España es un país de pymes (chupito). Pero cuando decimos pymes, decimos muy pymes. Donde la parte más ancha (en cuanto a volumen de número de empresas) está únicamente en la 'P': más del 80% del tejido español tiene dos empleados o menos. Ahí es nada. Así que, más que un país de pymes, España es un país de micro pymes.
Los datos que suelen dejar las encuestas sobre el uso de TIC y del comercio electrónico en las empresas españolas, que periódicamente elabora el INE, no dejan lugar a duda: sigue habiendo un 40% de las empresas con 10 o más empleados que no usan ordenadores con conexión a internet y sigue habiendo más de un 20% que ni siquiera tiene página web. No extraña que, a tenor de los datos, el famoso kit digital se centre en lo más básico de la digitalización: presencia en internet, comercio electrónico, gestión de redes sociales, factura electrónica, oficina virtual…
Por eso, en cuanto nos adentremos en tecnologías 'más complejas' o avanzadas, su uso va cayendo drásticamente: ERP (52%), CRM (42%), nube (32%), IoT (28%), big data (11%) e inteligencia artificial (8,3%). Recuerdo que hablamos de empresas con 10 empleados o más, que son apenas el 4,2% de las empresas, ya que el resto tienen menos asalariados.
Esto, a nivel tecnológico y digital, plantea muchos y variados retos. Puede que la tecnología que necesiten este tipo de empresas sea en muchos campos (como el de la seguridad o el de comunicaciones) el mismo que una gran corporación, pero quizás no necesiten todas sus capacidades y características. Y, sobre todo, no pueden asumirla ni, por supuesto, pagarla.
Muchas veces la digitalización de todas estas pequeñas empresas y autónomos viene porque la ley obliga. El TicketBAI (una iniciativa del País Vasco para luchar contra el fraude fiscal que obliga a presentar todas las facturas de forma electrónica) es el ejemplo de cómo lograr que todas las empresas tengan esa digitalización necesaria, puesto que todas las personas físicas y jurídicas que realicen una actividad económica en Euskadi deberán utilizar un software de facturación que cumpla los requisitos técnicos que se obligue esta normativa.
¿Cómo se digitaliza ese último eslabón?
Pensemos en el caso de la agricultura y la alimentación. En un mundo en el que la sostenibilidad es obligatoria y en el que cada vez más usuarios reclaman conocer cuál es el origen y tratamiento que han recibido los productos y servicios que consumen, tecnologías como el blockchain facilitan esa trazabilidad y transparencia debida.
IBM tiene varios proyectos con empresas oliveras y aceiteras españolas. En las botellas de Conde de Benalúa o de Deoleo podemos encontrar códigos QR donde se nos muestra toda la información relativa a la cosecha con la que se ha realizado ese producto.
Puede parecer sencillo, pero no lo es. Sobre todo porque para que estas marcas puedan llevar esto al consumidor final necesitan que el agricultor que está a pie de campo haga esa trazabilidad de la oliva y que lo haga digitalmente. En el caso de estos árboles, que llegan a ser centenarios, puede ser menos complicado que si pensamos en aplicar esto mismo a cualquier otro tipo de hortaliza.
De hecho, Ignacio Silva, CEO de Deoleo, no quiso detallar a cuánto asciende la inversión de la compañía para llevar a cabo este proyecto de trazabilidad, pero sí que aseguraba que la mayor inversión y el mayor esfuerzo ha sido en tiempo y en concienciación de todas las partes de la cadena implicada en la producción del aceite.
Es cierto que, al depender también de cooperativas, muchas veces estas agrupaciones son las primeras impulsoras de la digitalización del campo. Pero la tarea de modernizar ese último eslabón puede llegar a ser una tarea titánica. Sobre todo cuando, como en casos como las bodegas y las vides, muchas veces son los propios profesionales del campo los que no confían en la tecnología (y si en su sabiduría popular heredada generación tras generación) para saber la cantidad de riego que necesitan sus viñedos cada día. Que de estos también los hay.
¿Cómo han conseguido estas empresas aceiteras este hito? IBM asegura que, para facilitar esto, los agricultores pueden, con una sencilla aplicación en el móvil, cumplir con su parte en la trazabilidad. Es más: en Colombia se utiliza este mismo sistema para que los usuarios finales puedan enviar recompensas a los cultivadores de los granos del café por la cosecha realizada. Un motivador más para que hasta el actor menos pensado pueda tener una tecnología tan avanzada como el blockchain en la palma de su mano.