Alrededor de 770 millones de jóvenes adultos en todo el mundo no saben leer ni escribir. Al mismo tiempo, 1.500 millones de personas en edad escolar se han visto afectadas por el cierre de escuelas y universidades y otros 250 millones de niños no adquieren las competencias básicas en lectoescritura que les permitan desenvolverse con éxito en la vida.
Son estadísticas de Unicef, números al fin y al cabo, que representan en última instancia un desafío de magnitudes épicas: tenemos un problema grave -muy grave- con el acceso a la educación de millones de menores que tan sólo desean aprender, disfrutar y crecer en las mejores condiciones posibles.
"Hay una crisis global de educación ahora mismo... en cambio, se habla mucho de la crisis del covid o de Ucrania", reconocía esta misma semana Frank van Cappelle, asesor senior de Digital Learning en Unicef y antiguo emprendedor social, en el CES de Las Vegas.
Incluso un lego en la materia puede entender que hacer llegar los mejores conocimientos a las nuevas generaciones es un imperativo para cualquier sociedad. Sin embargo, parece que es un tema secundario en las agendas públicas y mediáticas de todo el globo. Al igual que aparece en un segundo plano, con suerte, el rol extraordinario que la tecnología puede jugar a la hora de superar este reto mayúsculo.
"Necesitamos que los contenidos educativos digitales sean un bien público, que la educación remota pueda acercar la formación a aquellos alumnos que no pueden ir al colegio y que, para aquellos que sí van a la escuela pero no están aprendiendo, puedan aprovechar las ventajas de la ubicuidad de la tecnología para acceder a libros y materiales que no estarían en sus manos", añadía este experto.
Eso para empezar, porque hay mucho más por rascar en estas lides. "El 60% de los jóvenes de hoy en día no tienen capacidades avanzadas en educación, esas que les permitan ser parte de la solución a los desafíos del mundo tan complejo que vivimos", añadía a su vez Shanika Hope, directora de Educación para el Impacto Social en Google.
El diagnóstico parece claro, tan transparente como el agua misma. Pero seguimos encallados en ese escalón, en el de la panorámica completa del escenario. ¿Cuándo daremos el paso a la acción, al impulso decidido de la digitalización como herramienta para paliar la brecha educativa? Desgraciadamente, no podemos ser demasiado optimistas al respecto: décadas de inacción demuestran el escaso interés de todos los agentes implicados por tomar cartas en el asunto.
"Todos tenemos un rol que jugar en resolver este desafío. La tecnología cuando se usa en su mejor caso, ayuda a diagnosticar las necesidades y darnos escala para poner soluciones", reconocía Hope. "Las consecuencias de no hacerlo son la pérdida de libertad e independencia". Ahí es nada.