Imagínense un pasillo de cualquier oficina de cualquier empresa de nuestro país. Una trabajadora se dirige a hablar con uno de sus responsables para realizarle una propuesta desarrollada a partir de una idea que ha tenido la tarde anterior.

El jefe, tras recibirla, le insta a que deje de perder el tiempo con tonterías y se dedique a trabajar centrando sus esfuerzos en alcanzar lo que tiene marcado como objetivos de ese mes. 

La trabajadora, abatida, en el mejor de los casos entiende que ese no es el lugar dónde poder desarrollarse. Desgraciadamente, la mayor parte de las veces, lo que terminan por pensar los que pasan por esa situación es que quizá se han equivocado de profesión, que nunca podrán desarrollar sus ideas porque quizá no son lo suficientemente inteligentes.

Nada más lejos de la realidad. Por supuesto, generalizar no es siempre la mejor de las soluciones. En nuestras empresas hay personas excelentes, brillantes, capaces de afrontar los desafíos a los que nos enfrentamos como especie. Muchas de ellas son personas de altas capacidades intelectuales, con cocientes superiores a la media (más de 120 puntos en evaluaciones de CI). 

A menudo relegadas y subestimadas, representan un recurso invaluable en la era actual, especialmente frente al avance de la inteligencia artificial (IA). En un mundo donde la tecnología y la automatización avanzan a pasos agigantados, las mentes brillantes son la última trinchera de la innovación y el pensamiento crítico, capacidades que ninguna IA puede (por ahora) emular completamente.

ChatGPT es el mejor ejemplo de ello. Es capaz de ejecutar la mayor parte de las tareas que una persona realiza en sus quehaceres relacionados con su puesto de trabajo. Y lo mejor de todo: lo hace de una forma mucho más eficaz y eficiente. En otras palabras, es mejor, más rápido, no se cansa, no pide subidas salariales y puede estar trabajando 24 horas al día / 365 días al año. 

Para unos (trabajadores/as) suena escalofriante. Para otros (empresarios/as) suena profundamente tentador. Sin embargo, ChatGPT no es capaz de idearse a sí mismo. O incluso de entender cómo funciona en todos sus aspectos. La creatividad, entendida como la capacidad para generar algo novedoso y disruptivo, queda aún lejos de las opciones de la IA. Y es que tener ideas (válidas) es uno de los ejercicios más complejos que existen. Requiere no solo creatividad sino también un profundo entendimiento y capacidad de análisis, atributos que, en realidad, solo unas pocas personas poseen en niveles extraordinarios; la historia de la humanidad nos demuestra que los grandes avances han venido de mentes brillantes que han sabido pensar fuera de los parámetros establecidos.

Tenemos entonces que la inteligencia humana, la que está por encima (o muy por encima) de la media, representa la última frontera frente a la IA. Tenemos que hay muchas personas con altas capacidades que, pese a su potencial, a menudo no reciben la atención adecuada ni en el ámbito educativo ni en el profesional. Y tenemos que, las empresas, especialmente aquellas en sectores tecnológicos, están perdiendo una gran oportunidad al no incorporar equipos de personas con altas capacidades dedicados exclusivamente a la innovación, equipos con el único objetivo de ver más allá de las limitaciones actuales y prever futuras necesidades y desafíos, desarrollando de este modo soluciones innovadoras que pueden mantener a una empresa a la vanguardia. 

Nos esperan cambios profundos en las formas en las que entendemos, y desarrollamos, nuestro trabajo. La IA ha venido para quedarse y será necesario entender que, en muchos casos, vendrá a sustituirnos. No creo que haya ningún sector que se libre de sufrir una profunda revolución; será cuestión de tiempo que llegue a la Medicina o la Psicología, realizando mejores diagnósticos y tratamientos, o al transporte, mediante el uso de vehículos autónomos mucho más seguros, o a la seguridad, identificando con una mayor precisión posibles amenazas, e incluso a la dirección de las empresas, siendo capaces de tomar decisiones mucho más acertadas al poder manejar millones de datos de forma simultánea. Pero, por ahora, no podrá sustituir a la inteligencia humana.

Y es en este punto en el que se torna fundamental que la sociedad y las empresas reconozcan el valor de la inteligencia excepcional. No podemos permitirnos perder a las mentes brillantes que han sido y seguirán siendo el motor de los grandes avances de la humanidad, y eso lo podemos conseguir cuidando el talento extraordinario, identificando a aquellas personas que tienen algo distinto y que son capaces de realizar aportaciones fundamentales para que la IA siga siendo, por mucho tiempo, otra herramienta al servicio de la humanidad.

*** Raúl Alelú es director del Programa de Desarrollo Integral para Personas con Altas Capacidades en IMMUNE Technology Institute.