El ministro de Economía de Alemania es verde. Sí, militante del Partido Verde. Y a su cartera suma las competencias de Medio Ambiente. Robert Habeck es, además, vicecanciller y, por tanto, sustituiría al socialdemócrata (SPD) Olaf Scholz en caso de emergencia o circunstancia grave sobrevenida como canciller de la más poderosa nación de Europa.
Habeck suma poder y autoridad para seguir negándose a rectificar el cierre de las centrales nucleares alemanas, incluso en medio de la mayor crisis energética que ha afectado a la potencia alemana. Forzada, por un lado, a hacerse el harakiri con el gasoducto ruso-alemán Nord Stream 1 y estrangulada, por otro, con el Nord Stream 2 mientras Gazprom alega averías y problemas de mantenimiento por orden de Putin. Esta semana, los alemanes pagaban la gasolina a 1,81 euros y el gasóleo a 1,79 por litro y tratan con dificultad de garantizar las reservas de gas para el próximo invierno. Veremos si Dios (Putin) aprieta pero no ahoga.
Habeck es filósofo y filólogo, traductor al alemán y autor de libros infantiles y de detectives. Desde su ecopacifista posición, presionó para que Europa no reclasificara la nuclear como energía verde. Fracasó, pero el poderoso vicecanciller verde no ha dado un solo paso atrás en sus convicciones, manteniendo ese carácter pragmático y tolerante que demostró, primero como ministro de Medio Ambiente de la región Schleswig-Holstein y, después, como muñidor del pacto con los conservadores para que Angela Merkel fuera de nuevo canciller en 2017.
Por ese carácter dialogante -lo ha demostrado incluso en la gobernanza del Partido Verde, que co-lidera con la joven (42) Annalenna Baerbock- le auguro algo más de éxito en su propuesta para que la Comisión Europea se vaya replanteando el objetivo de “neutralidad” de carbono para 2050. Si por Habeck fuera, la cosa se aceleraría, pero no parece realista pensar en una descarbonización total cuando, incluso los verdes alemanes, divididos entre realistas (realos) y fundamentalistas (fundis), dicen que recurrirán al carbón si Alemania lo necesita. Realpolitik.
Pese a su avanzado estado de maduración democrática, España todavía no ha aprendido a gestionar esta convivencia entre realos y fundis. De hecho, ha ido triturando a los hombres y mujeres que han transitado por ese sendero de alto riesgo de la política española, esa especie de Paso de Mahoma que te concede o te arrebata la cima del Aneto. Albert Rivera fue el último (de muchos) en despeñarse a la derecha de ese paso. En el caso de Yolanda Díaz no tengo claro si es fundi o realo y cuánto tiempo de vida le van a conceder la multizquierda antes de que asome vertiginosamente al vacío justo en la antesala del poder.
Al margen de esta reflexión cogida por un pelo, quizás deberíamos ir preparando una revisión profunda del Green Deal europeo. No se trata de enterrarlo, sino de adaptarlo a esta nueva realidad que nos impone ese autócrata al que Europa y China ayudaron a convertirse en el nuevo Gran Dictador en Rusia. Ajustar esta especie de “fiesta verde” europea para no acabar defraudando las expectativas de quienes creemos, como Habeck el realo, que la economía puede ser fuerte a la vez que sostenible.
Son muchos quienes proponen, por ejemplo, que para echar el cierre a la “Era del Petróleo” se hable tanto de las posibilidades del hidrógeno verde como del enorme campo que se abre con el amoníaco. El hidrógeno, es verdad, es imprescindible para la transición energética por muchas razones. La principal, que es abundante (lo contiene el 75% de la materia visible) y se puede “fabricar” en cualquier sitio que tenga electricidad y agua.
Además, se puede producir, almacenar, transportar y utilizar sin emitir dióxido de carbono y permite el transporte de tres veces más energía por unidad de peso que la gasolina. Su eficiencia es del 60% con una pila de combustible, puede quemarse a una temperatura similar al gas natural y bombear a velocidad parecida a la de los combustibles líquidos. El hidrógeno verde, por tanto, es una gran apuesta para la industria. No hay duda.
El gran problema del hidrógeno es que no existe de manera aislada en la naturaleza, sino que se trata de un “vector energético”. Se tiene que producir (a partir del agua, el carbón o el gas natural) y para almacenarlo se debe comprimir con enorme presión o enfriar a 253 grados bajo cero. Además, se escapa fácilmente por las fugas, lo cual es un inconveniente para su transporte a través de los gasoductos existentes en la actualidad.
Cada vez está más claro que en las soluciones al transporte pesado terrestre, por ejemplo, no tiene sentido el uso del hidrógeno frente al de baterías, que son un 77% más eficientes y bastante más baratas. Lo veremos cuando llegue al mercado el camión SEMI de Tesla, que es capaz de cargar 40 toneladas y recorrer 1.000 kilómetros sin repostar. Será el final de los proyectos de hidrógeno para el transporte por carretera o por ferrocarril. Desde mayo, Tesla acepta pedidos de este camión con 5.000 dólares de señal y otros 15.000 dólares con la orden de fabricación, 10 días después. Los veremos en nuestras carreteras el año que viene.
Un informe de la Royal Society de 2020 trataba de cambiar el paso y advertir de que, quizás, habría que mirar hacia el amoníaco como otra gran baza para la descarbonización. Sería, pese a todos sus inconvenientes actuales, el gran tapado si se avanza en el camino para producirlo a partir del agua, con energías renovables, a temperatura ambiente y presión normal. El “amoníaco verde” es técnicamente posible. De hecho, ya se habla de la “nueva alquimia” de la neutralidad del carbono a partir del amoníaco.
El gran problema del método actual de producción de amoníaco, conocido como Haber-Bosch, es su alta contaminación. Para sintetizarlo hay que cumplir unas condiciones de alta presión y temperatura. Además, como se utilizan combustibles fósiles, como el gas natural, se consume una gran cantidad de energía, lo que conlleva altos niveles de emisiones de dióxido de carbono. Según la Royal Society, producirlo consume alrededor del 1,8% de la energía mundial y el 1,8% de las emisiones totales de dióxido de carbono.
El amoniaco, de hecho, se está abriendo paso en algunas modalidades de transporte aéreo y marítimo de grandes recorridos. La tecnológica finlandesa Wärtsilä y la naviera noruega Simon Møkster Shipping ya están probando la viabilidad de buques movidos por amoníaco. También MAN Energy Solutions de Alemania y la naval coreana Samsung Heavy Industries prevén lanzar en 2024 el primer petrolero alimentado con amoníaco.
Por otro lado, la compañía energética noruega Equinor ha anunciado también la transformación de gas natural licuado a propulsión mediante amoníaco de su buque Viking Energy, con el que transporta suministros a su plataforma continental NCS (Norwegian Continental Shelf)). El gigante químico Yara será el encargado de proporcionar el amoníaco verde, que planea producir en una planta en el sur de Noruega.
Los alemanes Fritz Haber y Karl Bosch son considerados dos de los héroes de la historia del progreso de la humanidad por descubrir la manera de sintetizar (producir) amoníaco en cantidades industriales, lo que permitió su uso como fertilizante. Con ello se logró aumentar la productividad agrícola y multiplicar la eficiencia en la producción de alimentos. Recibieron el Nobel de Química en 1918 y 1931, respectivamente.
Bosch llegó a presidir BASF y luego IG Farben, la mayor química del mundo en los años 20. También fue el presidente de la Sociedad Kaiser Wilhelm después de Max Plank. Su biografía incluye un intento de suicidio debido a una crisis intelectual por el ascenso al nazismo en su país. Sin embargo, Haber, también alemán, pasará a la historia como el padre de la “guerra química” y por haber pronunciado una frase grabada a fuego en la historia de la Ciencia: "En tiempo de paz, un científico pertenece al mundo, pero en tiempo de guerra pertenece a su país".
Pese a todo, estos dos químicos alemanes deben ser reconocidos por haber salvado de la muerte por desnutrición de millones de personas en todo el mundo. Es difícil pensar en una invención más disruptiva y, a la vez, revolucionaria que aquella que sirve para alimentar a seres humanos. Por eso, patriotismos al margen, firmaría sin dudarlo la propuesta del congresista norteamericano por Maryland John Delaney para que el cocinero José Andrés reciba el Nobel de la Paz como activista de la alimentación justa.
Andrés, apoyado en los productos que da el campo gracias a la innovación de Haber y Bosch, está resolviendo uno de los antiguos problemas del mundo y brindando a los líderes mundiales una nueva hoja de ruta. Esto es tan rotundamente cierto que Andrés merecería ser el primer español en conseguir el Nobel de la Paz por ello. Y ya tocaría.