El ferrocarril es un tema recurrente en mi vida. En una columna de 2021 ya explicaba la razón: soy orgulloso hijo y nieto de ferroviarios, ahora comparto mi vida con una ferroviaria y mi vida ha transcurrido en gran parte entre estaciones de tren de la España vaciada y, luego, de Madrid. No es lo único que me une a las vías: este medio de transporte alberga en su dilatada historia los secretos no sólo de la vertebración territorial y social de muchos países, sino también la explicación misma de cómo surge y se difunde el conocimiento.
Permítanme, pues, que vuelva sobre esta idea del tren como elemento esencial del ecosistema de innovación a lo largo de la historia. En mi anterior análisis me hacía eco de un paper en el que se probaba una diferencia del 21,3% en el ritmo de innovación de las regiones de Francia en el siglo XIX en función del despliegue más o menos acelerado de las vías férreas. Ahora, las miras de esta Serendipia se dirigen un poco más al norte, a la siempre admirada Alemania, icono del desarrollo tecnológico e industrial europeo por excelencia.
Hagamos volar nuestra imaginación, a falta de una máquina del tiempo. La Alemania del siglo XIX era un país en plena transición hacia el sistema moderno de producción del conocimiento, con polos de innovación muy dispersos. Los germanos fueron los primeros en intentar registrar cada publicación impresa que se generaba en su territorio, con el propósito claro de concentrar todos los frutos intelectuales, de campos diversos, en lo que hoy llamaríamos un datalake.
Y al igual que en el caso galo, la red ferroviaria alemana fue fundamental en la creación de nuevas ideas, contribuyendo a aproximadamente el 11% del aumento en la producción de conocimiento durante este período. Facilitó la movilidad de los académicos, lo que llevó a la formación de agrupaciones especializadas y a la especialización de las ciudades en determinados campos.
Además, el despliegue del tren no solo aceleró la producción de nuevos conocimientos, sino que también cambió la forma en que se difundieron estos conocimientos. Las ideas viajaron más rápido con el ferrocarril, pero su difusión se concentró más en campos específicos que en diversas disciplinas. Este fenómeno se atribuye en parte al aumento de la especialización, en la que los profesionales se ubican junto a otros en campos similares, lo que mejora el aprendizaje dentro de estos grupos pero reduce las conexiones con otros diferentes.
Al margen de esa nota agridulce, el efecto de los raíles también se extendió a la composición demográfica de individuos notables en los círculos intelectuales. Después de la introducción del ferrocarril, hubo una diversificación en los antecedentes de estos individuos, lo que sugiere un efecto democratizador en la élite intelectual.
Estas conclusiones son a las que ha llegado Caterina Chiopris, de la Universidad de Harvard, en su investigación Spatial Networks and The Diffusion of Ideas. Chiopris utilizó una amplia gama de datos, incluidos registros bibliográficos, estadísticas ferroviarias y datos a nivel de ciudad, para explorar el impacto de las conexiones espaciales (como la mentada red ferroviaria en la Alemania del siglo XIX) sobre la creación y difusión del conocimiento.
En cualquier caso, queda probado que la introducción del ferrocarril, al reducir el tiempo de viaje y aumentar el acceso al mercado, condujo a un aumento significativo en el número de publicaciones, la diversidad de disciplinas cubiertas y la novedad del contenido producido.
"En el fondo -no se sabe por qué-, los viajeros de un tren envidian siempre un poco a los viajeros de otro tren; es algo que es así, pero que resulta difícil explicar", decía Camilo José Cela. Quizás esa cuestión sea una de esas que nunca tendrá respuesta, pero el rol de las redes de transporte en la difusión del conocimiento está exento de cualquier misterio.