Durante muchas décadas se extendió la teoría de que para ser un país desarrollado no era necesario fabricar, que lo realmente importante estaba en la capacidad de innovación y diseño, para dejar en manos de terceros países el trabajo duro, la posible contaminación que esa producción generase y, lógicamente, logrando vender a un precio muy reducido, ya que en muchos de esos países no se respetan los derechos laborales, así como laxitud en el control necesario para garantizar la calidad de los mismos.
Este paradigma se llevó a todos los terrenos -el textil, el de la industria primaria y muy especialmente el tecnológico-, con la consecuencia directa del desplazamiento masivo de los procesos productivos, así como de las instalaciones necesarias para llevarlos a cabo, primando el precio sobre cualquier otro tipo de consideración. Este mensaje caló profundamente en los hábitos de consumo, que también terminaron premiando el bajo precio.
Al diseñar y construir primando el coste productivo, la calidad final del producto descendió notoriamente, así como la capacidad de reparación, con una conclusión para el consumidor: es más barato cambiar que reparar. Sumemos a esto que las políticas de algunas empresas, ya desde el diseño del producto, se pensaron con el objetivo de su sustitución: la obsolescencia programada.
Con el paso de los años se consumó la descapitalización productiva en los países del primer mundo, pero con especial incidencia en Europa. La guerra comercial con China a finales de la década pasada dejó en evidencia esta carestía y llevo a la Comisión Europea a una profunda reflexión sobre la soberanía tecnológica de Europa y la importancia de dedicar recursos económicos a recuperarla, poniendo especial hincapié en ese momento en la necesidad del mercado de contar con chips de producción europea.
Pero no es hasta la llegada de la pandemia cuando esa carencia es asumida por el resto de la sociedad, al ser incapaces de producir respiradores para salvar vidas, improvisándose múltiples soluciones basadas más en la capacidad creativa que en la verdadera capacidad productiva.
La respuesta europea se consolidó en los fondos Next Generation, que para el caso de España (140.000 millones de euros) superan ampliamente el total de los fondos europeos recibidos en lo que va de siglo (40.000 millones para cada uno de los periodos 2000-06 y 2007-13; 17,5 mil millones en el anterior programa 2014-20), y que son un maná que podrá reformular Europa y en particular España.
Finalmente, Europa definió en qué consiste esta soberanía tecnológica estableciendo las seis tecnologías habilitadoras clave para lograr el objetivo: fabricación avanzada, nanomateriales, ciencias de la vida, nanoelectrónica y fotónica, inteligencia artificial y tecnologías de seguridad y conectividad.
¿Pero qué reformulación queremos realizar? Está claro que si no cambiamos el paradigma seremos nuevamente vulnerables ante cualquier turbulencia internacional. Y si cambiamos el modelo productivo y reestablecemos las infraestructuras necesarias en nuestro territorio, ¿será condición suficiente? Pues, desgraciadamente, no. Primero desde el punto de vista de los costes productivos. Se producirá a un coste mayor, el consumidor no cambiará su hábito de consumo y seguirá consumiendo producto barato.
Para cambiar los hábitos de compra será necesario cambiar nuestra oferta, de tal modo que los partidos se jueguen en otro terreno para competir con normas que nos sean más favorables. Ese cambio de paradigma, en mi modesta opinión, deberá fundarse en un diseño que permita la reparación, que sea actualizable, mejorable y con unas garantías muy extendidas por parte del fabricante, que transmita esa seguridad en la calidad del producto vendido, luchando contra la supuesta idea de que comprar nuevo es más barato que reparar.
También el modelo de negocio tendrá que mutar los beneficios exclusivamente basados en la venta de producto, ya que los productos durarán más y, por lo tanto, el periodo de recambio será menor o nulo, yendo a un negocio donde la actualización, la reparación y los servicios de valor agregado tengan una contribución mayor.
Hay otros factores que por su importancia nos hacen mirar también hacia un cambio de modelo: el aumento incontrolado de los desechos que generamos, su impacto en el medio ambiente y la carencia de puestos de trabajo tan necesarios.
*** Javier Taibo Gallego es director gerente del Parque Tecnolóxico de Galicia - Tecnópole.