En España, al menos pasa en algunas universidades, si eres un estudiante con una idea para montar una empresa mientras estás estudiando lo tienes muy difícil. Al menos eso me contaban la semana pasada los rectores de tres universidades no pequeñas, con un alto potencial en temas clave como las matemáticas, la física o la aeronáutica, entre otras disciplinas.
Son los profesores los que en muchas ocasiones se encargan de pedir fondos para sus investigaciones que acaban derivando a sus estudiantes más aventureros para que lancen modelos y prueben cosas. Vamos, que en muchos cosas, el emprendimiento tecnológico de fases más tempranas está relacionado con la paciencia estoica de sus profesores, que rellenan papeles y justifican gastos, dejándose de ventanilla en ventanilla la paciencia y la ilusión para reinventar el mundo.
Esto no sucede con los investigadores, que gozan de un espacio propio en esto de solicitar ayudas, muy mejorable, pero propio; y tampoco con las empresas creadas al abrigo de las escasas pero ilustres incubadoras universitarias que alojan milagrosas apuestas de riesgo en sus espacios para startups de alto crecimiento. Que conste que se trata de un ecosistema muy mejorable, pero al menos tiene una base, una referencia, un marco de actuación.
Volviendo a lo importante, que el estudiantado español, ya puede tener el emprendimiento en vena que fácil no lo va a tener. Si a este hecho le unimos que las grandes compañías de todo el mundo se ubican en la zona de influencia de nuestro tejido universitario para buscar talento, y le sumamos que en España, una gran mayoría de jóvenes prefiere trabajar por cuenta ajena que emprender (no es de extrañar habida cuenta del calvario pre Ley Startups y a pesar del infierno fiscal in itinere), la foto que nos queda es preocupante: ¿quién va a emprender si puede colocarse en tercero o cuarto de carrera cobrando un pastizal?, ¿quién va a querer arriesgar cuando al otro lado todo el mundo canta que se vive mejor?, ¿para qué va alguien joven, con toda la vida por delante, querer quemar esos grandes años de su vida racaneándole a la administración míseras ayudas que habrán de justificar firmando con sangre y con el cuidado extremo de un custodio avezado?
Debería preocuparnos mucho esto. Convertirnos en la agencia de recruiting de Europa puede tiene efectos positivos a corto plazo y hacernos pensar que somos una potencia mundial atrayendo inversiones, pero si no damos un paso más, si no hacemos más híbrida la estrategia y la combinamos con una fuerte inversión en nuestras propias aventuras de riesgo, seremos un enorme centro de trabajo ultramoderno al que los grandes quieren seducir para atrapar temprano, tentándonos con la ilusión de la magia corporativa: plan de carrera, cuarenta días de vacaciones y fiestas de empleados con DJs en grandes espacios abiertos en los que respetar el medio ambiente.
Alguien debería darse cuenta del elevado coste que tiene vender la piel la piel del oso antes de cazarla (= colocar a nuestros mejores talentos sin darles siquiera la oportunidad de equivocarse erigiendo el castillo de sus alocadas ideas) y debería hacerlo ya.
Al fin y al cabo esto es algo por lo que ya han pasado otros países de nuestro entorno y podemos aprender de la experiencia comparada: mucho más dinero en la universidad para emprendimiento, conexión de la empresa tradicional con el talento, menos papeles, las mismas facilidades para quienes están dentro que para quienes vienen de fuera. ¿Les parece obvio? Para nada. Y si no dense una vuelta por Málaga o por Valencia. Dos modelos muy diferentes que disfrutan del hecho común de estar en la agenda de los grandes, de quienes quieren invertir en sus ciudades.