A pesar de que la OCDE mejoró su pronóstico de crecimiento para España en 2022, el del año que viene es menos esperanzador. La razón que explica el empeoramiento de sus previsiones es la actual inflación que, de acuerdo con este organismo, se incrementará progresivamente en los próximos meses.

Con una predicción similar, pero para todo el continente europeo, hace unas semanas el BCE subió los tipos de interés un 0,75% –el mayor incremento de la historia de la zona euro–, en un intento por remediar la situación y preparar a la economía comunitaria para un escenario previsiblemente más gris.

Lejos de ser una inquietud exclusivamente institucional, la ciudadanía y las empresas también están preocupadas por las subidas generalizadas de precios. En lo que respecta a las segundas, poco más cabe hacer que prepararse para un cierre y un comienzo de año complejos. Sobre todo, si se es de aquellos negocios que ya viven las consecuencias que derivan de este contexto macroeconómico: encarecimiento de materias primas, descenso de la demanda y del consumo y, consecuentemente, falta de liquidez y de financiación.

Ante esta disyuntiva, reducir gastos drásticamente en el ámbito de la digitalización se ha convertido en una cuestión nueva para compañías de toda Europa. La decisión adoptada por muchas de ellas ha sido detener por completo algunas de las inversiones que habían implantado en los últimos meses. 

Sin embargo, una medida tan tajante como detener por completo este tipo de inversiones resulta inconcebible para aquellas firmas a las que se les exige un alto nivel de digitalización. Principalmente, porque prescindir de estas inversiones es sinónimo de renunciar a mejorar, crecer, ser eficientes y competitivas. Hablamos de organizaciones en las que la tecnología está transversalmente imbricada en el corazón del negocio, así como de grandes compañías que han hecho de la digitalización la palanca más exitosa con la que expandir su negocio y mejorar sus servicios y productos. 

Se trata mayormente de multinacionales que ven imposible saltar en marcha del tren de la innovación, pero que, al igual que resto del tejido empresarial, también necesitan reducir sus gastos. Más aún cuando pueden suponer un desembolso anual de hasta seis dígitos, lo que la convierte en una partida más abultada incluso que la de los salarios.

Por poner un ejemplo, la última 'Guía de gasto mundial de servicios en la nube pública' de la consultora IDC detalla que la inversión total de las empresas europeas en estos servicios llegará a los 113.000 millones de euros este 2022. Cifra que se doblará en menos de cinco años, con una inversión total de 239.000 millones en 2026.

En definitiva, vivimos en un momento en el que estas compañías, que cuentan con un alto nivel de digitalización, requieren de una panacea que compatibilice unas inversiones que se han vuelto imprescindibles con una más que obligada reducción de costes. Lejos de ser compleja, la solución es mera economía doméstica: hay que abrocharse el cinturón. Dicho con otras palabras, ha llegado el momento de optimizar al máximo las inversiones para eliminar todos los gastos superfluos.

Una medida que puede resultar muy obvia, pero que no es muy aplicada entre aquellas empresas que acaban de comenzar su camino hacia la digitalización. No por reticencia, sino por desconocimiento.

Cuando nos referimos a optimizar la inversión hacemos hincapié en la necesidad de poner punto final al principal hándicap que tienen la gestión y la contratación de servicios de soluciones digitales: desconocer qué prestaciones concretas ofrecen unos proveedores en comparación con el resto y cuál es el ahorro o el gasto que resulta de elegir una plataforma en lugar de otra. Una cuestión que, de no abordarse, disminuye notablemente la potencial rentabilidad que buscamos al contratar estos servicios. 

Simplificar el uso de las soluciones digitales puede suponer ahorros de hasta una tercera parte de la inversión inicial. Una cifra nada desdeñable para multinacionales que cada año gastan cientos de miles de euros en este tipo de plataformas. Más si se tiene presente que la digitalización seguirá siendo indudablemente la gran palanca tractora de crecimiento empresarial en el medio y largo plazo, lo que significa que, incuestionablemente, habrá que seguir apostando por ella. 

Así, en la ambición por hacer de nuestra empresa un negocio más eficiente y competitivo, optimizar la inversión digital es el valor diferencial que hará más exitosa nuestra estrategia. Pese a que aparentemente la inflación exige dar un paso atrás en materia de transformación digital, lo que realmente invita es a dar un salto adelante en la racionalización de su gasto.

Un ejercicio que permite sacar más provecho a los recursos destinados a estas inversiones; añadirles la etiqueta ‘inteligente’. En definitiva, la inflación que vivimos actualmente es una gran oportunidad en pro de la simplificación de las inversiones digitales, lo que repercutirá en beneficios seguros a todas aquellas empresas altamente digitalizadas que se aventuren en este next step.

*** David Alonso es country manager de Sastrify en España.