En la constante transformación que viven las empresas del siglo XXI, emerge una habilidad primordial que sobrepasa las fronteras del conocimiento tradicional: la capacidad de aprender a aprender.
Esta habilidad, que se enraíza en la metacognición, no solo aborda el acto de adquirir conocimiento, sino también el proceso de reflexión sobre qué y para qué aprendemos, refinando nuestras capacidades de comprensión del conocimiento y aplicación del mismo.
El aprendizaje constante es una herramienta vital en una era donde el conocimiento se duplica a una velocidad nunca vista, en la que las habilidades de ayer pueden quedar obsoletas mañana.
Pero también es una manera de devolver a los demás (a los compañeros, a la empresa, a la sociedad) lo que ya sabemos, fruto de la experiencia y de la formación formal o informal que hemos ido adquiriendo a lo largo de los años.
Aprender a aprender es la primera parte de aprender a enseñar: ser generosos y pensar que lo que sabemos es bueno para los demás. Significa dejar de pensar en "brillar" para nuestro propio beneficio y comenzar a "iluminar" a los otros: a los más jóvenes, a los más inexpertos, a los que no saben tanto y a los que no saben que no saben.
En las empresas, el acto de "desaprendizaje" es tan importante como el de aprendizaje, ya que implica la capacidad consciente de liberarse de antiguas nociones y prácticas que ya no sirven en el contexto actual, o no suman al equipo o al proyecto. La obsolescencia del conocimiento es una realidad palpable. Lo que se aprendió en la universidad hace una década, o incluso hace unos años, puede que ya no sea relevante o suficiente.
El ritmo rápido de la innovación, especialmente en campos como la inteligencia artificial, la biotecnología o la sostenibilidad, exige una formación profesional continua. Aquellas organizaciones cuyos miembros internalicen la habilidad de aprender a aprender poseerán una ventaja competitiva insustituible: la capacidad de evolucionar al ritmo que el entorno exige, o incluso en convertirse en motores del cambio.
Estar a la cabeza o delante siempre es más satisfactorio que ir a rebufo, ya que implica saber hacia dónde se va o, al menos, decidir hacia dónde girar el timón. Estar delante es más arriesgado, pero sin duda más gratificante si la persona desea sentirse responsable y no víctima de lo que va a ocurrir.
Aprender a aprender es también esencial para la toma de decisiones. En un mundo saturado de datos, la capacidad de discernir lo esencial de lo superfluo y transformar esa información en conocimiento es necesaria, pero no lo único.
Además de tomar decisiones prácticas y útiles, es importante desarrollar la metacognición, entendida como "pensar sobre el pensamiento", ya que permitirá a los líderes ser conscientes de sus sesgos, comprender mejor sus procesos de pensamiento, gestionar de forma más saludable sus emociones (y con ello tomar decisiones más ecuánimes) y ajustar el enfoque a cada caso o problema según sea necesario.
En un plano más humano, aprender a aprender es la clave para el crecimiento personal y profesional. Las personas que dominan esta habilidad tienden a ser más curiosas, resilientes y abiertas a nuevas experiencias. En un entorno corporativo, esto se traduce en empleados más comprometidos, líderes más visionarios y equipos más cohesionados. En definitiva, en personas que gozan de la propia experiencia de aprender, aunque no siempre consigan los resultados esperados.
Las organizaciones que invierten en fomentar esta habilidad entre sus profesionales no solo ofrecen cursos o talleres, sino que son capaces de inculcar una cultura en las que el cuestionamiento de lo establecido, la curiosidad por otros puntos de vista y la reflexión crítica sean lo habitual.
Aprender a aprender no debería ser una norma ni una obligación, sino una amable invitación a cruzar las líneas de lo conocido e incluso de lo tradicionalmente aceptado dentro de la empresa. Significa promover espacios de aprendizaje colaborativo, fomentar la mentalidad de crecimiento (pensando más allá de promociones verticales u horizontales) y, sobre todo, cultivar un entorno donde la autenticidad y el error no sean castigados, sino vistos como una invaluable oportunidad de aprendizaje.
De este modo, aprender a aprender es la brújula que guiará a las personas hacia un futuro incierto pero lleno de posibilidades, sintiendo que de alguna manera se dispone de las herramientas necesarias para capear la incertidumbre inherente a la vida. Es por tanto el cimiento sobre el que se construirán las empresas del mañana, y la fortaleza que determinará quiénes serán los líderes de su propio futuro.
***Eva Astorga Victoria es Manager del Hub de Metodologías de Mahou San Miguel.