Un área de la Nanotecnología realmente prometedora y que justificaría una apuesta estratégica de España a medio y largo plazo es la nanomedicina. Digamos que no se trataría del habitual brindis al sol de los políticos ni de sus discursos huecos respecto a la investigación científica. Existen razones fundadas para creer en la medicina a nanoescala, una vez que los datos confirman el liderazgo de grupos de investigación españoles en la estrategia EuroNanomed, la plataforma europea que financia la investigación en el sector y cuyos resultados sitúan a nuestro país a la cabeza de la investigación internacional en nanomedicina.
Las vacunas de ARN contra la covid-19 -con material genético envuelto en nanocápsulas a modo de gotas de grasa- son la muestra palpable y visible de cómo el mundo ‘nano’ está transformando los tratamientos médicos y, todo hay que decirlo, acelerando la revolución que la industria farmacéutica está experimentando tras la pandemia. Pero la nanomedicina lleva ya varios lustros abriendo caminos hacia terapias diagnósticas muchísimo más precisas y tratamientos altamente eficaces y con menos efectos secundarios. Fármacos que “viajan” y derriban barreras biológicas hasta alcanzar su “diana” en determinadas células enfermas.
Desde hace más de tres lustros, la UE ha financiado con cientos de millones de euros la cohesión de la llamada Plataforma Tecnológica Europea de Nanomedicina, que conecta a 125 investigadores académicos e industrias para fomentar la innovación y acelerar los avances en este campo de manera que alcancen la fase de ensayo clínico. Y la gran noticia es que el último informe de esta plataforma situó a España como el segundo país en número de grupos implicados (58), sólo por detrás de Francia (67), tal y como recoge el informe España a Ciencia cierta, editado por la Fundación Rafael del Pino, citando informes de Euronanomed III, con 23 países coordinados desde el Instituto de Salud Carlos III.
La Agencia Europea del Medicamento sentó un precedente en 2010, con la aprobación del uso de la terapia con nanopartículas magnéticas de la alemana Magforce Nanomedicine, basada en la inyección directa de estos materiales en los tejidos tumorales para después calentarlos a base de campos magnéticos externos. Con ello se debilitan las células cancerígenas para acabar rematándolas con menores dosis requeridas de quimio o radioterapia.
Estas nanopartículas se activan por sus propiedades magnéticas. Pero hay otras familias que responden a la luz infrarroja y, por tanto, podrían funcionar como un mando a distancia de los que nos sirven para abrir la puerta del garaje o las cámaras de visión nocturna. Entre las propiedades de este tipo de moléculas está que pueden servir tanto para el tratamiento determinadas enfermedades como para su diagnóstico.
Son la base de la estrategia llamada teragnosis, una de las grandes estrellas de nuevos tratamientos contra el cáncer y que, básicamente, consisten en emplear una misma molécula para diagnosticar y tratar. Primero, aliadas con el galio-68, elemento químico que brilla en una exploración con tomografía por emisión de positrones (PET), permiten detectar las células cancerígenas; y luego, asociadas con el lutecio-177, que emite una radiación que las acaba matando de manera localizada.
Magforce había nacido en 1997 en Berlín. 15 años después, en 2014, con 17 familias de patentes internacionales licenciadas, 100 licencias individuales y otro montón de solicitudes, despertó el interés de Mithril Capital Management, empresa propiedad de Peter Thiel, cofundador de Paypal junto a Elon Musk y primer inversor externo de Facebook. Su terapia, bautizada como Nanotherm, tiene certificación en toda la UE para el tratamiento comercial de tumores cerebrales en Alemania desde 2014. Y la FDA de EEUU emitió autorización para su uso para determinados cánceres de próstata .
En el año de la fundación de Magforce apenas había pasado una década desde la publicación de un libro de referencia de la Nanotecnología titulado “Motores de creación: la era venidera de la nanotecnología”, firmado por Eric Drexler, un autor que ya será familiar para los socios del Nanoclub de Levi y que fue importantísimo para despertar el interés de investigadores e inversores por las inmensas posibilidades de la ingeniería molecular y de los materiales concebidos a tamaños menores a 100 nanómetros.
Los movimientos financieros de aquellos años fueron, en muchos casos, absolutamente injustificados. Existió una burbuja de la Nanotecnología que se hinchó de manera desmesurada en 2004. Los ejemplos de empresas cuya valoración se disparó a base de márketing científicamente infundado son muchos. Por ejemplo, Nano Labs Stock es una empresa de cerámica que llegó a certificar que había reemplazado el 40% de la gasolina con agua y nanotecnología. Manhattan Sciences Stock es otra que prometió implantes dentales de nanometales y la detección del cáncer. Un auténtico bluf que no dejó de levantar rondas millonarias hasta que se advirtió de que las tecnologías prometidas eran un fake.
Otra. La australiana Starpharma prometía el desarrollo de sistemas de administración de fármacos basados en una nanopartícula llamada dendrímero para la prevención del VIH. Aquel producto, llamado Vivagel, se acabó comercializando para tratar la conjuntivitis. Pero nada del virus del Sida. Aquel declive se prolongó varios años. Incluso a finales de la década de 2010 se llegó a hablar en las revistas científicas del principio del fin de la burbuja de la nanomedicina, poco después de que las autoridades de EEUU anunciaran que iban a cerrar el grifo de la financiación a los Centros de Excelencia en Nanotecnología del Cáncer.
No se puede negar que, a lo largo de los años, muchos nanomateriales prometedores han estado en la cúspide de la comercialización, pero nunca parecen llegar allí. De ahí la prevención con que se deben acoger determinados anuncios sobrevalorados. Pero existen otros, como las ya citadas vacunas de ARN mensajero, que están absolutamente contrastadas por la ciencia y han movido importantísimas inversiones.
De ese movimiento nació Moderna, compañía cofundada por Robert Langer, ingeniero químico considerado por la revista Nature como el fundador del campo de la liberación controlada de fármacos. Desde los años 80 del siglo pasado, el laboratorio de Langer en el Instituto Tecnológico de Massachusetts ha creado empresas cuyos productos tratan el cáncer, la diabetes, las enfermedades cardíacas y la esquizofrenia, entre otras enfermedades, e incluso espesan el cabello. Langer, ingeniero químico de formación, es un ejemplo de cómo convertir los descubrimientos realizados en el laboratorio en una variedad de medicamentos. Y, por supuesto, de cómo monetizarlos. De sus ensayos han surgido hasta 25 empresas.
La otra cara de este fenómeno es la paradoja que vive España en nanomedicina. Grupos de investigadores de nuestro país firmaron en 2018 hasta 1.339 artículos científicos en este campo. España ocupaba el tercer puesto del mundo en número de publicaciones, tras EEUU (5.451) y China (3.522). Y, pese a ese liderazgo, el interés despertado entre los inversores o el mercado es casi inexistente. Igual es cierto que algo no funciona en el sistema de innovación y transferencia de España.