En los últimos años hemos sido testigos de una profunda transformación en el sector energético, impulsada por factores como la crisis sanitaria, las tensiones geopolíticas y la creciente preocupación por el cambio climático. La red eléctrica, tradicionalmente un sistema estable y centralizado, se encuentra actualmente en un proceso de adaptación a un nuevo escenario caracterizado por la volatilidad de los precios, la creciente penetración de las energías renovables y la necesidad de una gestión más eficiente de la energía.

En concreto, la pandemia de COVID-19 y los conflictos bélicos, como la guerra en Ucrania, han evidenciado la fragilidad de los sistemas energéticos tradicionales, basados en combustibles fósiles. Así, factores como el cambio en los patrones de consumo tras la pandemia y el incremento de la demanda industrial, han ejercido una presión al alza en los precios. Además, las tensiones geopolíticas han incrementado la situación, al generar restricciones en el suministro y encareciendo los costes de combustibles fósiles como el gas natural.

Por otro lado, el cambio climático (cada vez vivimos inviernos menos fríos), el auge de las energías renovables y las políticas de fomento del autoconsumo están impulsando una descentralización del sistema energético. Cada vez más hogares y empresas generan su propia electricidad a través de paneles solares y otras tecnologías, lo que reduce la dependencia de la red eléctrica tradicional y, en consecuencia, conlleva a una caída drástica de los precios. No obstante, recientemente hemos visto un repunte en los precios debido al calor extremo y al uso intensivo de aires acondicionados y ventiladores.

Un factor determinante en la oscilación de los precios es la naturaleza variable de la oferta eléctrica, cada vez más dependiente de fuentes renovables como la energía solar y eólica. La intermitencia de estas fuentes, sujeta a condiciones climáticas como días nublados o con poco viento, puede reducir drásticamente su generación. Esto, combinado con un desfase entre los picos de generación y demanda, provoca oscilaciones en los precios.

En otras palabras, durante las horas de luz diurna, el abundante sol y viento se proporciona energía limpia y económica; sin embargo, el pico de consumo energético de nuestro país no coincide con este excedente, sino que ocurre principalmente durante las mañanas y las tardes. En consecuencia, generamos abundante energía limpia y barata en momentos en los que menos se necesita, lo que lleva a fallos en la red y a importantes disparidades de precios.

Por ejemplo, los precios de la electricidad durante el día pueden llegar a ser negativos en ocasiones, como se ha detectado hasta veinte veces este año en España, pagando a los consumidores para que carguen vehículos eléctricos (VE) o refresquen sus hogares. Por el contrario, los costes energéticos pueden dispararse hasta treinta veces más en las primeras horas de la tarde.

Para aquellos que, además, tienen instaladas placas solares, la volatilidad de la red eléctrica presenta un desafío aún mayor. La saturación de la red en momentos de alta generación renovable puede ocasionar que los propietarios de placas solares se vean obligados a pagar por verter su excedente de energía a la red, mermando así la rentabilidad de su inversión. Situación muy habitual en países como Países Bajos, donde uno de cada tres hogares tiene paneles solares.

Esta tendencia plantea un desafío crítico: no solo es importante generar suficiente energía limpia, sino gestionar los excedentes de energía para garantizar su disponibilidad precisamente cuando más se necesita.

En este sentido, el futuro energético deberá contemplar un mayor despliegue de tecnologías de almacenamiento de energía y redes inteligentes (smart grids). Estas herramientas permitirán equilibrar la oferta y la demanda en tiempo real, maximizando la eficiencia del sistema y facilitando la integración de fuentes renovables intermitentes. De esta manera, la energía generada durante el día se almacena y utiliza cuando la demanda es alta, mejorando así la eficiencia del uso de la energía y reduciendo la dependencia de fuentes externas en momentos de alta demanda.

España está experimentando un crecimiento significativo en el sector de las energías renovables. La penetración actual de la energía solar fotovoltaica residencial se sitúa en el 7%. Sin embargo, aún existe un margen de mejora si se compara con otros países europeos. Los siguientes años serán clave para acelerar esta transición.

En los próximos seis años, España está preparada para duplicar su producción de energía fotovoltaica de 35,6 GW a 76,4 GW, aumentar el número de vehículos eléctricos de 177.000 a 2,8 millones y ampliar el uso de bombas de calor seis veces. Para gestionar este crecimiento de manera eficiente, será fundamental el despliegue de soluciones de gestión inteligente de energía, que según algunos estudios, se multiplicarán por 20 para 2030.

Invertir en paneles solares, baterías, bombas de calor y cargadores de vehículos eléctricos tiene sentido económico para los propietarios. Estos sistemas están diseñados para durar al menos 25 años, y con los subsidios actuales, el período de recuperación es de alrededor de cuatro años, después del cual los hogares pueden ahorrar al menos 150.000 euros, y algunos incluso alcanzan ahorros superiores al millón de euros. España está a punto de una revolución energética masiva, alcanzable únicamente mediante la gestión local de la producción, almacenamiento y distribución de energía.

En resumen, la gestión y distribución de la energía requieren una profunda transformación para afrontar los retos del siglo XXI. La descentralización se erige como pieza clave en esta transición, impulsando un modelo energético más distribuido y resiliente donde múltiples actores participan tanto en la producción como en el consumo. Desde consumidores hasta productores, pasando por reguladores y tecnólogos, cada uno juega un papel crucial en la creación de una red eléctrica más estable, eficiente y sostenible. Para lograrlo, es fundamental contar con tecnologías de almacenamiento de energía, desarrollar redes eléctricas inteligentes y establecer políticas energéticas que fomenten la flexibilidad y la adaptabilidad frente a los desafíos futuros.

En otras palabras, la transición hacia una nueva red eléctrica es más que un cambio técnico. Es una responsabilidad moral y económica asegurar un futuro energético sostenible y seguro para las próximas generaciones. Abordar este desafío requerirá innovación, colaboración y un compromiso firme con la eficiencia energética y la reducción de emisiones de carbono.

***Wouter Draijer es CEO y cofundador de SolarMente