Los que se dedican a la ciencia experimental saben lo que cuesta, y no sólo hablo de dinero, todo el montaje de laboratorio necesario para sonsacar los valiosos datos a la naturaleza y validar (o refutar) los modelos de nuestras teorías. Hablamos de configurar minuciosamente grandes o pequeños equipamientos con instrumental científico-tecnológico de todo tipo, tanto físico, químico como biotecnológico.
Después de diseñar el experimento, llega el momento de adquirir todo el material y los equipos necesarios. Hay que encontrar proveedores de este tipo de productos, y aquí es cuando aparece la sorpresa: ¿es casualidad que los principales fabricantes de equipamientos científicos estén en los países más avanzados en tecnología?
Y cuando digo avanzados, me refiero a que disponen de mucha tecnología propia, patentada y fabricada por ellos mismos, sin la dependencia de terceros. En definitiva, los países que más y mejor transfieren su conocimiento científico son China, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Alemania.
En general, al sector empresarial que se dedica a fabricar equipamientos científicos se le denomina industria de la ciencia. Y no estamos hablando solo de fabricar microscopios o matraces de Erlenmeyer, también hablamos del diseño, desarrollo, mejora e implementación de instrumentos vanguardistas avanzados para la nanociencia y la nanotecnología, o para hacer posible los ordenadores cuánticos, entre otros.
A lo que se añade la posibilidad de ser proveedores de las grandes instalaciones científicas, como la European Organization for Nuclear Research (CERN), European Molecular Biology Laboratory (EMBL), European Space Agency (ESA), European Southern Observatory (ESO), European Spallation Source (ESS), European X-Ray Free-Electron Laser Facility (XFEL), Facility for Antiproton and Ion Research in Europe (FAIR), Fusion For Energy, Neutrons for Society, Square Kilometre Array Observatory (SKAO), etc.
Parecen clientes inalcanzables, pero no es así, no hay que asustarse. Hay empresas españolas que llevan tiempo participando con éxito de esta industria de la ciencia. Pero la hipótesis de este artículo es que no son suficientes. Y es que se trata de un sector clave para el progreso tecnológico de un país. Sí, así de tajante hago esta afirmación.
Pensemos por un momento lo que supone fabricar equipamientos para que los científicos puedan llevar a cabo sus actividades. Desde un punto de vista meramente empresarial, no cabe duda de que es un nicho de mercado extremadamente exigente y aparentemente demasiado pequeño para ser atractivo. Pero desde la perspectiva de la transferencia tecnológica la cosa cambia, y mucho, pues es ni más ni menos que el eslabón perdido de la cadena de valor de la I+D+i.
Siempre hablamos del gran distanciamiento entre las hazañas de nuestros investigadores y las necesidades de la industria, del famoso gap universidad-empresa, del valle de la muerte… Hay metáforas para todos los gustos. Pero el problema es sencillo de explicar, ciencia e industria suelen hablar lenguajes diferentes y la conexión de ambos mundos se dificulta en demasía.
Pues bien, las empresas que se dedican a la industria de la ciencia no adolecen de este mal, no se lo pueden permitir porque esencialmente trabajan para la ciencia y no al revés. La persona responsable de diseñar y construir un nuevo tipo de microscopio de efecto túnel, seguro que está tan bien formada en nanociencia como la que lo va a utilizar.
Las conversaciones entre fabricante y usuario son fluidas, hablan el mismo lenguaje. Los ingenieros de estas empresas posiblemente son ingenieros de la ciencia, o científicos de la ingeniería, no hay gap, no hay frontera. La cultura científica de estas compañías no es anecdótica, es una necesidad vital. La frecuencia con la que cruzan las puertas de nuestras universidades y centros de investigación seguramente supera a la del resto de sectores juntos.
Bien, por fin, un sector industrial sin problema de comunicación con la ciencia y que, además, está desarrollando tecnología en el mismísimo estado del arte de la investigación a nivel global, llevando continuamente al límite los procesos, los materiales y los diseños para poder satisfacer al cliente más exigente del mundo, el científico.
Es inevitable que la frontera tecnológica vaya ganando terreno al desconocimiento en cada nuevo proyecto, en cada nuevo reto. Pero no sólo se ve beneficiado el ámbito científico para el que están trabajando. No olvidemos que son empresas con visión de negocio, y cualquiera de las nuevas tecnologías con las que se van encontrando es una oportunidad para llevar al mercado, incluso fuera de la propia industria de la ciencia.
En el entorno de los fabricantes de equipos para los científicos que estudiaban las propiedades de los gases en el siglo XIX se gestaban las más originales innovaciones en tecnologías del vapor. En el entorno tecnológico de los estudiosos del modelo atómico que requerían acelerar y desviar de forma controlada iones, aparecieron los primeros tubos de rayos catódicos e inevitablemente acabó utilizándose para que surgieran los primeros monitores CRT a principios del siglo XX. La lista de tecnologías colaterales trasferidas a la sociedad por centros como la NASA o el CERN no tiene fin.
La obsesión del científico es dilucidar con el experimento la ley de la naturaleza; la empresa involucrada en ese experimento, ajena a esa obsesión, no solo genera nueva tecnología para la ciencia, su instinto de negocio siempre va a velar por aprovechar esos mismos resultados y transferirlos a otros ámbitos.
Dejo a los estadistas que verifiquen algo que nos parece bastante evidente a los que solemos hacer búsquedas de bibliografía científica y de patentes. Algunos países que no tenemos una industria de la ciencia potente, podemos no obstante tener un excelente posicionamiento en lo que respecta a publicaciones científicas. Pero son los países con una industria de la ciencia de peso los que además patentan y explotan satisfactoriamente sus resultados científicos.
Parece, pues, que se esté vislumbrando una condición necesaria y suficiente para el progreso tecnológico. Dicho en lenguaje más solemne, un ecosistema de innovación sano y fértil debe tener una masa crítica de empresas dedicadas a la industria de la ciencia; por debajo de esa masa crítica, no se produce una transferencia tecnológica satisfactoria.
Espero haber convencido a algún lector de la importancia que tienen estas empresas, las de la industria de la ciencia. Pero como se decía en El Principito, "a las personas mayores les encantan las cifras". Pues bien, el pasado octubre se celebró en Granada el Big Science Business Forum, un congreso que reunió a prácticamente a todas las grandes organizaciones científicas en el mundo y en el que se sacó a relucir el volumen del mercado de la industria de la ciencia: 37 billones de euros para los próximos cuatro años. No está mal, quizás ahora sea más financieramente atractivo el tema de lo que algunos pensaban hace unos párrafos.
Y quizás haya muchas empresas españolas que tienen este nicho más al alcance de lo que se imaginan, en especial aquellas de los sectores de electrónica, instrumentación, manufactura avanzada, TIC, vacío y criogenia, sistemas de control, superconductividad, manipulación a distancia, etc.
Tanto el Ministerio de Ciencia e Innovación como el CDTI llevan intentando impulsar este sector desde hace años. Es una estrategia acertadísima y seguro que está dando sus frutos. No deberían bajar la guardia los centros de educación secundaria ni las universidades en lo que se refiere a horas lectivas en laboratorios, pues no sólo porque se trata de desarrollar capacidades necesarias para futuros perfiles científicos y tecnólogos, sino también porque entre estos alumnos están los empresarios y empresarias del futuro y tienen que interiorizar algo tan obvio como que la ciencia requiere de productos más allá de las pizarras.
Los que trabajamos en centros tecnológicos estamos, de una u otra forma, contribuyendo continuamente a este valioso sector. La investigación industrial que llevamos a cabo implica coger el relevo de la I+D de las universidades para escalar esos resultados a la industria y el conocimiento exhaustivo de lo que pasa en sus laboratorios es fundamental.
Pero aún hace falta más convicción por parte de todo nuestro sistema. Lo que quiero resaltar aquí es que el atractivo del volumen de mercado es una anécdota. Lo que realmente ofrece la industria de la ciencia a cualquier país que la promueva y la fomente es un potente motor de innovación de base tecnológica sin parangón.
*** Ricard Jiménez es director científico del Área Industrial de Eurecat.