Cuando haces un curso de ética en la universidad y el profesor consigue que te empieces a hacer preguntas que normalmente no te haces, realmente ha conseguido su objetivo.

Algunos pensarían que la ética y la inteligencia artificial no tienen nada que ver la una con la otra, pero, con la rapidez con la que evoluciona la inteligencia artificial, se han ido planteando bastantes dilemas que tienen que ver mucho con la ética.

¿Hasta dónde puede seguir desarrollándose la IA? ¿Es correcto que la IA tome decisiones por las personas? ¿Quién sería responsable si algo ocurre? ¿La IA puede tener un comportamiento ético? ¿La IA toma decisiones de forma transparente? ¿y dónde se almacenan los datos? ¿Afecta a la privacidad de las empresas o personas?

Encontrar respuestas a estas preguntas es necesario desde que se ha lanzado la IA, ya que de la misma manera que la IA tiene muchas ventajas y puede hacer nuestra vida más cómoda, si no abordamos la ética, podremos encontrarnos entre otros, con problemas de equidad, privacidad y responsabilidad.

Potenciar la tecnología no es malo de por sí; de hecho, es muy bueno, pero dado que los seres humanos pueden tener intereses propios y no ser neutrales, la tecnología debe ser desarrollada y utilizada bajo unos principios éticos básicos.

Una de las principales preocupaciones éticas, es el sesgo en los algoritmos de IA. Los sistemas de IA son entrenados con grandes cantidades de datos, y si estos datos están sesgados, los resultados también lo estarán. Por ejemplo, si un algoritmo de contratación es entrenado con datos históricos de una empresa que históricamente ha contratado principalmente a hombres, podría perpetuar esta desigualdad, discriminando a mujeres y minorías. Por lo tanto, es fundamental que los desarrolladores de IA trabajen para identificar y mitigar estos sesgos.

Otra cuestión ética crucial es la privacidad. Los sistemas de IA a menudo requieren grandes cantidades de datos personales para funcionar de manera efectiva. Esto plantea la pregunta de hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra privacidad por los beneficios que la IA puede ofrecer. Es esencial que las empresas y los gobiernos establezcan políticas claras sobre cómo se recopilan, almacenan y utilizan los datos, asegurando que se respeten los derechos de privacidad de los individuos.

La transparencia es otro pilar ético en el desarrollo de la IA. Muchas veces, los algoritmos de IA son cajas negras: sistemas complejos cuyas decisiones no son fácilmente comprensibles para las personas. Esta falta de transparencia puede llevar a la desconfianza y a la dificultad de responsabilizar a las entidades que utilizan la IA. Por eso, es crucial desarrollar métodos para explicar cómo y por qué una IA toma ciertas decisiones. Esto no solo aumenta la confianza en estas tecnologías, sino que también permite una mejor supervisión y control.

Por lo tanto, a la vista de un futuro tan incierto y dados los potenciales riesgos de la IA y su desarrollo, se está convirtiendo en una prioridad política cada vez mayor. Mientras que países como China o Estados Unidos fomentan el desarrollo de esta tecnología y su implantación, Europa está centrada en establecer normativas de regulación.

En conclusión, la IA puede ser muy beneficiosa y mejorar las capacidades del ser humano, pero presenta grandes retos que no deben dejarse de lado. La limitación de la IA es necesaria, igual que su control y regulación para un buen uso. La tecnología debe respetar los límites morales y éticos. Debe unir y crear, y obviamente no destruir. Pero, eso está en la mano del ser humano y de cómo lo gestione.

*** Patricia Núñez Sanz es PCSD Leader Lenovo Iberia