Celia tenía motivos de sobra para preocuparse. Un día tras otro su trabajo se hacía más pesado, más monótono, más oscuro. Había quedado relegada al fondo de la línea de enlatado de una de las conserveras más importantes de donde ella era oriunda, en un pueblo de Galicia. Al menos las primeras imágenes que guardaba eran de allí.

Los días transcurrían colocando latas vacías en la cinta, verificando que la velocidad de avance fuera correcta y que los contenedores de producto estuviesen en el orden que procedía. Tenía que supervisar que las cantidades versadas sobre las cintas vibratorias fueran las indicadas, y que no se produjeran defectos de vacío en el clausurado de las latas, para que no hubiera riesgo alguno de contaminación del producto. A veces pasaba también algunas noches trabajando. En pleno siglo XXI. Tenía derecho a descansos pautados, pero nunca unas buenas palabras, una palmadita de alabanza. Eso escaseaba.

Un bivalvo en una lata es un tema serio. Todo tiene que estar perfecto: los controles de calidad antes del procesamiento eran primordiales. ¡Es bien conocido que un molusco que no reacciona a estimulaciones externas no debe ser envasado! Y por supuesto ha de lavarse y desgranarse correctamente. Ah, y mucho ojito con el líquido de cobertura, ¡que podría dar al traste con todo el proceso!

A Celia la habían preparado para otra cosa. Ella tenía cualificación para gestionar grandes superficies de trabajo. En principio iba a ir destinada a Barcelona, al centro logístico del Prat, que contaba con más de 3.000 trabajadores y ocupaba 200.000 metros cuadrados, ¡casi tan grande como 40 campos de futbol! Allí, iba a encargarse de los robots paletizadores, de las torres de estantería que acercan los productos al empleado, de los vehículos de guiado automático. A asegurarse de que el casi un cuarto de millón de personas que compran durante el Black Friday recibiese el más de un millón de productos diarios que se despachan, ojo, tan importantes como cada uno de los 64.000 productos de media en un día normal.

Pero eso nunca pasó. La compañía había firmado un acuerdo con una empresa de robótica que había creado robots aún más eficientes, ágiles y precisos y ya no hacía falta que Celia fuese a ocupar esa posición. Ya no era necesaria, le habían dicho, ya no tenía espacio en este almacén.

Esta semana a Celia la habían pasado a la zona de empaquetado. Trabajar con las cajas de cartón no era tarea sencilla. Pero lo hacía bien, las manipulaba correctamente, nunca había tenido ningún problema, ni una mala palabra de sus responsables.

Celia no puede sentirse mal. Ni bien. Ni se le caerá una lagrimita por no conocer el mar de Barcelona.

Cel-IA 35 – Computación Española Logística de Inteligencia Artificial serie 35, fabricada en 2021, es un tipo de IA. Un robot logístico multitarea de precisión. A Cel-IA la crearon para hacer más sencilla la vida de los humanos. De María, de Luisa, de Peña. De Ramón, de Juan, de José Carlos. Ellos se dedican ahora a la programación logística. Han recibido un curso de gestión de expediciones y control de estiba y teletrabajan los martes y los viernes. Cobran más y ya no hacen noches. Sí, Roberto salió. Ahora no saben a qué se dedica, no quiso sentarse delante de un ordenador ocho horas al día. Creen que se volvió al pueblo con su huerta y sus gallinas.

Para algunos, la IA es la oportunidad de cambiar el rumbo. De reinventarse para hacer cosas que por defecto no parecen tan fáciles. Para otros, la tecnofobia les hace creer que las IA se confabularán para tomar decisiones autónomas y perseguirán la supremacía propia – o incluso, mucho peor, que existe un colectivo humano que está minando la raza humana a través de una cadena de IAs alineadas que fagocitan sigilosamente nuestros gobiernos, nuestras empresas, incluso nuestro ADN, transformándonos en entes sumisos – como las mujeres perfectas de Nicole Kidman.

La IA hará lo que queramos que haga. No le demos malas instrucciones. La programamos nosotros. Hagámoslo conscientemente.

Esta revolución no va a ser diferente: IA no va a destruir, sino a transformar los empleos. Muchos puestos del futuro actualmente no existen, y ni siquiera los imaginamos. Necesitaremos reskiling, nuevos tipos de talento, profesionales cualificados. Creatividad consciente. Hay virtudes humanas no sustituibles.

Sobre la IA generativa – como dice una buena amiga, todavía un bebé – planea la sombra de la desconfianza. Y, sin embargo, la IA generativa es clave para la innovación y el crecimiento porque tiene el potencial de cambiar la anatomía del trabajo, aumentando las capacidades de los trabajadores mediante la automatización de sus actividades más rutinarias, que representan hasta el 60 - 70 % de la carga diaria.

La IA generativa puede incrementar la productividad laboral de un 0,1 a un 0,6% anual y combinada con otras tecnologías, hasta un 3% anual hasta 2040. Democratiza el acceso a la tecnología avanzada, reduce la barrera de entrada para las nuevas empresas y las pequeñas empresas y permite que una gama más diversa de actores contribuya al ecosistema de innovación. Facilita la colaboración entre expertos y no expertos, y fomenta un entorno más inclusivo que puede conducir a grandes avances sociales.

Cel-IA no puede sonreír. Pero estoy segura de que, en algunos años, Amel-IA lo hará.

***Patricia Úrbez es directora general de Sector Público en Fujitsu España