El poder transformador del ecosistema
Dicen algunos especialistas en comportamiento humano que todo empieza con una idea, un mensaje simple que resuena en nuestro cerebro, configura nuestra realidad y nos impulsa a la acción.
En el último siglo, la revolución multimedia y los medios de comunicación de masas han acelerado la distribución de las ideas y la adopción de nuevos comportamientos. Las redes sociales son el paradigma extremo de esta realidad: mensajes cortos, canales de distribución cada vez más personalizados y sensación de pertenencia a una comunidad de iguales con la que estamos conectados por los like.
La aparente simplicidad con la que se construye el pensamiento colectivo contrasta con un entorno cada vez más complejo: pandemia, guerra en Europa, crisis climática, rotura de las cadenas de suministro, inflación, desempleo a la vez que escasean algunos perfiles profesionales, desigualdad, desconfianza…
Este resumen de retos suena pesimista, incluso catastrófico, pero si algo hemos aprendido durante estos últimos dos años es el poder transformador de la innovación, la tecnología y la colaboración para resolver los problemas y construir una sociedad mejor.
No faltan ejemplos de esta nueva realidad colaborativa. El trabajo, el ocio y las relaciones interpersonales no hubieran sido posibles durante el confinamiento sin las redes de comunicaciones, las plataformas de streaming o el software de videoconferencia. En menos de un año se sintetizaron un conjunto de vacunas, hito que en condiciones normales (sin presión extrema de los mercados) podría requerir de una década de trabajo intenso, demostrando que, cuando se concentran las fuerzas del conocimiento en una dirección determinada, los resultados son extraordinarios.
Los que seguimos la carrera tecnológica sabemos de las inmensas posibilidades que todavía están por venir: la tecnología todavía hoy sigue un desarrollo exponencial. En pocos años, dispondremos de los supercomputadores más potentes del mundo en nuestro teléfono móvil. También en nuestro coche, en nuestra oficina, en nuestra consola de videojuegos o en nuestro centro médico. Y con ese poder de computación llegarán otras tecnologías que contribuyan a resolver los retos en educación, salud, energía, alimentación o gestión de los recursos hídricos.
Tenemos también que ser conscientes de que por primera vez en la historia de la humanidad conviven en nuestro planeta alrededor de mil millones de personas con formación superior. Hoy probablemente estén vivos más del 90% de todos los científicos que han pasado por la faz de la tierra. Y todos están conectados por redes informáticas ultrarápidas y globales: cualquier avance de conocimiento se propaga casi automáticamente al conjunto de la comunidad científica, que puede construir inmediatamente sobre él.
En este contexto, la profesora del MIT, Martha Gray, sostiene que no es posible desarrollar innovación relevante, de impacto, a la altura de los retos antes mencionados, sin pensar diferente, sin cuestionarnos de manera sistemática y estructurada nuestro mapa mental de ideas y de conocimientos.
Pensar diferente, cuestionarse el status quo, evaluar el pensamiento establecido, es esencial para resolver problemas, tomar decisiones y ser creativos. Este acto de búsqueda, de investigación para examinar las ideas preconcebidas y las hipótesis de partida necesita estar acompañado de comunidad: una comunidad diversa que posibilite el enriquecimiento de nuestro mapa mental con otros ámbitos de conocimiento y experiencias.
Según Martha Gray, su experiencia como directora del departamento de Ciencias de la Salud y Tecnología de Harvard-MIT (HST) pone de manifiesto que los mejores resultados en innovación se consiguen con una formación inclusiva en la que médicos, ingenieros y científicos comparten las aulas y la atención al paciente y se retan constructivamente unos a otros desde diferentes puntos de vista. Además, para que se consiga la magia de la innovación no solo es necesario este enriquecimiento del mapa mental mediante la formación conjunta, también hay que atraer al tejido empresarial a la comunidad e intensificar la colaboración público-privada para financiar proyectos que puedan escalar y tener impacto.
En definitiva, cuando el pensamiento crítico está enriquecido por una comunidad diversa y bien conectada, los resultados de la innovación son mucho más transformadores.
En el modelo de innovación que propone la profesora Gray, los límites entre los sectores de la industria se difuminan de la misma forma que las plataformas tecnológicas transforman la cadena de valor de sectores completos. Durante la última década la estrategia de colaboración se ha convertido en factor clave de éxito. Amazon, YouTube, Uber o Airbnb son ejemplos sobradamente conocidos de empresas que han sabido aprovechar el potencial de los modelos de negocio impulsados por las plataformas tecnológicas para crecer exponencialmente en tamaño y escala. Todas ellas tienen en común haber sido capaces de generar ecosistemas de relaciones novedosos, transformando progresivamente su entorno competitivo y modificando las fronteras entre sectores.
En este contexto, las compañías más tradicionales se enfrentan a compañías y sectores que nunca habían percibido como competidores. Las empresas definirán sus modelos de negocio no por su forma de jugar contra los pares tradicionales de su industria, sino por lo efectivos que sean en la competencia dentro de los "ecosistemas" que están emergiendo rápidamente, que comprenden una variedad de negocios y de sectores dimensionalmente diferentes.
Participar en un ecosistema no es fácil. Las compañías más tradicionales están principalmente orientadas a la optimización de sus procesos internos, con organizaciones todavía muy jerárquicas y culturas donde impera más el control que la responsabilidad distribuida. La transformación cultural que requiere este nuevo entorno competitivo necesita una visión compartida, liderazgo en todos los niveles de la organización, continuidad y esfuerzo y, lo más importante, un ecosistema de innovación basado en un entorno de confianza con objetivos similares para todos los participantes.
Pero si hubiera que señalar una prioridad esencial para competir en este nuevo entorno, es invertir en un modelo de gobernanza para atraer socios y poder compartir de una forma más activa la inversión que se necesita para adaptarse, competir y pilotar una transformación con éxito.
Un ecosistema de innovación, la "nube" de organizaciones externas que una empresa construye y mantiene como fuente de ideas y estímulo, debe involucrar a organizaciones con intereses similares que trabajan juntas para beneficio colectivo y mutuo. Los objetivos por alcanzar condicionan y definen el tipo de colaboradores a incorporar y exigen acordar previamente y con transparencia lo que cada socio quiere conseguir de la relación.
Si los objetivos son ambiciosos no se deben esperar resultados inmediatos. Se suele crear mucho más valor cuando los objetivos de innovación se desacoplan de los objetivos comerciales más amplios, y a menudo más cortoplacistas. No obstante, el modelo de gobierno también debe identificar de antemano cuando y como terminar la colaboración, sobre todo si los hitos intermedios no se cumplen o si los objetivos se redefinen.
En conclusión, las fronteras del conocimiento se expanden rápidamente gracias al trabajo cooperativo y competitivo de miles de científicos. La tecnología, el conocimiento puesto en acción, puede ser una fuente infinita de progreso humano si somos capaces de compartirlo en un ecosistema empresarial con visión de medio y largo plazo.
Decíamos al principio que todo empieza con una idea que nos impulse a la acción. Martha Gray compartía que a ella le mueve la idea de hacer algo grande (Do Something Great!). Hay muchos otros como ella. Es por eso por lo que, a pesar de lo difícil del momento, estoy convencida de que tenemos en nuestra mano la posibilidad de hacer algo excepcional para construir una sociedad mejor, más humana e inclusiva: algo grande.
*** Emma Fernández es consejera independiente de Axway, Gigas, Metrovacesa y Openbank