado y provoca a su vez, en un perverso círculo vicioso, más desigualdad. En un estudio del Instituto UC3M-Santander sobre big data se menciona que el acceso a los medios online depende mucho del nivel educativo y el poder adquisitivo.
Mientras que los usuarios de mayores rentas y niveles de estudios se nutren de noticias en medios de comunicación tradicionales online, aquellos con mayor consumo en redes sociales cuentan con menor nivel de estudio y renta. Esto no sería tan relevante si plataformas como YouTube o las redes sociales no fueran utilizadas para propagar desinformación de manera masiva, provocando confusión y falta de conocimiento de la realidad.
Queda, por tanto, un largo camino para reducir esta brecha digital a nivel mundial que permita a los países en desarrollo ascender en la escalera digital y avanzar en la prosperidad económica y social, para lo que necesitan apoyo de los países desarrollados y la comunidad internacional.
*** Epifanía Pascual es consultora de Transformación Digital.