Hasta hace poco, la inteligencia artificial (IA) se percibía como una entidad futurista y abstracta, algo más propio de la ciencia ficción que de nuestra realidad cotidiana. Esta percepción ha cambiado drásticamente en el último año con la llegada de innovaciones revolucionarias como ChatGPT y Midjourney o más recientemente con Gemini de Google.
Estas aplicaciones han sido una revelación para la sociedad, proporcionando una visión tangible y accesible de solo una pequeña parte del potencial de la IA. Ya no es un concepto lejano e incomprensible, sino una herramienta práctica y poderosa que está transformando nuestra forma de interactuar con el mundo digital.
Con cada avance y noticia, vemos cómo la IA se convierte en una parte integral de nuestras vidas, desmitificando su aura futurista y demostrando su valor en el presente. Sin embargo, también surgen preocupaciones sobre su impacto en la sociedad.
En respuesta a estas preocupaciones, la Unión Europea ha acordado en tiempo récord el EU AI Act, una regulación pionera destinada a salvaguardar valores éticos, proteger los derechos humanos y garantizar la seguridad en la industria de la IA.
Pero también genera dudas sobre su capacidad para asegurar que funcione como un catalizador y no como un freno de la innovación en Europa frente a otros países como Estados Unidos o China.
El AI Act se centra en aplicaciones de alto riesgo, como los sistemas de reconocimiento facial o las herramientas de toma de decisiones automatizadas en ámbitos como la justicia o la salud, y establece requisitos específicos para su desarrollo y uso.
Este enfoque basado en el riesgo es un aspecto clave que merece ser elogiado. Al reconocer que no todas las aplicaciones de la IA requieren el mismo nivel de escrutinio, la UE muestra una comprensión matizada de la IA y evita la imposición de restricciones innecesarias.
Hasta enero no podremos conocer el texto completo, sin embargo, es importante tener en cuenta que la IA es una industria en constante evolución y que una normativa rígida podría quedarse rápidamente obsoleta. Por lo tanto, el AI Act debe incorporar mecanismos de revisión y adaptación periódica para asegurar que siga el ritmo de los avances tecnológicos.
De igual manera, debe haber un espacio para la experimentación segura, como los "sandbox" regulatorios, que permitan a las empresas probar nuevas aplicaciones bajo supervisión sin temor a sanciones inmediatas.
Además, la naturaleza impredecible de la IA significa que nos encontraremos con escenarios que no hemos podido anticipar o con algunos que pese haber anticipado, su desarrollo no ha sido como el previsto inicialmente. Por lo tanto, la regulación debe ser lo suficientemente flexible para adaptarse a situaciones nuevas y desconocidas, evitando ser un conjunto de reglas estáticas.
Esta normativa es un paso importante y valiente de la Unión Europea en un campo complejo y de rápida evolución. La regulación efectiva de la IA no es solo una cuestión de imponer restricciones; es un acto de equilibrismo que busca proteger a la sociedad y al mismo tiempo permitir que la creatividad y la innovación florezcan.
Con un enfoque basado en el riesgo y mecanismos de revisión y adaptación periódica, el AI Act puede ser un catalizador para la innovación en Europa. No obstante, para que esta regulación sea efectiva, debe ser dinámica y adaptable, y debe permitir la experimentación segura y la innovación responsable.
Solo entonces podremos aprovechar todo el potencial de la inteligencia artificial para mejorar nuestras vidas y abordar los desafíos globales que enfrentamos como sociedad.
Con un enfoque equilibrado y colaborativo, podemos garantizar que la IA sea una fuerza positiva para el bienestar humano y el progreso social y que permita a Europa liderar con un modelo de regulación que sea tanto prudente como progresista.
***Jose Manuel Mateu de Ros es CEO y fundador de IQube.