Desde hace un tiempo estoy usando los antiguos auriculares que venían con mi dispositivo móvil, en vez de los auriculares inalámbricos que me compré y que tienen problemas de durabilidad de sus baterías. Esto me hace sentir un poco “antiguo”, pero al mismo tiempo soy coherente con el hecho de que es mejor reutilizar que seguir comprando. Más si cabe, en el caso de dispositivos cuyo reciclaje es más que complejo.
Así pués, en una de esas ocasiones en las que me toca desenredar los cables, me pasó por la cabeza una pregunta sobre el hecho de que oigo muchos comentarios expresando distintos miedos sobre la creciente importancia de la inteligencia artificial y de la IA generativa y las potenciales amenazas que representa para nuestra especie.
Sin embargo, veo poca preocupación sobre el impacto medioambiental de su uso o sobre su huella hídrica. Algo que, en un contexto de radicalización del clima y viviendo en un país tendente a las sequías como el nuestro, debería preocuparnos en sobremanera. ¡Si no que se lo pregunten a la gente que va a la playa y ve que las duchas no están disponibles por la escasez de agua!
En el fondo es el mismo problema que enfrentamos cuando fomentamos cultivos de frutas y verduras que necesitan mucha agua para crecer. En el corto plazo es rentable, pero en el medio y largo no es sostenible porque el agua cada vez es un activo más escaso y más valioso.
Últimamente hablamos mucho de la inteligencia artificial generativa, de ChatGPT y sus semejantes, pero tendemos a olvidar que todas estas aplicaciones corren en los centros de datos y que son intensivas en el uso de capacidad de computación. Los centros de datos es donde residen los servidores que son los que posibilitan que todo funcione. La cuestión es que los servidores requieren una gran cantidad de energía y desprenden una gran cantidad de calor.
Sin una refrigeración adecuada, los servidores pueden sobrecalentarse, fallar o incluso incendiarse. Para enfriarlos se puede usar aire acondicionado tradicional, lo cual es caro, o usar agua para enfriar por evaporación. Este último método es más barato, pero también exige muchísimos litros de agua. Leyendo un estudio de Virginia Tech, descubro que los centros de datos se encuentran entre las diez principales industrias en cuanto a consumo de agua en Estados Unidos (se estima que en 2018 consumieron unos 513 millones de metros cúbicos de agua).
No pretendo demonizar a la IA generativa, ni a ninguna otra tecnología. Soy de los que piensan que esta nueva revolución va a crear muchas nuevas oportunidades para los humanos, nuevos puestos de trabajo, mejoras en muchos campos – por ejemplo en medicina preventiva – y usos que todavía no vislumbramos. Pero coincido con António Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, cuando dice que “proteger y preservar este preciado recurso para las generaciones futuras depende de las alianzas. La gestión inteligente y la conservación de los recursos hídricos del mundo significa reunir a los gobiernos, las empresas, los científicos, la sociedad civil y las comunidades, incluidas las comunidades indígenas, para diseñar y ofrecer soluciones concretas”.
Necesitamos repensar el diseño de los centros de datos y su ubicación para no incrementar las tensiones hídricas en determinadas geográficas. Es fundamental que tengamos en cuenta los criterios ESG a la hora de diseñarlos; que busquemos el equilibrio entre temas sociales como la creación de puestos de trabajo en zonas menos pobladas y detalles nada triviales como la huella hídrica.