Los nombres de Paul Allen y Bill Gates están obviamente ligados al nacimiento del gigante Microsoft, allá por 1975, pero también al emprendedurismo, la filantropía y la inversión en nuevas tecnologías, una vez decidieron retirarse para gestionar la enorme fortuna obtenida con su empresa y, en el caso de Allen, tratar de combatir el cáncer que le acabó matando, ya alejado de manera irreconciliable de su antiguo amigo de la infancia y socio, a quien describió como un "oportunista mercenario" es su biografía Idea Man.
Hace poco más de diez días, Bill Gates anunció en el programa Face the Nation, de la cadena CBS, que ha invertido mil millones de dólares para desmantelar una planta de energía alimentada con carbón ubicada en Kemmerer, en el estado de Wyoming, al Oeste de los EEUU y cerca de las Montañas Rocosas. El plan de Gates es transformarla en una central nuclear con un reactor que, en lugar de agua, emplee sodio líquido como refrigerante.
EEUU sigue siendo el país con mayor número de reactores activos en el mundo. Estos generan la mitad de toda la electricidad sin emisiones del país. Y los planes del Gobierno americano -y aquí están básicamente de acuerdo demócratas y republicanos- prevén triplicar su capacidad nuclear para 2050. Y no dudan de que se trata de una "energía limpia".
Su estrategia combina la desaparición de las centrales de carbón, con la modernización y ampliación de la nucleares actuales con inversiones súpermillonarias en el desarrollo de nuevos reactores avanzados.
El proyecto lo desarrollando TerraPower, una empresa fundada por Gates y que apuesta por un diseño que no es absolutamente nuevo, pero sí distinto. Por simplificar la tecnología, un reactor nuclear es una fuente de calor que se transporta desde el núcleo del reactor a otra sección de la planta donde se convierte en electricidad. Y eso es lo que se "vende" a la red. En este caso, el sodio se utiliza como fluido circulante dentro del núcleo del reactor para mover el calor del núcleo a otro lugar de la planta. En en ese trabajo es más eficiente que el agua.
Esa mayor eficiencia tiene que ver con las propiedades termodinámicas del sodio, capaz de operar a una temperatura más alta que el agua. Con ello se puede almacenar el calor de manera más eficiente en el sitio y modular la producción de energía eléctrica. Cuando la red demanda más energía, se puede vender más energía y cuando la red demanda menos, básicamente se puede seguir almacenando el calor en el sitio y venderla más tarde.
Esa capacidad de oscilar hacia arriba y hacia abajo en la producción de energía es más difícil con los diseños tradicionales. Y si tenemos en cuenta que la demanda de electricidad no es constante, es interesante disponer de un sistema de generación versátil. Tampoco la oferta de energía en el sistema es siempre la misma, porque tanto la eólica como la solar sufren altibajos que deben compensarse con la producción de las nucleares.
Esta capacidad para almacenar calor extra permite generar electricidad cuando se quiera. Y ello reduce sustancialmente el consumo de combustible. Construir una planta de este tipo es, sin duda, caro. Pero explotarla y mantenerla ya no lo es tanto. Y si, además, se construye donde antes existía una planta de carbón, especie en extinción por sus altas emisiones, la operación tiene su sentido en términos de empleo, ingresos fiscales e impacto económico.
Otro aspecto esencial tiene que ver con la seguridad. TerraPower plantea usar lo que se denomina un enfoque de "seguridad pasiva". Este tipo de plantas no dependen de fuentes de energía externas para impulsar sus sistemas de seguridad. Se basan en cosas como el llamado "sifón térmico" (circulación natural, gravedad, diferencias de presión), es decir, fenómenos físicos que no requieren un aporte externo de generadores diésel, baterías, bombas o cosas de ese tipo.
Por tanto, sobre el papel, en un terremoto, un tsunami, un incendio o un ataque terrorista, el operador humano no interviene, no tiene para poner en marcha los sistemas de seguridad, porque podrían funcionar por sí solos. Por tanto, se trataría de centrales más confiables, robustas y menos expuestas a los errores humanos. Eso, en teoría.
Pero, mientras este tipo de soluciones llegan, persiste, el enorme problema de qué hacer con los residuos radiactivos, con el combustible gastado que sale del reactor, que se sigue almacenando en bidones de acero y hormigón y en piscinas enormes donde la radiactividad "se desintegra". Eso sí, luego debe ser enterrado en "depósitos geológicos" (eufemismo con el que se llamaría ahora a los cementerios nucleares) cuya ubicación siempre será conflictiva.
Gates dice estar dispuesto a gastar muchos miles de millones más en la búsqueda de estos reactores más eficientes. Y es curioso, porque su histórico socio en Microsoft, Paul Allen, también desarrolló cierta obsesión por el debate nuclear, aunque lo enfocó de manera distinta. Por ejemplo, adquirió y coleccionó cartas originales de Albert Einstein que, una vez fallecido el filántropo americano, han ido cambiando de manos por decisión de sus herederos.
Por ejemplo, Allen compró la carta de dos páginas escrita por Einstein en la que advertía a Roosevelt, entonces presidente de los Estados Unidos, que la Alemania nazi podría aprovechar la investigación nuclear para inventar una bomba atómica. La casa de subastas Christie's espera venderla en septiembre con un valor estimado de 4 millones de dólares.
La carta de Einstein –una de las dos que el físico teórico redactó en una cabaña en la costa norte de Long Island, Nueva York, con su colega científico Leo Szilard– advertía que el gobierno alemán apoyaba la investigación nuclear y podía fabricar "bombas extremadamente poderosas" como la del tipo que finalmente fueron desplegados por EEUU al final de la Segunda Guerra Mundial.
Einstein instó a Roosevelt a hacer lo mismo y éste respondió formando un comité que fue precursor del Proyecto Manhattan encabezado por J. Robert Oppenheimer, que construyó las bombas que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki en Japón e inauguraron la era nuclear.
La carta que el padre de la teoría de la relatividad general sobre el espacio y el tiempo envió al presidente se encuentra en la biblioteca y museo Roosevelt en Hyde Park, Nueva York. Pero la segunda versión –firmada y ligeramente más corta– está siendo vendida por los herederos del fallecido cofundador de Microsoft. Allen compró la carta al editor y candidato presidencial de un tercer partido, Malcolm Forbes, en 2002 por 2,1 millones. El Wall Street Journal dijo que ese fue el primer documento histórico del siglo XX que superó el millón de dólares. Forbes lo había adquirido anteriormente de la finca de Szilard.
Christie's tiene una larga historia con los objetos de recuerdo de Einstein. En 2018, vendió la llamada Carta de Dios del físico, en la que escribió que "la palabra Dios no es para mí más que la expresión y el producto de la debilidad humana", por casi 3 millones de dólares. Pero es poco probable que la carta supere el récord de 13 millones de dólares establecido en 2021 para uno de los pocos registros supervivientes que detalla su teoría de la relatividad general.
Con el mercado de las artes visuales bajo tensión, la casa de subastas anticipa que el mercado de artefactos históricos podría atraer postores, especialmente uno que prevea las preocupaciones actuales sobre una nueva carrera armamentista nuclear a tres bandas entre EE.UU., Rusia y China, además del éxito de la película biográfica de Oppenheimer. .
En la carta, fechada el 2 de agosto de 1939, Einstein escribió: "Quizás sea posible provocar una reacción nuclear en cadena en una gran masa de uranio… y este nuevo fenómeno también conduciría a la construcción de bombas".
La reacción nuclear está actualmente en la mente del socio de Allen en Microsoft, Bill Gates, y su empresa emergente TerraPower. Aunque, obviamente, no todo es filantropía. La Agencia Internacional de Energía ha estimado que la demanda mundial de electricidad proveniente de IA, centros de datos y criptomonedas aumentará como mínimo a 800 TWh, o teravatios hora, en 2026, un aumento de casi el 75% respecto de los 460 TWh en 2022. Por tanto, la energía sigue estando en el centro de casi todo. Allen y Gates también lo sabían.