El mundo cada vez es más complejo. La velocidad del cambio y los niveles de incertidumbre aumentan de forma exponencial. El modelo de abordaje de las problemáticas desde una perspectiva mecanicista y newtoniana, donde para cada problema existía una solución, es insuficiente. La complejidad de los desafíos de nuestro tiempo, como el cambio climático, el cuidado de las personas más vulnerables, el impacto del desarrollo de la economía global, las migraciones o las pandemias, requiere de altas dosis de creatividad y responsabilidad en la forma de abordar los grandes retos por parte de las instituciones y organizaciones.
Para abordar desafíos complejos es necesario generar nuevos modelos de colaboración más transversales, que integren actores diferentes, con capacidades y redes complementarias, que se organicen y alineen sobre la base de propósitos comunes. Propósitos ambiciosos, que sean claros, que se orienten a resultados y que generen impacto positivo en su entorno (empresas, personas, medioambiente).
En este contexto, la colaboración público-privada (CPP) se presenta como una oportunidad de aportar valor, trascendiendo el binomio clásico entre el mundo de la empresa y el de la administración pública. Tradicionalmente, las CPP se han configurado en relación con la construcción y explotación de infraestructuras, o bien a la prestación de servicios públicos.
En la evolución de las CPP, cada vez se ven más ejemplos de colaboraciones que pivotan en la combinación de activos de conocimiento para la creación de un nuevo valor singular, a partir de la suma de complementariedades entre los actores que cooperan. El conocimiento y las redes como catalizadores de oportunidades y prosperidad, como generadores de propiedades emergentes (en forma de innovaciones de alto impacto) que no ocurrirían sin la creación de estos nuevos espacios de interacción.
Articular estas relaciones no es tarea fácil, porque rompen las lógicas binarias cliente-proveedor. De nuevo, entramos en el terreno de la complejidad, la gestión de estos proyectos obliga a definir nuevas reglas del juego en terrenos no explorados.
Iniciativas como la Antena TrenLab (ATL) en Mataró, que cuenta como socios a Renfe, el Ayuntamiento de Mataró y el Parque Universitario y Tecnológico TecnoCampus, es un ejemplo de cómo articular un propósito común entre actores públicos y privados: configurar un ecosistema de emprendimiento e innovación abierta en movilidad sostenible en clave territorial.
ATL incorpora los cinco subsistemas que configuran el modelo de quíntuple hélice: la cooperación entre el conocimiento (TecnoCampus como centro universitario adscrito a la Universidad Pompeu Fabra); las empresas (representado por Renfe y el ecosistema de empresas y emprendedores del Parque y el territorio que interactúan para la resolución de desafíos de innovación abierta); la Administración Pública (representada por el Ayuntamiento de Mataró y otras instituciones que aportan conocimiento y articulan acciones); la sociedad civil (referida a la ciudadanía que participa para plantear necesidades y contribuir a diseñar mejores experiencias de movilidad); y, por último, el medioambiente, como base de las innovaciones generadas en el ámbito de la movilidad sostenible.
En este contexto de altos niveles de complejidad e incertidumbre, los parques tecnológicos y empresariales tienen un rol clave de bisagra para articular nuevas formas de crear soluciones imaginativas, creativas y de alto impacto, basadas en colaboraciones entre agentes diversos (públicos y privados) que den respuesta a los grandes retos de nuestra sociedad.
*** Carmina Sánchez Luque es responsable de Colaboración Público-Privada de TecnoCampus Mataró-Maresme.