La arquitectura algorítmica de las redes sociales persigue fundamentalmente dos objetivos: el que estemos conectados ante la pantalla el mayor tiempo posible y el que nos volvamos a conectar el mayor número de veces por unidad de tiempo. Son las dos magnitudes combinadas que las plataformas de redes sociales monetizan y convierten en beneficios económicos de una magnitud nunca vista antes en la historia de la economía de los beneficios empresariales.
Las consiguen con magnitudes que dichas plataformas venden a los anunciantes en forma de métricas muy convincentes, la mayor parte de las veces inexactas, o directamente falsas. Sin embargo, aparentemente, sus efectos no crean rechazo en los conectados. Imagino que es, sobre todo, porque el mecanismo de la citada algorítmica es tan sutil que la manipulación a gran escala que provocan no es percibida por el usuario conectado de a pie.
Es tan sutil su presión psicológica, como la de un 'poder blando'. Quienes la reciben apenas la 'sienten', hasta que su acción provoca consecuencias de deterioro en la salud, estado de ánimo o desórdenes graves en su conducta, cosa que sucede a los usuarios más vulnerables y que no se detectan inmediatamente, sino con el tiempo. La dimensión de dicha presión es gigantesca porque los algoritmos que la generan son incansables ya que iteran día y noche sin descanso, personalizadamente, gracias a nuestros datos que previamente han recolectado sobre nuestros componentes emocionales siempre que estamos conectados con mecanismos que aplican los últimos avances de la neurociencia.
Es como si nos dijeran sabemos qué te gusta y te divierte, -nos lo dicen tus datos–, y te lo vamos a dar, más y más, una y otra vez, estés donde estés. Es casi imposible sustraerse. Y esto funciona para usuarios conectados de cualquier edad o condición.
La rentabilidad obtenida por los dos objetivos citados (durante más tiempo conectados, y más veces volvamos a conectarnos) para capturar nuestra atención y el tiempo que dedicamos a ella, la obtienen mediante interfaces adictivas y una incansable algorítmica, de tal eficacia que se implantó masivamente en función de los objetivos económicos sin atender posibles efectos secundarios.
Algoritmos iterando incansables
Dada la sutileza de la citada algorítmica, los usuarios, la gente, las sociedades, no perciben su influencia en modo alguno como una amenaza o peligro, sobre todo el en caso de los/las adolescentes, que son las personas más vulnerables a esta algorítmica que apunta a lo emocional, obviando lo racional.
Los más jóvenes han recibido con alegría estas nuevas adicciones a través de las imperativas modas digitales que, sin ser conscientes de ello, ya son un factor convertido en algo insoslayable en sus vidas. La conexión ubicua online de sus teléfonos con sus espacios digitales son más importantes para ellos/ellas que los espacios físicos de su vida. Vemos ejemplos cada día. Y, sin embargo, ningún adolescente concibe que el uso de la conexión constante y reiterada tenga ninguna contraindicación para su salud o su educación. Le parece natural y que siempre fue así.
Lo que importa es que les proporciona una especie de euforia constante y alegre. Andan por la calle, en solitario, siempre sonriendo a la pantalla, hasta el punto de que las relaciones a distancia están sustituyendo e imponiéndose en los adolescentes a sus relaciones del mundo físico, es decir, del mundo real. La jerarquía de la presencia digital en sus diferentes grados, se ha impuesto sobre la presencia física. Sobre los efectos de la citada algorítmica 'límbica' que apunta a las emociones y sus nefastas consecuencias en forma de adicciones y alteraciones conductuales, ya tenemos numerosos avisos científicos serios que han sido noticia.
Por ejemplo, el caso de la Frances Haugen, la científica de datos, exgerente de producto de Facebook, y madre de adolescentes, que abandonó la compañía horrorizada al tener acceso a documentos que los científicos de la empresa advertían a la dirección sobre los problemas que estaban causando las prácticas de la empresa sobre en manejo de la información y los datos de sus usuarios más jóvenes. Ella sabe de esto; es una gran especialista ya que antes de Facebook trabajó en Google y en sus desarrollos de Google Ads, Google Book Search y Google+.
La información a la que accedió Haugen y su extrema preocupación le llevó a declarar ante el Senado de EE.UU. por su convencimiento de que ciertas prácticas de uso de la plataforma de red social eran peligrosas para muchos usuarios de la edad de sus hijos. Declaró que los directivos de Facebook sabían perfectamente que las plataformas de la empresa (Instagram, WhatsApp y Messenger, además de la propia red social) son, en muchos casos, nocivas. Y que las investigaciones por parte de la propia empresa señalaban que los usos de Instagram, sobre todo, son perjudiciales para una parte de sus usuarios más jóvenes, y especialmente “tóxico” para las adolescentes. Y no solo para ellos.
Tras el revuelo, la interpretación de la información revelada no implicaba necesariamente que la red social estuviera cometiendo ninguna ilegalidad. –no hay marco legal global–, pero sí muestra decisiones éticamente reprobables. El caso Haugnen sumió temporalmente a la empresa Facebook en una gran crisis de reputación que su CEO Zuckerberg y sus abogados enfrentaron con una huida hacia adelante cambiando, de pronto, su nombre por Meta, y su 'metaverso', que son en realidad una vuelta de tuerca de la manipulación algorítmica haciéndola más intensa de forma que la plataforma intentará convertir una experiencia mucho más inmersiva el gestionar todos los inputs exteriores que llegan al usuario, con una promesa de mayor 'felicidad algorítmica artificial'.
Pero las modas imperativas digitales no son cosa sólo de adolescentes. Hay multitud de empresas y entidades, startups, que ya son creyentes de ese paradigma del metaverso y su mundo virtual, porque están convencidos de que se puede convertir en un salto aún mayor que el actual de nuevos beneficios económicos y según esa promesa abrazan ese paradigma como una pléyade novedosa e inexplorada de nuevas oportunidades de negocio. Y todo sigue en esa dirección.
El comportamiento ético de las empresas
Pero igual que ocurre con las actuales plataformas de red social y con cualquier tecnología, si su éxito comercial es grande la investigación de los inconvenientes y los grandes efectos sociales secundarios nocivos, y el uso más ético de su algorítmica para combatirlos se ha dejado de lado, o para más adelante.
Lo mismo ocurre con otras redes sociales de modas imperativas, por ejemplo como TikTok, que ha llegado a los mil millones de usuarios, pese a que el servicio de esa red social está servido por una empresa china con sede empresarial en Shanghái, bajo la aquiescencia del autárquico gobierno chino y con sede fiscal en las Islas Salomón, un paraíso fiscal. ¿Importa eso a los adolescentes usuarios adolescentes de esa red social? En absoluto, practican un 'relativismo digital'.
Para ellos TikTok es una potente moda digital en curso, y estas modas son para ellos imperativas. Y los temas éticos al respecto ni se piensan. Hay tanto dinero en juego en este negocio social global que cualquier cosa relativa a estas tecnologías en relación con las consideraciones éticas o a perjuicios sociales están siendo ignoradas a pesar de que más y más estudios científicos que están ya mostrando perjuicios para las personas conectadas y para las sociedades democráticas.
El caso es que empiezan a aparecer que la algorítmica de las plataformas de red sociales no son ajenas a eventos como el asalto al Capitolio de EE.UU, –como se está viendo–, o al auge del populismo, a la alteración de algunos resultados de elecciones democráticas, como la del Brexit, sin ir más lejos.
Y siguen estallando casos. Ahora mismo el de la enorme filtración de 175.000 documentos confidenciales internos de la empresa Uber al diario The Guardian, que está analizando y dando a conocer el Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ), fruto del hackeado, estoy seguro, de hackers de 'sombrero blanco'. Estamos asistiendo al espectáculo de comportamientos mafiosos en ejecutivos de esa famosa empresa global,–una auténtica moda digital en los últimos años–, que se comportan como una nueva 'aristocracia' tecnológica global capaz de 'doblegar' impunemente a gobernantes, legisladores y leyes de países democráticos.
Ello pone de nuevo sobre la mesa el tema de si el inmenso poder que otorga la citada algorítmica del capitalismo límbico que aplican masiva y asimétricamente estos gigantes tecnológicos, es tolerable para sociedades democráticas y sus ciudadanos sin ninguna restricción ética vinculante. Y, obviamente, sin controlar los perjuicios sociales a las personas y sociedades más vulnerables, que usan sus servicios.
Relativismo digital en Uber
Imagino el estupor de muchos empresarios y emprendedores honrados que intentan competir en base la innovación y competencia en igualdad de condiciones en mercados abiertos, ante la desfachatez, por ejemplo, del cofundador y exdirectivo de Uber Travis Kalanick, que se permitió antes de una reunión privada en Davos con Joe Biden, –hoy presidente electo de EE.UU.–, a quien se permitía afear la conducta por su retraso, en un mensaje a otro ejecutivo de su compañía en que afirmaba, soberbio, que "cada minuto que se retrase será un minuto que no tendrá conmigo".
No sabemos si con el entonces ministro de Economía de Francia, Emmanuel Macron, a quien presionaron para que modificase una ley, actuaban desde Uber con la misma displicencia. Es una arrogancia, obviamente hecha desde una supuesta impunidad digital sobre que sus mensajes cifrados punto a punto, jamás serían conocidos por el público. Pero la impunidad digital vemos que, en realidad, no existe.
Ahora sabemos que esa mafiosa 'aristocracia' tecnológica basada en la marca mundial Uber, –paradigma de una moda digital global asociada con la innovación en movilidad–, escondía toda una podredumbre. "Somos jodidamente ilegales", decían literal y obscenamente en otro mensaje. Ahora sabemos que el gigante tecnológico Uber ha burlado las leyes, (incluidas las españolas) de países democráticos, engañado a la policía, sacado partido de la violencia contra sus conductores y de los sucesos de las protestas; y presionando repetidamente en secreto y con impunidad manifiesta, a los gobiernos y a sus legisladores democráticamente elegidos.
El director de la compañía llegó a enviar un mensaje, –ahora público gracias a los hackers–, que a sus ejecutivos les dijo que "la violencia garantiza el éxito". Piense el lector en una empresa de la que sea consumidor o usuario, la que quiera... ¿Aceptaría que el jefe de esa empresa dijera oficialmente esa afirmación en una reunión de su junta directiva? ¿Le daría igual? ¿Aceptaría que en los sistemas informáticos de esa empresa tuvieran un 'botón de pánico' para desconectar todos sus servidores y su informática en el caso de que la autoridad judicial se presentase en la empresa a hacer una auditoría contable o sobre impuestos?
Estas prácticas también las ha utilizado Uber en países no democráticos, por ejemplo, acordando cosas secretamente con oligarcas rusos y legisladores (pagaron 300.000 dólares a un miembro de la Duma) para intentar penetrar a cualquier precio en el mercado de Rusia. Para ellos, el beneficio económico está por encima de cualquier principio o geografía, como estamos sabiendo.
Quizá sea un poco pensar como un utópico escéptico pero estoy seguro de que hay empresarios y ejecutivos de empresas que no son ajenos a los valores éticos y humanísticos (que no posthumanos, no confundir), a los que los beneficios económicos que intentan para su empresa no deben conseguirse a cualquier precio, fuera de la ley, sin ética alguna, a costa de los que sea incluso de los posibles perjuicios sociales.
Estoy que estos empresarios y ejecutivos de empresas honradas, que las hay, condenan estos comportamientos nefandos de estos ejecutivos 'pseudodioses' de los gigantes tecnológicos estamos viendo en los de Uber. Y no vale, recordando el chiste de Groucho Marx aquel que le que decía a un interlocutor: "Tengo estos principios, pero si no le gustan, puedo ofrecerle otros", como está haciendo la actual cúpula directiva de Uber que dice que las conductas de esos directivos de la empresa que estamos conociendo gracias a la filtración de los hackers no responde a los principios actuales que rige la conducta actual de la empresa sino a los de una 'época anterior'.
Acabo de recibir el Informe Anual de Impacto Sostenible 2022 de HP, en el que se afirma que la empresa tiene como objetivo el "convertirse en la compañía tecnológica más sostenible y justa del planeta" y que busca acelerar la 'equidad digital'. Yo preguntaría visto lo visto con Uber, qué significa para esta empresa ser 'la compañía más justa', y cómo entienden sus directivos lo de la 'equidad digital'. Ojalá lo expliquen y lo apliquen.
El usuario de a pie de la tecnología no es consciente del poder que posee simplemente añadiendo en su elección como consumidor a los factores de calidad, innovación y precio, de los productos y servicios de una compañía, el tener en cuenta el comportamiento ético de esa empresa y sus directivos. En mi caso, tras conocer las prácticas de la empresa citada, ya no voy a usar los coches de Uber o de cualquier empresa cuyos gestores se comporten como en este caso, o sea, como gente evidentemente deshonrada.
El precio no lo es todo. Sin honradez, ni ética empresarial, ni respeto a las leyes, ni a la libre competencia, los servicios, productos o precios de una empresa no me interesan. Creo que esta es una nueva obligación ineludible que debemos considerar y tener en cuenta en nuestro día a día como consumidores y usuarios. Estoy a favor de una empresa si actúa bien, y en contra, si actúa mal, –Richard Stallman dixit–. Y así debe ser.