El cambio climático, el cortoplacismo de muchas generaciones de humanos, nuestra insignificancia en el conjunto de la vida de la tierra… La verdad es que existen muchos puntos de vista sobre la razón por la que este año nos hemos quedado sin el necesario inicio de la primavera, pero es innegable que el cambio climático está acelerándose y, por ende, jugando un papel muy relevante en que el clima del mundo cada vez sea más extremo.
Considerando que después de años de investigación, sabemos que la vida en nuestro planeta se originó hace unos 3.800 millones de años podríamos caer en la tentación de pensar que nuestra influencia, la de los humanos, no puede ser tan mayúscula.
Así que he buscado un dato ilustrativo al respecto: las estimaciones indican que desde los albores de la especie humana, 106.000 millones de personas hemos nacido; lo que hace que los 8.000 millones de población viva actualmente representemos en torno al 7% de todas las personas que alguna vez hemos vivido en el planeta Tierra. Si a eso le sumamos el crecimiento exponencial del consumo y el derroche e ineficiente gestión de los alimentos, por ejemplo, no creo que haga falta ser demasiado inteligente para darse cuenta de que tenemos un efecto nocivo para nuestro querido planeta.
Llegado a este punto, es necesario que refresquemos tres conceptos para que no nos liemos:
1. Ecología: parte de la biología que estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con el medio en el que viven.
2. Ecologismo: ideología que extiende y generaliza el concepto de ecología al terreno de la realidad social; propone y defiende la búsqueda de formas de desarrollo equilibradas con la naturaleza y basadas en el uso de energías renovables que no contaminen.
3. Economía: ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas.
Últimamente he asistido a interesantes y apasionados debates sobre el cambio climático y mi conclusión es que no podemos confundir la ecología con el ecologismo; ni la economía con el capitalismo salvaje. Al fin y al cabo no es posible hablar de economía sin tener en cuenta la ecología.
Del mismo modo, no podemos acusar a los activistas del cambio climático como Greta Thunberg, Inger Andersen o Sebastião Salgado de alarmistas diciendo que lo exageran todo, que están a sueldo de tal o cual empresa.
Sabemos que el planeta está en constante movimiento y que, dada la elevada esperanza de vida, convivimos en él distintas generaciones. Desde la generación del baby boom (nacidos entre 1946 y 1964), esa oleada de nacimientos resultante de la fuerte economía posterior a la Segunda Guerra Mundial que se conoce por su resistencia al cambio tecnológico, el cambio climático y su oposición a los valores cambiantes de las generaciones más jóvenes. Hasta la más reciente generación Z (nacidos entre 1997 y 2012), las personas que no podrían vivir sin pantallas y sin conexión, los que tienen el mayor acceso a la información hasta la fecha y, probablemente, la generación más pesimista por distintas razones, pero sobre todo por la preocupación por el cambio climático.
Si os gusta la música y lleváis años en el mundo, intuiréis que el título de esta columna es una adaptación de una famosa canción de Sabina que me suena incluso a mí, una canción de los años 80 que decía cosas como: "¿Quién me ha robado el mes de abril? ¿Cómo pudo sucederme a mí? ¿Quién me ha robado el mes de abril? Lo guardaba en el cajón donde guardo el corazón".
Hace unos días leí una entrevista en este medio en la que Donald Sadoway (profesor emérito de química de materiales en el MIT) decía que "no podemos seguir esperando una tecnología salvadora porque, déjame decirte algo, es poco probable que llegue".
Por suerte, cada vez somos más las personas conscientes de que no podemos seguir así. La inacción no es una opción si queremos dejar un mundo mejor a la generación Alfa y a las que todavía no tienen nombre. Dicen que la Generación Z ha cambiado el yo de los años 80 por el nosotros de la actualidad y que ese nosotros incluye el planeta y a las personas.
Esperemos que dejemos de preguntarnos cómo puede sucedernos a nosotros y nos demos cuenta de que el mes de abril nos lo estamos robando nosotros mismos. Este problema requiere que actuemos aceleradamente y que huyamos de la tentación de guardarlo en un cajón.