Hasta hace relativamente poco tiempo, las corporaciones dominaban el mundo empresarial y tecnológico. Muchas evolucionaron a su propio ritmo sin la necesidad de innovar demasiado. Los grandes cambios ocurrían generacionalmente y las compañías tenían suficiente margen para adaptarse a las olas tecnológicas y mantener su posición competitiva.

Sin embargo, hoy las startups están causando un terremoto. Ahora, las amenazas disruptivas y los cambios tecnológicos no dan tregua y ocurren a velocidades de vértigo. Las pequeñas empresas son mucho más eficientes y se adaptan rápidamente a las cambiantes necesidades del mercado desde un garaje y con pocos recursos, lo que obliga a las corporaciones a innovar de una forma muy diferente.

En este contexto, la innovación se ha convertido en el pilar fundamental sobre el que se construye el éxito (y supervivencia) a largo plazo de todo negocio y, en particular, de las grandes corporaciones. Desde las demandas cambiantes del mercado hasta la necesidad de mantener la relevancia y competitividad, hay una serie de motivaciones que impulsan a las empresas a buscar constantemente nuevas ideas, enfoques y negocios diversificados. Y ahora no se trata de una opción, sino más bien de una necesidad.

Quedarse quieto no es una opción. La presión competitiva ejerce una fuerza poderosa sobre las grandes corporaciones, obligándolas a innovar para diferenciarse y destacar en medio del ruido del mercado. Porque la realidad es que las corporaciones ya no viven para siempre. Como muestra de ello, la media de vida de las empresas del índice de S&P500 ha pasado de ser de 61 años en 1960 a 18 años en 2020.

La tecnología avanza ahora a mucha velocidad, transformando industrias enteras en cuestión de años -e incluso meses- lo que obliga a permanecer muy atento a las últimas tendencias tecnológicas y adaptarse rápidamente para no quedarse atrás. Tsunamis tecnológicos como la inteligencia artificial o la sostenibilidad ofrecen un sinfín de oportunidades (y amenazas) para transformar industrias, mejorar la eficiencia, la productividad y la experiencia del cliente.

Decir que la tecnología avanza ahora muy rápido puede parecer una frase hecha, pero así es en realidad. General Electric tardó 125 años en alcanzar una valoración superior a 250 billones de dólares y Facebook menos de 15 años en alcanzar una valoración de 585 billones de dólares. Por no mencionar OpenAI, que pasó en pocos meses de tener una valoración de 20 billones de dólares a 80 billones de dólares a finales de 2023.

Los consumidores actuales son más exigentes que nunca. Buscan experiencias personalizadas, productos de calidad y empresas comprometidas con la sostenibilidad y la responsabilidad social. Ante esta realidad, las grandes corporaciones se ven obligadas a innovar para satisfacer las crecientes demandas de sus clientes y mantener su lealtad en un mercado saturado de opciones. Ya no vale todo, las opciones son cada vez mayores y el consumidor se encuentra más informado que nunca.

La innovación no sólo desemboca en la creación de nuevos productos o servicios, sino también en la optimización de procesos internos y la gestión eficiente de recursos. Las compañías buscan constantemente formas de reducir costes, mejorar su productividad y maximizar el valor para el accionista, los consumidores, la sociedad y el planeta. La innovación juega un papel clave en este proceso, permitiéndoles encontrar nuevas formas de hacer más con menos.

Todas las motivaciones anteriores aportan, en definitiva, al objetivo final de cualquier negocio: maximizar la creación de valor. Esto implica aumentar la valoración de la compañía, sus expectativas de crecimiento, así como la percepción de los clientes ante los productos y servicios que ofrecen, entre otros.

Según un estudio de McKinsey (McKinsey & Company - Innovating for cash growth), aquellas empresas más innovadoras superan hasta en un 70% en valor de mercado a sus pares en un periodo de cinco años. Lo mismo ocurre con los ingresos, donde, según PwC en su informe Global Innovation 1000 Study), las corporaciones consideradas "innovadoras agresivas" (aquellas que invierten más del 10% de sus ingresos en innovación) superan a sus competidores en un 30% en términos de crecimiento en ingresos.

Del mismo modo que existen numerosas motivaciones que llevan a las grandes corporaciones a innovar, nos encontramos con muchos (y muy diferentes) mecanismos o herramientas para generar esa innovación. Herramientas de innovación tradicionales como el open innovation, el R&D (Research & Development), o el M&A (Mergers & Acquisition) son comúnmente empleadas para desarrollar lo que conocemos como "innovación interna" o "innovación incremental" (o dicho de otro modo, innovación dirigida al core business), pero no son la opción idónea si lo que buscamos es generar innovación disruptiva o diversificación.

En este contexto, el Corporate Venture Building emerge como una herramienta ideal para las grandes empresas que buscan fomentar la innovación transformacional y diversificar su cartera de negocios. Este modelo, que implica la creación de nuevas ventures apoyadas en su enorme potencial y sus activos ya existentes, ofrece una serie de beneficios únicos que complementan las iniciativas de innovación tradicionales.

El Corporate Venture Building permite además acceder a un enorme ecosistema de startups y talento emprendedor, llegando a lugares muy diferentes a lo acostumbrado por la corporación. Esta colaboración no solo les permite obtener nuevas ideas y perspectivas, sino también reclutar talento fresco y altamente especializado para sus negocios y, en algunos casos, equipos internos.

A diferencia de los procesos de innovación internos, que a menudo pueden ser lentos y burocráticos, el Corporate Venture Building ofrece un enfoque ágil y flexible para la creación de nuevos negocios. Al actuar "modo startup" y dejar el liderazgo de la mano de emprendedores, las grandes empresas pueden acelerar el desarrollo de nuevas ideas y llevar productos al mercado más rápidamente, aprovechando la agilidad y la mentalidad de "prueba y aprendizaje" que caracteriza al mundo emprendedor.

El Corporate Venture Building también ofrece la oportunidad de diversificar su negocio y mitigar el riesgo asociado con la innovación. Al invertir en una variedad de nuevos negocios aprovechando sus activos existentes (clientes, tecnología, reconocimiento de marca, recursos…), las compañías pueden distribuir su riesgo y aumentar las posibilidades de éxito a largo plazo. Además, diversificar sin desfocalizar el negocio principal les permite posicionarse para capitalizar nuevas oportunidades de mercado y adaptarse más fácilmente a los cambios en el entorno empresarial.

Un factor clave de este modelo es la factorización del modelo y su metodología. Al contar con un proceso previamente probado y repetible - ejecutado por profesionales que lo han hecho más veces -, se reduce drásticamente la tasa de fracaso en la identificación, validación y lanzamiento de nuevos negocios. Como resultado, los venture builders cuentan con un capital loss ratio inferior al 10% frente al 30% que encontramos en fondos de venture capital enfocados en early stage (Vault Fund’s State for the Venture Studio World).

En resumen, la innovación es el motor que impulsa el crecimiento y la sostenibilidad de las grandes corporaciones en la economía actual, lo que finalmente desemboca en una mayor calidad de vida de las personas y la sociedad. Desde la presión competitiva hasta las demandas cambiantes del consumidor, las fuerzas que motivan la innovación son variadas y poderosas.

En este contexto, el Corporate Venture Building emerge como una herramienta estratégica para las empresas que buscan fomentar la innovación, diversificar sus negocios y asegurar su éxito y supervivencia a largo plazo en un mercado en constante cambio.

Al apostar por el Corporate Venture Building, pueden acceder a nuevas ideas y talento, aumentar su agilidad y flexibilidad, y mitigar el riesgo asociado con la innovación, posicionándose para liderar y prosperar en la economía del futuro mediante la creación de nuevos negocios que se apalancan en los activos de la propia corporación, todo ello sin ver afectado su negocio principal.

***Adrián Heredia es CEO y fundador de Byld.